Los de él eran blancos y suaves. Los de ella eran rudos y pardos como las botas de montaña que había llevado consigo a Guayaquil tanto tiempo atrás.
De modo que le dijo a ese hombre a quien no había hablado durante veinte años: —Me dicen que estás muy enfermo.
En realidad él era todavía guapo y de carnes firmes. Estaba decente y limpio, pues Akiko lo bañaba todos los días y le enjabonaba y peinaba la barba y los cabellos. El jabón, fabricado por las mujeres kanka-bonas, era de grasa de pingüino y huesos molidos.
Una de las cosas exasperantes en la enfermedad del *capitán era que el cuerpo aún podía cuidar perfectamente de sí mismo. Era mucho más fuerte que el de *Mary. Lo que lo retenía tanto tiempo en cama era el proceso de deterioro de su voluminoso cerebro, que lo obligaba a hacerse sus necesidades encima y negarse a comer, etcétera.
Por lo demás: su estado no era peculiar de Santa Rosalía. En el continente, millones de ancianos estaban tan desvalidos como bebés, y jóvenes adultos compasivos parecidos a Akiko tenían que cuidarlos. Gracias a los tiburones y las ballenas asesinas, los problemas relacionados con la vejez son hoy inconcebibles.
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—¿Quién es esta bruja? —le preguntó el "capitán a Akiko—. Detesto a las mujeres feas. Ésta es la mujer más fea que yo haya visto en mi vida.
—Es *Mary Hepburn... es la señora Flemming, abuelo —dijo Akiko. Una lágrima se le deslizó por la peluda mejilla—. Es la abuela —dijo.
—Jamás la he visto antes en mi vida —dijo él—.
Por favor, llévatela de aquí. Cerraré los ojos. Cuando los vuelva a abrir, quiero que se haya marchado. —Cerró los ojos y empezó a contar en voz alta.
Akiko se acercó a *Mary y le aferró el frágil brazo derecho. —Oh, abuela... —dijo—. No tenía idea de que sucedería algo así.
Y *Mary le dijo en voz alta: —No es peor ahora de lo que fue siempre.
El "capitán siguió contando.
Desde las cercanías de la fuente, a medio kilómetro de distancia, llegó un grito masculino de triunfo, y luego un coro de risas femeninas. El grito masculino era familiar en la isla. Era el acostumbrado anuncio de Kamikaze, a todos y a cada uno: había atrapado a alguna clase de hembra y ambos estaban a punto de copular. Tenía diecinueve años entonces, y como único macho viril en la isla era capaz de copular con cualquiera o cualquier cosa en cualquier momento. Ésta era otra pena que Akiko tenia que soportar: las flagrantes infidelidades de su compañero. Esta mujer era en verdad una santa.
La hembra que Kamikaze había atrapado junto a la fuente era su propia tía Dirno, que había pasado ya la edad de concebir. A él eso no le importaba. Iban a copular de cualquier modo. Había copulado aun con leones de mar y focas cuando era más joven. Hasta que Akiko lo convenció de que dejara de hacerlo, al menos por ella, si no por él mismo.
No hubo hembra de león de mar o foca que quedara preñada por Kamikaze, lo cual en cierto modo es una lástima. Si lo hubiera conseguido, la evolución de la moderna humanidad podría haberse ahorrado muchos miles de años.
Aunque, por lo demás: ¿qué prisa había, después de todo?
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El *capitán abrió los ojos y le dijo a *Mary: —¿Por qué no te has ido?
Ella dijo: —Oh, no me tengas en cuenta. Soy sólo una mujer con la que viviste diez años.
En ese momento, Lira, otra de las mujeres kanka-bonas, llamó a gritos a Akiko y le dijo en kanka-bono que Orion, el hijo de cuatro años de Akiko, se había quebrado el brazo y que se la necesitaba inmediatamente. Lira no se acercaría un paso más a la casa del *capitán, a quien creía infectado por una magia maligna.
De modo que Akiko le pidió a *Mary que vigilara al "capitán mientras ella volvía a su casa. Prometió regresar tan pronto como le fuera posible. —Tú compórtate como un buen chico —le dijo al *capitán—. ¿Lo prometes?
El lo prometió, malhumorado.
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*Mary había traído consigo a *Mandarax, requerido por Akiko, esperando poder utilizarlo para diagnosticar la enfermedad del *capitán, que había estado en coma durante el día y la noche pasados.
Pero cuando ella le mostró el instrumento, y antes que pudiera hacer la primera pregunta, él reaccionó de un modo absolutamente asombroso: le arrebató el aparato y se puso de pie como si no estuviera enfermo. —Odio a este pequeño hijo de puta más que a nada en el mundo —dijo, y luego se encaminó tambaleante hacia la costa y el banco de arena, metido hasta las rodillas en el agua.
La pobre *Mary lo siguió, pero por cierto no estaba en condiciones de detener a un hombre de ese tamaño. Lo contempló desvalida mientras él arrojaba a *Mandarax a los que resultaron ser unos tres metros de agua sobre la pendiente del banco de arena. El banco descendía empinado, como el dorso de una iguana marina.
Ella podía ver dónde había caído *Mandarax. Allí estaba: la inapreciable heredad que había prometido dejar a Akiko cuando muriera. De modo que la animosa vieja fue directamente a buscarlo. Ya tenía una mano sobre él, por lo demás, cuando un gran tiburón blanco los devoró a ambos, a ella y a *Mandarax.
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El "capitán tuvo un lapso de memoria, de modo que no supo qué hacer cuando vio el agua ensangrentada. Ni siquiera sabía en qué parte del mundo se encontraba ahora. Lo más alarmante era que unos pájaros estaban atacándolo, Eran inofensivos pinzones vampiros, atraídos por la piel ulcerada del 'capitán, y se contaban entre los pájaros más comunes de la isla. Pero para él eran una novedad aterradora.
Los apartaba a manotazos, y pedía auxilio. Acudían más y más pájaros, y él estaba tan convencido de que querían matarlo, que saltó al agua, donde fue devorado por un tiburón de cabeza de martillo. Este animal tenía los ojos en los extremos de unas prominencias, un diseño perfeccionado por la Ley de Selección Natural muchos, muchos millones de años atrás. Era una pieza intachable del mecanismo de relojería del universo. No había defecto en ella que requiriera nuevas modificaciones. Algo que por cierto no necesitaba un cerebro de mayor tamaño.
¿Qué iba a hacer con un cerebro más grande?
¿Componer la Novena Sinfonía de Beethoven? ¿O quizás escribir estos versos?:
El mundo entero es un teatro,
y hombres y mujeres son todos meros actores.
Tienen sus salidas y sus entradas,
y en una vida un hombre
interpreta muchos papeles.
William Shakespeare (1564-1616)
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He escrito estas palabras en el aire... con el extremo del índice de mi mano izquierda que también es aire. Mi madre era zurda y yo también lo soy. Ya no hay seres humanos zurdos. La gente ejercita sus aletas con perfecta simetría. Mi madre era pelirroja y también lo era Andrew MacIntosh, aunque sus respectivos hijos, yo y Selena, no heredamos sus cabelleras rojizas... ni tampoco la humanidad, tampoco la humanidad podría haberlas heredado. Ya no hay pelirrojos. Nunca conocí un albino personalmente, pero tampoco hay albinos. Entre las focas, aparece un ejemplar albino de cuando en cuando. Hace un millón de años sus pieles habrían sido muy apreciadas para abrigos de mujer, abrigos que se lucían en la ópera y en los bailes de caridad.
La piel de la gente moderna ¿no habría podido utilizarse en la confección de abrigos para sus antepasados? No veo por qué no.
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¿Me perturba escribir tan insustancialmente, con aire sobre aire? Pues... mis palabras serán tan perdurables como cualquier cosa escrita por mi padre, o por Shakespeare, o por Beethoven o por Darwin. Resulta que todos ellos escribieron con aire, sobre aire; y de la balsámica atmósfera pesco ahora este pensamiento de Darwin: