– Y ahora que hemos aclarado ese pequeño detalle -siguió él-, y que gracias a la tecnología moderna Sally puede enviar por fax su autorización a la agencia, ¿cuál es su segunda objeción?
– Maisie quiere quedarse aquí. Y mi trabajo… es hacerla feliz -decidió que no era el mejor momento para decirle que no le estaban pagando por eso-. ¿Por qué no llama a su nueva amiga, la señora Campbell, y le pregunta si estaría preparada para confiar en que lo haga? -anticipándose a una respuesta negativa, decidió no perder más tiempo y marcharse-. Buenas noches, señor Talbot -se despidió, dirigiéndose hacia la puerta-. Que duerma bien.
– Llámame, Harry, por favor -dijo él de improviso-. Creo que hemos intercambiado los suficientes insultos para tuteamos, ¿no?
Jacqui tuvo que admitir que se sentía tentada. Y no era para menos. Aquel hombre era la tentación encamada. Con un buen corte de pelo y un afeitado, sería pura dinamita. Qué lástima que no tuviera un corazón digno de ese cuerpo.
– ¿Se está rindiendo, señor Talbot?
Él apretó brevemente la mandíbula, y Jacqui tuvo la impresión de que era ella la que tenía la lengua más afilada. Era imposible que un hombre de su estatura y su personalidad pudiera sentirse vulnerable, pero Jacqui deseó haber mantenido la boca cerrada por una vez y haber respondido a su invitación con una sonrisa alentadora.
– No, señorita Moore -dijo él-. Simplemente estoy ofreciendo una tregua por esta noche.
Por lo visto no se sentía afectado en absoluto. Seguía siendo el mismo de siempre. Jacqui podía estar atrapada en una colina brumosa con una princesita y un ogro, pero aquello no era un cuento de hadas. Y aunque el café le salía bastante bueno, iba a hacer falta algo más que una taza para transformar a Harry Talbot en el príncipe azul. ¿Un beso, quizá?
– En ese caso -se apresuró a decir-, y hasta que se reanuden las hostilidades al amanecer, buenas noches, Harry.
Por un momento, pareció que él iba a responder, y Jacqui esperó con la mano en la puerta, confiando en que se ablandara y le ofreciera algo más.
– Buenas noches, Jacqui -fue todo lo que dijo.
A Jacqui no le quedó más elección que cerrar la puerta y alejarse, pero al subir las escaleras la acompañó una sensación de arrepentimiento. Tenía la inquietante certeza de que se había acercado a algo importante, pero había estado demasiado ocupada defendiéndose a sí misma como para identificar de qué se trataba. Fue a ver a Maisie, que dormía plácidamente. Le estiró las sábanas y la contempló un rato más antes de retirarse a su habitación. Harry permaneció inmóvil durante largo rato. El café se le enfrió en la taza y en la cafetera, mientras él aguardaba a que las aguas volvieran a su cauce.
Finalmente, un gato se estiró y salió por la puerta de la cocina, en busca de su caza nocturna. El perro de caza también se levantó y se acercó a Harry para rozarle la mano con el hocico, sugiriéndole que era hora de dar un paseo. Los animales no parecían conscientes del remolino que había provocado la presencia de Jacqui. Un remolino que lo había alterado todo; el aire, la atmósfera, la soledad, a él mismo…
Salió rápidamente de la cocina, agarrando el abrigo del perchero y se internó en la oscuridad. Los viejos labradores se dieron la vuelta al cabo de un rato, pero el sabueso permaneció a su lado mientras Harry recorría los campos con la única determinación de sacar a Jacqui de su cabeza. Y de su corazón.
Jacqui dejó a Maisie decidiendo entre el tafetán rosa y la seda amarilla, y bajó las escaleras con la intención de buscar una ropa más adecuada para ella misma. Miró en el despacho, pero no había ni rastro de Harry Talbot. Ni tampoco parecía que hubiese estado allí, pues la bolsa con el correo seguía en el mismo lugar donde ella la había dejado. Tuvo más suerte en la cocina, donde había una mujer mayor ocupada en vaciar el lavavajillas.
– ¿Es usted Susan? -le preguntó, contenta de encontrar a una posible aliada-. Soy Jacqui. La niñera de Maisie. Temporalmente -no tenía sentido crear más confusión intentando explicar cuál era exactamente la situación-. ¿Le ha explicado el señor Talbot el malentendido?
– ¿El señor Harry? No, pero la verdad es que lo evito tanto como puedo -respondió la mujer, secándose las manos en su delantal-. Sólo vengo a diario porque la señora se negó a marcharse hasta que le prometí que me encargaría de todo. Y que me aseguraría de que él tuviera algo que llevarse a la boca -se encogió de hombros-. Como es natural, me he enterado de que alguien se presentó ayer por la tarde con la señorita Maisie.
A Jacqui no la sorprendió lo rápidamente que se propagaban los cotillees por el pueblo.
– Esperaba encontrar aquí a la señora Talbot. El plan era que Maisie se quedara con ella mientras su madre estaba de viaje.
– ¿Ah, sí? No sé nada de eso. La señora se fue a Nueva Zelanda, ¿sabe? A visitar a su hermana.
– El señor Talbot me dijo que estaba fuera.
– Él lo pagó todo. Incluso un billete en primera clase.
– Qué generoso…
– Sí, supongo que sí -dijo la mujer, sin mucha convicción.
– ¿No le dijo que Maisie vendría para quedarse?
– Pues no. La señorita Sally no hizo preparativos para eso.
Jacqui frunció el ceño.
– ¿Cuándo se marchó a Nueva Zelanda la señora Talbot?
– En noviembre.
– ¡Pero de eso hace cinco meses!
– Correcto. Y parte del trayecto la hizo en barco. Aunque llegó a tiempo para la Navidad.
– Oh.
– No tendría sentido recorrer un camino largo para quedarse sólo cinco minutos, ¿verdad?
– Eh… no. ¿Y tiene previsto volver pronto?
– No que yo sepa. En su última carta decía que, siempre que al señor Harry no le importe ocuparse de todo, se quedará una temporada.
– ¿Y el señor Ha… el señor Talbot está de acuerdo?
– Bueno, no está precisamente contento, pero al menos no tiene prisa por marcharse. Esto es lo más parecido que tiene a un hogar.
Jacqui se obligó a refrenar su curiosidad. Una pregunta en falso sería cotillear.
– No entiendo por qué la señorita Talbot ha enviado a Maisie aquí. Debería haber sabido que su madre no estaba.
– Vive en su propio mundo. Siempre ha sido así.
– Aun así, es difícil creer que alguien pueda cometer un error semejante. ¿Quiere una taza de té? -le ofreció Jacqui.
– No, gracias. Voy a ocuparme de las gallinas. Pero tomaré una cuando vuelva, si no le importa. Esta mañana hace mucho frío ahí fuera.
Le echó una mirada reprobatoria a su ropa y se dirigió hacia la puerta. Jacqui no pudo evitar sentirse decepcionada. No le gustaban los cotillees, pero había esperado mantener una conversación agradable que respondiera a las preguntas que no le habían dejado dormir por la noche.
– Por supuesto. Pero antes de que se vaya, ¿puedo hacerle una pregunta?
– Pregunte -dijo la mujer con cierto recelo-. Pero no le prometo que responda.
– Maisie no ha traído ropa para salir al campo. No tiene nada en su habitación, y el señor Talbot no parece saber dónde guarda sus cosas.
– ¿Por qué habría de saberlo?
– No lo sé. La verdad es que no sé nada.
Tal vez la humildad fuera la respuesta adecuada, porque la expresión de Susan cambió.
– Bueno, siempre está vagando de un sitio a otro. Pueden pasar meses, incluso años, sin que sepa nada de él, hasta que de pronto aparece.
Vaya suerte la suya, pensó Jacqui, de que sus visitas a High Tops hubieran coincidido. Le habría gustado obtener más detalles, pero Susan ya se dirigía hacia la puerta.
– ¿Lo sabe usted? -le preguntó, en un último y desesperado intento.
La mujer reflexionó un momento, pero negó con la cabeza.
– No -respondió secamente.