Él había oído cómo ella se acercaba. Tenía un oído extraordinariamente fino, lo mismo que su padre. Era un rasgo de familia. Y él fue el primero en hablar. —Hola —dijo.
—Hola —dijo ella. Más tarde diría que había sentido que era la única persona en el jardín del Edén, cuando se había tropezado con esta criatura vestida de marinero, que actuaba como si todo le perteneciera de antemano. Y Roy contestaba que era ella, en realidad, la que actuaba como si todo le perteneciera.
—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó ella.
—No sabía que la gente dormía en esta parte del parque —dijo él. En eso estaba en lo cierto, y Mary lo sabía. Ella y su amiga estaban violando las reglas del museo viviente. Se encontraban en una zona donde por la noche sólo se admitía a los animales inferiores.
—¿Es usted marinero? —preguntó ella.
Y él dijo que sí, que lo era, o que lo había sido hasta hacía muy poco. Acababan de darlo de baja en la Marina y viajaba a dedo por el país antes de volver a casa, y había comprobado que la gente estaba mucho más dispuesta a ayudarlo si él llevaba uniforme.
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No tendría mucho sentido ahora que alguien preguntara como Mary le preguntó a Roy: «¿Qué está haciendo aquí?». La razón de estar hoy en un sitio cualquiera es invariablemente sencilla y evidente. Nadie tiene una historia tan complicada como la de Roy: había sido dado de baja en San Francisco, había vendido su billete, y luego de comprar un saco de dormir había viajado a dedo al Gran Cañón, al Parque Nacional de Yellowstone y otros sitios que siempre había querido visitar. Lo fascinaban especialmente los pájaros y era capaz de conversar con ellos en sus propias lenguas.
Había oído en la radio de un coche que en este pequeño parque estatal de Indiana habían aparecido dos picamaderos de pico de marfil, especie que, según se creía, hacía mucho que se había extinguido. Había venido directamente. La historia era una broma. Esos grandes y hermosos habitantes de los bosques primitivos se habían extinguido en verdad; los seres humanos habían destruido todos los posibles hábitats de estos pájaros. Ya no había allí suficiente madera podrida, paz y quietud para ellos.
—Les hace falta mucha paz y quietud —comentó Roy—, lo mismo que a mí, y lo mismo que a usted, supongo. Siento si la he molestado. No estaba haciendo nada que un pájaro no hubiera hecho.
Algún mecanismo automático chasqueó levemente en el voluminoso cerebro de la joven. Sintió que las rodillas se le aflojaban y una sensación de frío en el estómago. Se había enamorado de aquel hombre.
Ya nadie tiene recuerdos como ése.
2
*James Wait interrumpió las ensoñaciones de Mary Hepburn con estas palabras: —La quiero tanto. Por favor, cásese conmigo. Me siento tan solo. Tengo tanto miedo.
—Ahorre fuerzas, señor Flemming —le dijo ella. Él había estado proponiéndole matrimonio una y otra vez durante toda la noche.
—Déme la mano —dijo.
—Cada vez que se la doy, usted no me la devuelve —dijo ella.
—Le prometo que se la devolveré —dijo él.
De modo que ella se la dio y él se la apretó débilmente. No tenía ninguna visión del pasado o del futuro. Era poco más que un corazón enfermo, así como Hisako Hiroguchi, abajo, entre el lavabo y el inodoro vibrante, era poco más que un feto y un útero.
Hisako no tenía nada por qué vivir excepto ese hijo que aún no había nacido, pensaba ella.
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La gente todavía padece hipo, como siempre, y todavía les hace gracia que alguien se eche una ventosidad. Y todavía tratan de consolar a los enfermos con tonos tranquilizantes de la voz. El tono de Mary mientras le hacía compañía a "James Wait en el barco es un tono que hoy se oye con frecuencia. Con palabras o sin ellas, ese tono transmite lo que una persona enferma quiere escuchar hoy, y lo que *Wait quería escuchar hace un millón de años. Mary dijo cosas de este tipo a *Wait con muchas palabras, pero el tono le habría bastado para transmitir el mismo mensaje: «Todos te queremos. No estás solo. Todo saldrá bien», etcétera.
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Nadie que hoy intente consolar a alguien, por supuesto, ha tenido una vida amorosa tan complicada como la de Mary Hepburn, y nadie que hoy esté enfermo ha tenido una vida amorosa tan complicada como la de "James Wait. En la crisis de cualquier historia amorosa de hoy lo que se plantea ante todo es la más simple de las cuestiones: si las personas incluidas en ella se encuentran o no en estado de celo. Los hombres y las mujeres actuales se interesan inevitablemente unos por otros, y por las protuberancias de sus aletas, etcétera, sólo dos veces al año; o, en épocas en que la pesca escasea, sólo una vez. Tanto depende hoy de los peces.
En un conjunto de circunstancias adecuado, el amor podría haber quebrantado el sentido común de Mary Hepburn y de "James Wait en casi cualquier época del año.
Allí, en la cubierta principal, antes que el sol saliera, *Wait estaba genuinamente enamorado de Mary, y Mary estaba genuinamente enamorada de *Wait... o, más bien, de lo que él pretendía ser. Durante toda la noche ella lo había llamado «señor
Flemming» y él no le había pedido que lo llamara por su nombre de pila. ¿Por qué? Porque no recordaba ese nombre de pila.
—La haré muy rica —dijo *Wait.
—Bueno, bueno —dijo Mary—. Tranquilo.
—Interés compuesto —dijo él.
—Ahorre fuerzas, señor Flemming —le dijo ella.
—Por favor, cásese conmigo —dijo él.
—Ya hablaremos de eso cuando lleguemos a Baltra —dijo ella. Le había ofrecido Baltra como algo por lo cual valía la pena vivir. Durante toda la noche en arrullos y murmullos le había hablado de todas las cosas buenas que los esperaban en Baltra, como si la isla fuera el paraíso. Habría santos y ángeles que los saludarían en el desembarcadero con toda clase de alimentos y medicinas.
Él sabía que se estaba muriendo. —Será una viuda muy rica —dijo.
—Nada de hablar de eso ahora —dijo ella.
En cuanto a toda la riqueza que ella heredaría teóricamente, ya que en verdad iba a casarse con él, para convertirse después en su viuda: los detectives de cerebro más voluminoso del mundo no hubieran podido ni siquiera empezar a encontrar la más mínima fracción. En comunidad tras comunidad, *Wait había inventado un prudente ciudadano que no existía, cuya riqueza crecía de continuo, aunque el planeta iba haciéndose cada vez más pobre, y cuya seguridad garantizaban los gobiernos de los Estados Unidos o el Canadá. Por este entonces, su cuenta de ahorros en Guadalajara, México, que estaba en pesos, había sido cancelada.
Si la fortuna de "James Wait hubiera seguido creciendo al paso en que crecía entonces, ahora abarcaría todo el universo: galaxias, agujeros negros, cometas, nubes de asteroides, y meteoros, los meteoritos del capitán, y materia interestelar de toda clase; simplemente todo.
Sí, y si la población humana hubiera seguido creciendo al paso en que crecía entonces, superaría la fortuna de "James Wait, lo cual es decir simplemente todo.
¡Qué imposibles sueños de superación solían tener los seres humanos sólo ayer, sólo hace un millón de años!
3
Entre paréntesis, *Wait se había reproducido. No sólo había enviado mucho tiempo atrás a aquel comerciante de antigüedades por el túnel azul que conduce al Más Allá, también había colaborado en el nacimiento de un heredero. De acuerdo con las normas darwinianas, en ambos casos, como asesino y como progenitor, no lo había hecho mal, es preciso admitirlo.
Se convirtió en progenitor cuando sólo tenía dieciséis años, el apogeo sexual de un macho humano de hace un millón de años.