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– Deberías tomarte las cosas con calma.

– Y lo hago. Me he pasado toda la mañana durmiendo frente al fuego mientras Susan ha estado haciendo mi trabajo además del suyo.

¡No! Aquello no era un trabajo. No le estaban pagando por hacerlo. Lo hacía porque no tenía más remedio…

– Si te tranquiliza saberlo -añadió-, te prometo que no prepararé nada más que una tostada o un sándwich. ¿Qué prefieres?

Él la miró con ojos entornados, y ella supo que había hecho bien en no invitarlo a la cocina.

– Si vas a preparar unos sándwiches, tomaré uno aquí -dijo finalmente.

La dejó de pie en la puerta, se dirigió hacia el escritorio y, como si quisiera demostrar que no tenía intención de moverse en todo el día, se sentó y abrió el ordenador portátil. Harry encendió el portátil, obligándose a no mirar a Jacqui mientras ésta salía de la biblioteca. Pero la suavidad de su piel parecía haberse quedado impregnada en sus dedos, y su esencia femenina lo embargaba y reavivaba como la suave brisa primaveral.

No eran unos pensamientos muy apropiados para un médico, pero hacía seis meses que no pensaba en sí mismo como tal. No podía creer que se lo hubiera dicho a Jacqui. Como si quisiera que pensara bien de él… ¡Le importaba un bledo lo que pensara de él! Puso una mueca. No podía exigirle que regresara a Londres aquel mismo día, ni aunque su coche estuviese arreglado, la línea telefónica restablecida y Sally hubiese encontrado una solución alternativa para Maisie.

Se pasó la mano por el rostro, sintiendo la aspereza de una barba incipiente. ¿Acaso le extrañaba que cuando le abrió la puerta a Jacqui, ésta lo mirara como si fuese un monstruo? Volvió a cerrar el portátil.

¿Y qué si lo había mirado así? Cualquier cosa era mejor que la compasión. El no quería su compasión. Quería…

La llegada de la grúa del taller le evitó enfrentarse a su verdadero deseo. Pero cuando echó la silla hacia atrás, contento de librarse de sus pensamientos, vio la pulsera de Jacqui en el suelo, junto a la mesa. Y entonces, al agacharse para recogerla, vio la clavija del teléfono desenchufada.

Capítulo 8

MIENTRAS se aproximaba a la cocina, Harry oyó una carcajada.

– Susan, tengo que hablar contigo -dijo al entrar, con más brusquedad de la que pretendía.

– Tengo prisa -dijo ella, sacando un pañuelo para la cabeza del bolsillo-. Debería haberme ido hace media hora.

– Sólo será un minuto. Quería pedirte que tengas más cuidado cuando pases la aspiradora.

Susan pareció indignarse.

– Lo hago lo mejor que puedo. Los perros no deberían entrar en la biblioteca ni en el salón. La señora no lo permite cuando está en casa. Aunque si tuviera uno de esos aparatos nuevos…

– ¡No estoy hablando de los pelos de perro, maldita sea!

Tres pares de ojos lo miraron fijamente. Unos, con una mirada entornada y desaprobatoria; otros, muy abiertos, y otros, enmarcados por unas cejas ligeramente arqueadas. Ignoró las otras dos miradas y se concentró en Susan.

– Sé que trabajas muy duro limpiando la suciedad que dejan los animales de Sally, pero ése no es el problema -hizo una pausa, en la que tuvo la extraña impresión de que las tres mujeres contenían la respiración-.Todo lo contrario. En tu esfuerzo por hacer bien tu trabajo, has debido de desenchufar el teléfono de la biblioteca. Por eso no hemos podido hacer ni recibir llamadas durante toda la mañana.

Susan frunció el ceño.

– Pero yo no he…

Por el rabillo del ojo Harry captó un movimiento, pero cuando se giró para mirar a Jacqui, ésta sólo estaba apartándose el pelo tras la oreja. Lo miró interrogativamente, pero él no quiso responder a la pregunta tácita y se volvió hacia Susan.

– Lo siento, señor Harry -dijo ella, con una docilidad poco habitual-. Tendré más cuidado de ahora en adelante.

– ¡No! -gritó Maisie, levantándose con tanto ímpetu que casi volcó la silla-. ¡No! No le eches la culpa a Susan -espetó, mirándolo furiosa-. He sido yo -declaró, como una adolescente rebelde más que como una niña de seis años-. Yo lo he hecho.

¿Maisie? ¿Y lo había hecho deliberadamente?

Harry volvió a mirar a Jacqui y entonces se dio cuenta de que ella ya lo sabía, pues lo estaba mirando con ojos suplicantes, rogándole en silencio que fuera amable y comprensivo… Algo de lo que Susan era incapaz, al haber asumido la culpa en defensa de Maisie.

– ¿Qué has hecho Maisie?

– Yo desenchufé el teléfono.

– ¿En la biblioteca?

– En la biblioteca, en el despacho, en la cocina… -enumeró la niña, desafiante.

Harry se acercó al teléfono de la cocina y siguió el cable hasta un enchufe escondido tras un sofá. La clavija estaba en el suelo. Sin molestarse en preguntarle a Maisie cómo sabía hacer eso, pues sin duda lo había aprendido de su madre cada vez que ésta desconectaba el teléfono cuando no quería recibir llamadas, volvió a enchufarlo y se levantó. Maisie podía ser un pequeño demonio, pero al menos no quería que nadie asumiera la culpa por ella. Harry sabía exactamente por qué había desconectado los teléfonos. No quería que Jacqui ni él hablaran con Selina ni con la tía Kate y se la llevaran a otra parte. Quería quedarse allí.

– Gracias por ser tan sincera. Has sido muy valiente -le dijo a la niña. y se volvió hacia Susan-. Y tú eres mucho más amable de lo que se merece. Deja una nota sobre ese aparato en mi mesa y veré lo que puedo hacer.

En ese momento llamaron a la puerta trasera.

– Es el mecánico que viene a ver tu coche -le dijo Harry a Jacqui, agradeciendo la distracción-. ¿Puedes llamar a tu agencia mientras hablo con él? -le preguntó sin ocultar su enfado. Jacqui era una mujer adulta y no se merecía los miramientos de Maisie-. Deben de estar muy preocupados por no tener noticias tuyas. ¿O también era mentira que has perdido el móvil?

No esperó su respuesta, porque no le interesaba en absoluto. Jacqui le había mentido. Lo había mirado con sus grandes ojos grises y le había sostenido el teléfono para que él mismo comprobara que no había línea, pero sabiendo todo el tiempo lo que Maisie había hecho. Mientras Harry salía de la cocina, oyó que el teléfono empezaba a sonar. Pero en vez de sonar como una señal de alivio, pareció un toque de difuntos.

– Buenos días, doctor Talbot -lo saludó el mecánico, que ya había cargado el coche de Jacqui en la grúa y se estaba limpiando las manos con un trapo.

– Mike… ¿Vas a llevarte el coche al taller?

– Es mejor examinarlo a fondo. No hay nada peor que un trabajo a medio hacer.

– No.

– ¿Quiere que espere hasta que su visita se marche? Supongo que esa mujer no querrá destrozar un tubo de escape nuevo por bajar otra vez por el camino, ¿verdad?

Harry no había dicho que tuviera una visita en casa ni que el VW perteneciera a una mujer. Pero Jacqui había preguntado la dirección en la tienda del pueblo, lo que era igual que pregonarlo a los cuatro vientos.

– ¿Cuándo estará listo?

Cuanto antes fuera, antes podría echar a Jacqui de su vida y volver a la normalidad.

– Oh, bueno… Intenté llamarlo antes. ¿Sabe que no tiene línea telefónica? Ya me he encargado de avisar a los operarios.

– Pues tu llamada ha debido de surtir efecto, porque vuelvo a tener línea.

– Estupendo -dijo Mike, y señaló el coche-. El problema es que este vehículo es un modelo viejo. Harán falta un día o dos para conseguir las piezas, pero como tenía que venir a decírselo en persona, pensé en ahorrarme un viaje y llevarme el coche conmigo. ¿Va a suponer algún problema el retraso?

– ¿Supondrá alguna diferencia si te digo que sí?

– No, pero podría conseguir un coche de alquiler mientras tanto, si la señora necesita ir a alguna parte.