Era soltero y no se había reproducido nunca; por tanto, desde el punto de vista evolutivo, era insignificante. También él podría haber sido considerado como una posibilidad matrimonial para Mary Hepburn. Pero también él estaba condenado. *Siegfried von Kleist sobreviviría a la puesta del sol, pero sucumbiría tres horas más tarde víctima de una marejada.
Eran ahora las cuatro de la tarde. Este huno nativo del Ecuador, de acuosos ojos azules y bigotes caídos, daba en realidad la impresión de que esperaba morir esa noche, pero no era más capaz de prever el futuro que yo. Los dos sentíamos esa tarde que el planeta vacilaba sobre su eje, que estaba a punto de ocurrir cualquier cosa.
Entre paréntesis, *Zenji Hiroguchi y *Andrew MacIntosh morirían heridos de bala.
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*Siegfried von Kleist no es una figura importante de mi historia, pero sí por cierto su único hermano, Adolf, tres años mayor y soltero como él. Adolf von Kleist, capitán del Bahía de Darwin, se convertiría de hecho en el antepasado de todos los seres humanos que viven hoy en la faz de la tierra.
Con ayuda de Mary Hepburn, se convertiría en un segundo Adán, por así decir. La profesora de biología de Ilium, sin embargo, como había dejado de ovular, no se convertiría en su Eva. De modo que ella tuvo que ser, en cambio, algo parecido a un dios.
Y este hermano supremamente importante del insignificante administrador del hotel llegaba en ese momento al Aeropuerto Internacional de Guayaquil en un avión de transportes casi vacío, desde la ciudad de Nueva York, donde había estado anunciando «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».
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Si Mary hubiera escuchado a los Hiroguchi a través del fondo del ropero, no habría entendido qué les preocupaba, pues susurraban en japonés, la única lengua que hablaban con soltura. *Zenji sabía un poco de inglés y de ruso. Hisako sabía un poco de chino. Ninguno de los dos sabía nada de español, quechua, alemán o portugués, las lenguas más comunes en el Ecuador.
También ellos estaban amargados por lo que sus cerebros supuestamente magníficos les habían hecho. Se sentían tontos sobre todo por haber permitido que los empujaran a semejante pesadilla, pues se suponía que *Zenji era uno de los hombres más inteligentes del mundo. Y era culpa suya, no de su esposa, que se hubieran convertido en prisioneros del dinámico *Andrew MacIntosh.
He aquí lo que ocurrió: *MacIntosh había visitado Japón con su hija ciega y su perra hacía poco más o menos un año; y allí conoció a *Zenji y vio el magnífico trabajo que llevaba a cabo en la Matsumoto Tecnológicamente hablando, *Zenji, aunque sólo tenía veintiocho años, se había convertido ^ abuelo. Había engendrado una computadora de bolsillo capaz de traducir muchas lenguas de modo instantáneo, que llamó «Gokubi». Y luego, en tiempos de la visita de MacIntosh al Japón, salió a la arena con el modelo piloto de una nueva generación de traductores de voces simultáneos, y lo llamó «Mandarax».
De modo que *Andrew MacIntosh, cuya empresa bancaria de inversiones conseguía dinero para hombres de negocios y para ella misma mediante la venta de bonos y acciones, llevó aparte al joven *Zenji y le dijo que era una idiotez que trabajara como asalariado, que *MacIntosh podría ayudarlo a que tuviera su propia corporación, y que en un abrir y cerrar de ojos sería billonario en dólares o trillonario en yens.
De modo que *Zenji le dijo que le gustaría pensarlo un tiempo.
Esta conversación exploratoria tuvo lugar en un restaurante de sushi en Tokio. El sushi era un poco de arroz frío con pescado crudo alrededor, un plato popular hace un millón de años. Por ese entonces a nadie se le ocurría pensar que en el dulce futuro casi no se comería otra cosa.
El florido y jactancioso empresario americano y el inventor japonés, reservado y relativamente parecido a una muñeca, se comunicaban mediante Gokubi, pues ninguno de los dos hablaba en absoluto la lengua del otro. No podían recurrir a Mandarax, pues el único prototipo estaba celosamente vigilado en el despacho de *Zenji en la Matsumoto. De modo que el cerebro voluminoso de *Zenji se puso a jugar con la idea de hacerse tan rico como el hombre más rico del Japón: el emperador.
Unos meses después, en enero, el mismo enero en el que Mary y Roy Hepburn pensaron que había tantas cosas por las que tenían que sentirse agradecidos, *Zenji recibió una carta de *MacIntosh en la que lo invitaba con diez meses de antelación a visitarlo en la ciudad de Mérida, Yucatán, México, y luego al viaje inaugural de un barco de lujo ecuatoriano llamado Bahía de Darwin, en cuya financiación él había tenido parte.
*MacIntosh había dicho en la carta escrita en inglés, que tuvo que ser traducida para *Zenji: Aprovechemos esta oportunidad para conocernos mejor.
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Lo que pretendía obtener de *Zenji, probablemente en Yucatán, o con toda seguridad durante «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», era que se comprometiese a encabezar una nueva corporación, cuyas acciones *MacIntosh convertiría en mercancía.
Como James Wait, *MacIntosh era un pescador de oportunidades. Tenía la esperanza de atrapar inversores utilizando como carnada no un rótulo con el precio, sino un genio japonés en computadoras.
Y me parece ahora evidente que el cuento que tengo que contar, que abarca un millón de años, no cambia tanto desde el principio al fin. En el principio, como en el fin, me sorprendo hablando de los seres humanos, a pesar del tamaño de sus cerebros, como si fueran gente de pesca.
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De modo que era noviembre ahora, y los Hiroguchi estaban en Ecuador. Por consejo de *MacIntosh, *Zenji había ocultado a sus patrones el lugar al que pensaba ir. Les había hecho creer que la creación de Mandarax lo había agotado y que él e Hisako querían pasar dos meses aislados y solos, lejos ¿e todo lo que les recordara el pasado. Les metió dentro de los voluminosos cerebros esta falsa información: había alquilado una goleta tripulada cuyo nombre no deseaba revelar, saldría de un puerto mejicano cuyo nombre no deseaba revelar, y harían un crucero por las islas del Caribe.
Y aunque la lista de pasajeros del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza» fue ampliamente difundida, los empleadores de *Zenji nunca llegaron a saber que el empleado más productivo de la Matsumoto estaría a bordo junto con su esposa. Como James Wait, también ellos viajaban con nombre falso.
¡Y también como él se habían desvanecido!
Nadie que los buscara hubiera podido encontrarlos, en ninguna parte. Una búsqueda organizada por los cerebros voluminosos ni siquiera empezaría por el continente adecuado.
12
Allí, en el hotel, junto a la habitación de Mary Hepburn, los Hiroguchi hablaban de *Andrew MacIntosh, susurrando; decían que era un verdadero maniático. Exageraban. *MacIntosh era por cierto frenético, codicioso y desconsiderado, pero no loco. Todo lo que su cerebro voluminoso creía que estaba sucediendo estaba en efecto sucediendo. Cuando había llevado a Selena, Kazakh y los Hiroguchi desde Mérida a Guayaquil en su Learjet privado, con él mismo en los mandos, sabía que la ciudad estaría bajo la ley marcial o algo muy semejante, y que las tiendas estarían todas cerradas, y que habría un número cada vez más crecido de gente hambrienta pululando por las calles, y que probablemente el Bahía de Darwin no se haría a la mar en la fecha prevista, etcétera, etcétera.
Los aparatos de comunicación de que disponía en Yucatán lo mantenían perfectamente al día sobre lo que ocurría en el Ecuador, o en cualquier otro sitio. Al mismo tiempo, mantuvo a los Hiroguchi, aunque no a su hija ciega, en la oscuridad, por así decir, acerca de lo que podía esperarles.