Harry resistió la tentación. Aunque le ofreciera a Jacqui un medio de transporte alternativo, ¿adónde iría? Él había pensado sugerirle que se llevara a Maisie a su casa. Si se negaba, no podría insistirle. Además, tal vez no tuviera espacio en casa.
– Nos las arreglaremos. Tú limítate a arreglarlo lo más rápido que puedas. Y, Mike, deberías pedirle a tu hermano que hiciera algo con los baches del camino, aunque sólo sea como una medida temporal. Hablaré con él para una solución definitiva en cuanto el tiempo mejore.
– No espere mucho tiempo. Después de Pascua empezará a trabajar en las nuevas casas.
– ¿Las nuevas casas?
– Su tía Kate es una mujer muy astuta. Ha conseguido que se apruebe el permiso de construcción para ese campo que hay junto a la carretera, gracias a que insistió en viviendas de bajo coste. Eso hará que los jóvenes se queden a vivir en el pueblo y que se salve la escuela. Y supondrá trabajo para todos nosotros -asintió hacia la casa-. ¿Enviará allí a su chica?
Las palabras de Mike traspasaron como un cuchillo el corazón de Harry.
– No, no va a quedarse aquí. Avísame cuando el coche esté listo -sin esperar respuesta, se dio la vuelta y se alejó, pero no hacia la casa, sino colina arriba, perdiéndose en la niebla.
Jacqui colgó el auricular y vio que su precioso coche estaba siendo cargado en una grúa. Como no veía a Harry por ninguna parte, salió a averiguar qué estaba pasando. El mecánico acabó de asegurar el coche y levantó la mirada.
– Buenos días. señorita. ¿Esta es su pequeña belleza?
– Sí -respondió ella con una sonrisa- Es precioso, ¿verdad?
– Sí que lo es. Lástima que haya tenido que subirlo hasta aquí.
– ¿Adonde se lo lleva?
– A mi taller. Por cierto, me llamo Mike -extendió la mano, pero la retiró al ver que no estaba muy limpia-. El taller está detrás de la tienda del pueblo. Le he dicho al doctor Talbot que pasarán un par de días hasta que pueda conseguir las piezas. Es por la antigüedad del modelo, ¿sabe? Le he sugerido un coche de alquiler mientas tanto, pero lo ha rechazado.
– ¿En serio?
El corazón le dio un vuelco. Tal vez fuera la emoción de saber que Harry no quería que se marchara enseguida. Después de lo que había pasado con los teléfonos, Jacqui había temido que la echara de su casa a la menor oportunidad.
– Si no le parece bien, señorita, dígamelo y encargaré el coche enseguida.
– ¿Qué? Oh, no. No, de verdad que no. Si necesito bajar al pueblo, estoy segura de que a Harry no le importará prestarme el Land Rover. Y comprendo lo de las piezas. He tenido problemas similares en el pasado. No hay ninguna prisa.
Por alguna razón, aquello pareció divertir al mecánico.
– Lo que usted diga, señorita. ¿Le importa cerrar la verja cuando yo salga?
– Con mucho gusto.
Esperó a que Mike saliera con la grúa y cerró la verja antes de volver a la casa. La niebla se había disipado ligeramente, lo bastante para ver el buen emplazamiento de la mansión. Ya no parecía amenazadora, sino un refugio para el mal tiempo. Entonces vio un movimiento a lo lejos, y distinguió una figura oscura subiendo rápidamente a la cumbre. Harry tenía todo el derecho a estar enfadado. Ella debería haberle contado lo que había hecho Maisie con los teléfonos. Y ahora había agravado aún más la situación al animar a Mike para que se tomara su tiempo arreglando el coche.
En realidad eso no suponía ninguna diferencia, puesto que todo lo que Vickie le había dicho por teléfono era que Selina Talbot no había respondido a sus mensajes, añadiendo que no se preocupara y que estaba trabajando en ello. Tal vez debería hacer el trabajo completo, volver a llamar a Vickie y decirle que también ella se tomara su tiempo. Aunque estaba llegando a la conclusión de que tampoco eso supondría ninguna diferencia. Selina Talbot tenía que saber que su madre estaba en Nueva Zelanda, ya que un viaje así no se programaba en el último minuto. Y llevaba allí cinco meses, por el amor de Dios. Era imposible no saberlo. Tal vez fuera una paranoia, provocada por el golpe en la cabeza, pero Jacqui empezaba a sospechar que Selina Talbot sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Harry era el único adulto responsable que estaba disponible, y en vez de darle la oportunidad de que se negara, algo que sin duda él habría hecho, le había enviado a la niña… con niñera incluida.
E igualmente obvio era que, a pesar de sus protestas, Vickie Campbell sabía cuál era la situación desde un principio. Vickie nunca dejaba nada al azar en su trabajo. Lo único que desconcertaba a Jacqui era que nadie hubiese pensado en meter en la bolsa de Maisie una ropa más adecuada para el campo.
– Los conejos. Vamos a ver los conejos.
Maisie estaba enseñándole a Jacqui la reserva particular de animales. Habían saludado a los cachorros y a su madre, le habían dado una manzana a Fudge y le habían acariciado la crin, y les habían llevado zanahorias a los burros. Ahora estaba siendo arrastrada hacia una pequeña explanada tras los establos, donde vivían los conejos y las gallinas. La desgana de Jacqui era más por las gallinas que por los conejos. No le gustaban nada sus pequeños y afilados picos, sus ojos diminutos y brillantes ni el modo en que levantaban la cabeza al caminar. La ponían muy nerviosa. Los conejos, mucho más desconfiados, se resistían a abandonar la seguridad de la conejera y acercarse.
– Prueba con una zanahoria, Maisie. A los conejos les encantan, ¿no?
– No tanto como las hojas de diente de león.
Jacqui dio un respingo al oír la voz de Harry tras ella. La hierba había amortiguado sus pasos, y ella había estado tan concentrada en las gallinas que no lo había visto acercarse. Se dio la vuelta, preguntándose si la caminata por la colina habría aliviado su enfado, pero el rostro de Harry no revelaba ninguna emoción.
– ¿Por qué no me lo dijiste, Jacqui? -preguntó él.
Jacqui no quería que Maisie presenciara lo que sin duda iba a ser una conversación bastante incómoda, así que la dejó metiendo una zanahoria a través de la valla de alambre y se alejó hasta el muro de piedra en el extremo de la explanada. Harry captó la insinuación y la siguió. Se apoyó de espaldas contra el muro y esperó una explicación.
– Supe lo del teléfono pocos minutos antes que tú -dijo ella-. Te pido disculpas por no habértelo dicho, pero no quería que te enfadaras con Maisie. Mi intención era arreglarlo en cuanto tuviese ocasión. Y lo habría hecho enseguida, si no te hubieras quedado en la biblioteca.
– ¿Temías que me enfadara y le gritara a Maisie?
– Sí -admitió ella, mirándolo a los ojos-. Aunque tú no gritas, ¿verdad?
– A pesar de mi aspecto, Jacqui, no soy un ogro.
Ella alargó una mano y lo tocó ligeramente en el brazo. Por supuesto que no era un ogro. Sólo era un hombre triste y desdichado. Pero ¿no eran así los protagonistas de los cuentos de hadas?
– Reprimes todas tus emociones. Tal vez sería mejor que le gritaras a Maisie. Seguro que podría soportar un estallido emocional tuyo mucho más que tu silencio -se encogió de hombros-. Que tú pudieras o no, es otra cuestión.
– No necesito la psicología de una aficionada -dijo él.
– Sólo te estoy diciendo cómo lo veo yo, pero la próxima vez que desaparezcas entre la niebla, deberías probar a abrir la boca y soltar un grito desgarrador. Es muy terapéutico.
Le sostuvo la mirada, desafiante, y al final fue él quien la apartó y la perdió en la niebla.
– No espero que entiendas lo difícil que me resulta…-hizo un gesto de impotencia con la mano.
– Sólo es una niña pequeña, Harry. Que sea adoptada y de un color distinto al tuyo no la hace diferente. Quiere que la aceptes…
Estuvo a punto de añadir «y que la ames», pero pensó que sería un golpe emociona] demasiado fuerte. Harry frunció el ceño.
– ¿Un color distinto al mío?
Jacqui tragó saliva, arrepintiéndose por haber elegido aquel momento para hablar. Pero ya no podía echarse atrás.