– Sólo si Harry aparece también en la foto -insistió Maisie-. Para que sea exactamente igual.
– Es una magnífica idea -dijo Jacqui, aunque no estaba segura de que Harry pensara lo mismo.
– ¿Se lo pedirás por mí?
– Sí, cariño. Claro que se lo pediré.
– Antes de que me ponga la sudadera.
Maisie era pequeña, pero desde luego era una niña precoz. Jacqui se libró de un duelo inmediato en el que poner a prueba sus habilidades negociadoras, ya que Harry no se quedó esperando para hablar con ella. Después del desayuno, dejó a Maisie «ayudando» a Susan en la cocina y fue a llamar a Vickie. Al abrir la puerta del despacho, Harry levantó la vista del montón de cartas que había sacado de bolsa y la miró con tanta fiereza que Jacqui dio un paso atrás.
– Lo siento. No pretendía molestarte.
– Tu presencia en esta casa molesta hasta el aire -declaró él, y respiró hondo, como si estuviera contando hasta diez-. Sin embargo, he de aceptar que no puedes hacer nada al respecto, así que, ¿puedes dejar de ir de puntillas a mi alrededor, por favor?
– Ayudaría mucho si no me miraras como si te ofendieras al verme -señaló ella.
– Yo no… -empezó él con irritación, pero se interrumpió y desechó el asunto con un gesto, como dando a entender que Jacqui era demasiado sensible-. ¿Has dejado tu aquí este montón de basura?
– Si te refieres al correo, sí. La mujer de la tienda del pueblo me pidió que te lo trajera cuando me detuve para preguntarle el camino.
– Pues cuando te marches te sugiero que se lo devuelvas y le digas que…
– Tengo una idea mejor -lo interrumpió ella, cansada de su malhumor-. ¿Por qué no hablas tú mismo con ella? -se atrevió a preguntarle, y decidió cambiar rápidamente de tema-. ¿Has sabido algo de tu prima?
El negó con la cabeza.
– Y supongo que tú no has recibido ninguna alegría de la agencia.
– Estaba a punto de llamar.
– Adelante.
Empujó el teléfono hacia ella y Jacqui levantó el auricular, pero no parecía haber línea.
– No hay línea.
Él le quitó el auricular y se lo pegó a la oreja.
– ¿Me equivoco? -le preguntó ella con engañosa dulzura.
Podía ser que la grosería de Harry Talbot fuese un escudo contra la compasión. De ser así, estaba funcionando. Harry masculló algo incomprensible, pero ella no le pidió que lo repitiera. No creía que fuese algo que quisiera ni debiera oír.
– Ocurre todo el tiempo aquí arriba -dijo en voz alta-. Es una sueñe que tengas móvil.
– ¿Quieres que informe de la avería?
– Si crees que debes hacerlo…
En realidad, Jacqui estaba contenta de dejarlo sin comunicación con el mundo exterior, y estaba convencida de que el mundo exterior se lo agradecería. Pero no tenía sentido expresar su opinión y enfadarlo aún más, y menos cuando tenía que pedirle un favor.
Pero lo primero era llamar por teléfono. Si las noticias que recibía eran buenas, Harry estaría de mejor humor. El único problema era que no recordaba dónde había metido su móvil. Dejó a Harry en el despacho y buscó en sus bolsillos, que era donde lo llevaba durante el día, y en la mesilla de noche, donde sólo encontró el brazalete de plata. Se abrochó la cadena en la muñeca y miró bajo la cama, por si acaso el aparato había caído al suelo. Nada. Tampoco estaba en la cocina, y Maisie, ataviada con un gran delantal y con las mejillas cubiertas de harina, no supo responderle cuando le preguntó si lo había visto. Sólo quedaba el despacho, ya que era el último lugar donde recordaba haber estado, así que no tenía más remedio que entrar en la guarida del león por segunda vez aquella mañana. Aunque esa vez tuvo la precaución de llamar a la puerta antes de abrir.
– ¿Y bien? -preguntó Harry, levantando la mirada.
– No encuentro mi móvil por ninguna parte. No sé dónde más buscar.
– No lo he visto, pero tampoco estaba prestando atención -dijo él, y señaló el correo desperdigado por el escritorio-. Tal vez encuentres algo bajo todo esto.
Ella agarró un puñado de propaganda y la tiró directamente a la papelera. Después de haberla llevado a la casa, lo menos que podía hacer era separar el correo personal y las facturas en montones diferenciados. Entonces se percató de que la estaba mirando.
– ¿Qué?
– Sigue. Estás haciendo un buen trabajo.
– Es bueno saber que soy útil en algo, aunque sólo sea en tirar la basura -dijo ella-. Tendrías que hacer algo para que dejaran de enviarte tanta propaganda inútil -tiró el último folleto a la papelera y ordenó los papeles de la mesa-. No está aquí -observó, empezando a sentirse un poco desesperada-. Esto es increíble. Tiene que estar en alguna parte. ¿Te importaría levantarte? Él obedeció y ella buscó entre el respaldo y los laterales del sillón, calentado por su cuerpo. Un calor provocado por el duro trasero y los muslos que tenía a escasos centímetros del rostro…
– No está aquí -dijo, retirándose.
– Tal vez haya caído al suelo.
Jacqui ya se había arrodillado antes de darse cuenta de que, en vez de permanecer de pie, Harry había hecho lo mismo. Y al levantar la mirada, esperando no ver nada más peligroso que sus rodillas, se encontró mirando directamente a sus ojos. Lo apropiado habría sido sonreír y mantenerle la mirada. Pero la cercanía de sus ojos leonados le provocó tanto calor que se vio obligada a retroceder. Al hacerlo, se chocó con el borde de la mesa y cayó sobre sus rodillas con un grito de dolor. Lo siguiente que supo fue que estaba sentada en el sillón de Harry y que él estaba agachado frente a ella, mirándola atentamente.
– ¿Jacqui?
– No pasa nada… -dijo, intentando levantarse-. Estoy bien.
Él le puso una mano en el hombro para que no se moviera.
– Estate un minuto sin moverte. Te has dado un buen golpe.
– No, de verdad que no -insistió, pero se sentía como si le hubiera explotado la cabeza y tenía las rodillas muy débiles-. Estaré bien enseguida.
– Mírame -le ordenó él-. ¿Cuántos dedos hay?
Tras quedar convencido de que Jacqui no veía doble, se levantó y le apartó suavemente el pelo de la frente.
– ¿Eres médico? -le preguntó ella.
– Sí, y puedo decirte que el pronóstico es dolor de cabeza y un chichón del tamaño de un huevo.
– Eso también podría decirlo yo… -le costaba trabajo hablar-. ¿De verdad eres médico?
– He perdido un poco de práctica -admitió él-, pero podré ocuparme de un pequeño bulto en la cabeza.
– ¡Pequeño! -exclamó ella.
– Bien, ya casi te has recuperado por completo. Iré por una bolsa de hielo.
– No es necesario.
– ¿Cuestionas mi diagnóstico? ¿También eres médico?
– Tu sarcasmo sobra -espetó ella-. Has leído mi curriculum y sabes exactamente lo que soy.
– Me he hecho una idea, pero me gustaría saber por qué dejaste la carrera de Enfermería -dijo, pero levantó un dedo para que no hablara, casi rozándole los labios-.Guarda silencio y no te muevas. Enseguida vuelvo.
– Sólo iba a decirte que no te metieras en lo que no te importa -murmuró ella testarudamente, pero sólo cuando él hubo salido del despacho. Estaba claro que Harry sabía de lo que estaba hablando al aconsejarle que no hablara, porque nada más hablar deseó haberlo obedecido.
– Susan está preparándote una taza de té -dijo él al regresar un par de minutos después, con hielo triturado y envuelto en un trapo. Se lo presionó suavemente contra la frente-. ¿Qué tal?
– Frío -respondió ella-. Maravillosamente frío -añadió, ya que lo primero no sonaba muy agradecido. Sin embargo, la idea del té le provocaba náuseas, aunque no se lo dijo-. Gracias -levantó una mano para sostener el hielo, y los dedos se entrelazaron brevemente con los de Harry al intercambiar posiciones-. ¿Qué está haciendo Maisie? -preguntó, más como distracción que porque realmente le interesara saberlo.