– ¿Adonde se dirigía? -le preguntó él, mirándola de reojo.
– A ningún sitio -respondió ella. ligeramente turbada porque la hubiese pillado mirándolo.
Él se giró y se apoyó contra la encimera, clavándole la mirada.
– Para sus vacaciones.
Oh, eso… Se había olvidado por completo de España. Además, en aquella cocina hacía bastante calor para tostarse la piel. La bata era demasiado cálida. Y también demasiado corta. Nunca había creído que tuviera que taparse los tobillos. Pero en esos momentos, unos tobillos desnudos sugerían unas piernas desnudas, y unas piernas desnudas sugerían un sinfín de posibilidades.
La bata era de su talla, pero había sido lavada a menudo y había encogido. Jacqui tuvo la incómoda sensación de que se le estaba abriendo a la altura de los muslos. No se atrevió a bajar la mirada para comprobarlo, pues con eso sólo conseguiría desviar la atención de Harry hacia sus piernas. Pero él parecía concentrado en la abertura de la bata sobre sus pechos. No la miraba con lujuria. Más bien parecía que intentaba recordar algo…
Se estaba volviendo loca. Se recordó que bajo aquella bata era la imagen de la pura modestia. Cuando había que levantarse en mitad de la noche para atender a un niño inquieto y asustado, lo más sensato para una niñera era dormir con pijama. En esos momentos sólo llevaba unos shorts y un top con finísimos tirantes, pero habría llevado aún menos ropa en una playa española. Pero no estaba en una playa. Estaba en una casa aislada del mundo con un hombre al que no conocía. Y ese hombre le estaba mirando el escote. Una situación bastante comprometida. Pero su escote estaba respondiendo.
Capítulo 5
QUIERE leche? -preguntó, pero no esperó su respuesta y se acercó al frigorífico, aprovechando para apretarse más el cinturón de la bata mientras estaba de espaldas a él.
– No, gracias -respondió cuando ella le ofreció la jarra. No esbozó ninguna sonrisa desdeñosa, pero Jacqui tuvo la sensación de que sabía lo que había hecho.
– ¿No es un poco tarde para tomar el café solo? -dijo, vertiendo leche en su propia taza.
Él no respondió, aunque su mirada le indicó a Jacqui que estaba caminando por una cuerda muy floja. Pero, a fin de cuentas, no la había mirado de otro modo desde su llegada.
– Es sólo mi opinión profesional -añadió.
– Guárdesela para Maisie, Mary Poppins.
Si quería que ella agachara la cabeza, tendría que hacerlo mejor. Después de todo, Mary Poppins era prácticamente perfecta en todo.
– La falta de sueño puede poner de malhumor a cualquiera -dijo, negándose a retroceder.
Mantener su mirada le estaba causando estragos en las rodillas, pero una vocecita no dejaba de susurrarle insidiosamente en su cabeza: «Tócalo. Necesita a alguien que lo abrace…»
– Pero tiene razón -añadió, intentando acallar la voz interior-. No es asunto mío. Pero luego no me culpe si no puede dormir.
– ¿Por qué no? Los dos sabemos que será usted la causa que me mantenga despierto…
Hizo una pausa, como si la imagen evocada por sus palabras lo hubiera pillado por sorpresa, haciéndole olvidar lo siguiente que iba a decir. El tiempo se ralentizó y Jacqui tomó conciencia de cada centímetro de su piel, mientras en su cabeza se formaba la imagen de Harry Talbot tendido en una cama, desnudo de cintura para arriba, pensando en ella…
No fueron sólo sus rodillas, sino todo el cuerpo lo que respondió a la inquietante imagen. Los pechos se le hincharon y los pezones se le endurecieron dolorosamente contra la bata. Había estado tan inmersa en un trabajo que lo exigía todo, que había olvidado las reacciones físicas de su cuerpo, y cómo éstas podían superar su fuerza de voluntad y dominar sus pensamientos…
– Como si fuera una espina en su colchón -dijo-. Iba a España -añadió para cambiar rápidamente de tema, respondiendo a su pregunta anterior.
– ¿España? -repitió él-. Ah, sí, sus vacaciones. ¿Se iba sola?
Jacqui tomó un sorbo de té, pues se había quedado con la boca seca.
– ¿Importa eso?
– Si fuera con su novio, imagino que estaría harto.
– Si fuera con mi novio, créame, sería yo la que estuviese harta. Pero no se preocupe. Ningún hombre fuera de sí va a presentarse en su puerta para empeorar aún más la situación.
Harry no pareció especialmente aliviado, aunque un hombre fuera de sí posiblemente hubiera sido un aliado para él.
– Hay muchos vuelos a España -dijo-. Sólo habrá perdido un día.
Jacqui no se dejó engañar. No era que Harry Talbot se preocupara por su bienestar. Simplemente, quería que se marchara de allí lo antes posible.
– Me temo que no es tan sencillo. Era una oferta de última hora. Si no me presento, pierdo el billete y su importe.
– ¿No puede cambiarlo?
¿Pero en qué planeta vivía ese hombre?
– No se moleste en intentar buscar una solución. Su prima y la agencia me compensarán por todo. Me han prometido que no perderé el dinero.
– Me alegra oírlo, pero no recuperará el dinero hasta dentro de un par de semanas, ¿verdad?
– No importa. En estos momentos sólo me dedico a hacer trabajos temporales, así que puedo programar mis vacaciones como mejor me convenga.
– Eso no me parece justo. Si le sirve de algo, yo correré con sus gastos y luego lo solucionaré con Sally.
– Santo Dios, sí que está desesperado por librarse de mí -dijo ella, intentando poner una mueca divertida-. Primero se ofrece a pagar la reparación de mi coche, y ahora a compensar la pérdida de mis vacaciones.
– Sólo intento hacer lo que es más razonable.
– ¡Razonable! Razonable sería lamentarse por las molestias y ofrecerle que se quedara en la casa mientras su incompetente familia solucionaba aquel desaguisado.
– No lo entiende, ¿verdad?
– ¿Entender el qué?
Jacqui tomó un sorbo de té y se arriesgó a mirarlo sobre el borde de la taza. No parecía tan insensible, sino más bien un poco desesperado, pero ella no quería sentirse culpable. No tenía motivos para ello. Era él quien se comportaba como un cretino.
– Tiene que entender que no podré ir a ninguna parte hasta asegurarme de que Maisie se queda en buenas manos.
– En ese caso le sugiero otra cosa, señorita Moore. Váyase a España y llévese a Maisie con usted -sugirió, y aguardó en silencio, como esperando una respuesta entusiasta que, obviamente, no se produjo-. De ese modo cobrará por estar tomando el sol.
Ella se echó a reír.
– Obviamente, tiene usted una idea muy limitada de lo que implica cuidar a un niño.
– Le pagaré la diferencia.
– Lo siento -dijo ella, sin lamentarlo en absoluto-. Pero, por muy atractiva que sea su oferta, hay dos buenas razones que me impiden aceptarla. Una, necesitaría contar con la autorización de la responsable legal de Maisie antes de sacarla del país… algo que seguro que hasta usted comprende que es indispensable. ¿Tiene idea de cómo se trafica con niñas pequeñas en el negocio de las adopciones ilegales?
– Creo que tengo bastante más idea que usted -respondió él-. Y como no soy el estúpido por el que usted me toma -siguió, sin darle tiempo a asimilar la primera respuesta-, he llamado a su agencia esta tarde y le he pedido a la encantadora señora Campbell que me enviara un e-mail con su curriculum y sus cartas de recomendación.
– ¿Y se lo ha enviado?
– ¿Por qué dejó la universidad a mitad del segundo año?
– Se lo ha enviado.
Lo dejó en eso. El no quería una respuesta a su pregunta. Simplemente había sido un juego de poder, una demostración de que lo sabía todo sobre ella, mientras que ella no sabía casi nada sobre él. No podía decir que estuviera teniendo un buen día.