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– Me lo dijo ella.

– ¿Qué? -preguntó él. perplejo-. ¿Qué te dijo?

– Cuando intenté explicarle que no podía quedarme aquí, ella me preguntó si se debía a que fuera adoptada. A su color…

Miró a Maisie. que les estaba cantando una cancioncilla a los conejos. Parecía tan feliz, tan tranquila, tan distinta a la niña del día anterior…

– ¿Qué dijo, Jacqui?

Ella levantó una mano, incapaz de hablar.

– De acuerdo -dijo él-. Puedo imaginármelo. Dijo que yo no la quería porque era adoptada o diferente, ¿es eso?

Ella asintió.

– ¿Es un problema para ti? -consiguió preguntar.

El permaneció callado durante un rato, con la mirada perdida en el vacío.

– Sí, es un problema -respondió finalmente, mirándola a los ojos.

Jacqui no dijo nada, pero su expresión delató su espanto.

– Cuando la miro -siguió él-, todo lo que siento es…

– No, no digas más -lo interrumpió ella, separándose unos pasos-. Aquí estoy, muriéndome de vergüenza por hablar mal de ti, ¿y tú me dices que es cierto?

– Yo…

– ¡Mira, Jacqui! -exclamó Maisie, corriendo hacia ellos con el rostro iluminado y algo en las manos.

Jacqui se recompuso a toda prisa, se dio la vuelta y se agachó con una sonrisa forzada.

– ¿Qué tienes ahí, cariño?

Maisie abrió las manos para enseñar un polluelo amarillo.

– Oh, se ha hecho… eso en mis manos.

– Justo lo que necesitábamos -murmuró Harry por encima de ellas-. Pollos sueltos por ahí…

– ¿Dónde lo has encontrado, Maisie? -le preguntó Jacqui, antes de que Harry pudiera decir algo más que disgustara a la niña. Sacó un pañuelo del bolsillo y le limpió las manos a Maisie, recibiendo un picotazo del animal. Incluso los polluelos de peluche tenían picos…

– Detrás del seto. Hay muchos. Ven y verás -sin esperar respuesta, echó a correr por la explanada con sus grandes botas de agua.

– ¡Espera! Ten cuidado, Maisie, no vayas a pisarlos.

No le gustaban los pollos, pero tampoco quería verlos pisoteados. La niña se quedó inmóvil, con una pierna cómicamente suspendida en el aire. Estaba contenta, muy contenta, y Jacqui sintió que se le encogía el corazón por ella…

– Vamos a necesitar una caja de cartón para meterlos. Creo que he visto una en la cocina -se giró hacia Harry, que seguía apoyado en el muro-. ¿Quieres ir por ella?

– Mejor no preguntes lo que quiero -espetó él.

– Ya lo he hecho, pero tranquilo. Eso no va a suceder todavía.

– Hablas como si supieras algo que yo ignoro.

– Primero los polluelos -dijo ella-. Y luego las malas noticias.

Capítulo 9

AUNQUE agradecida por la distracción, Jacqui contuvo la respiración cuando Maisie le ofreció un polluelo a Harry al regresar éste con la caja. Parecía tan grande al lado de la niña… Y Maisie parecía tan vulnerable que Jacqui temió que pudiera destrozarla con una palabra cruel. Pero, tras unos momentos de duda, Harry se agachó, dejó la caja en el suelo y dejó que Maisie le pusiera el polluelo en las manos, esperando con inquietud su aprobación

– Bueno, ¿a qué estás esperando? -preguntó él-. Ve por más.

No era precisamente una alabanza, pero Maisie salió corriendo, ansiosa por complacerlo, y se tropezó con sus propias botas. Harry alargó una mano para sujetarla, pero el impulso de Maisie lo llevó fuera de su alcance.

La niña recuperó rápidamente el equilibro y volvió a toda prisa al seto, llena de entusiasmo. Sólo duró un segundo, pero la expresión de Harry delató sus emociones internas. Tras la máscara de hielo había exasperación. Regocijo. Pero sobre todo amor. Cuando volvió a mirar a Jacqui, las emociones se habían borrado, pero ella no se dejó volver a engañar.

– ¡Ay! -exclamó, al recibir en el tobillo el picotazo de la gallina, que no parecía estar de acuerdo con la operación de rescate-. Oye, sólo estamos cuidando de tus hijitos, ¿de acuerdo?

– Te dije que te pusieras botas -le dijo Maisie en tono de reproche.

Jacqui miró a Harry por el rabillo del ojo.

– Será mejor que eso no sea una sonrisa -le advirtió.

– En absoluto -le aseguró él.

– Mmm…

Diez minutos más tarde, Maisie dejó al último polluelo en la caja.

– Parece que ya están todos -dijo Jacqui-. ¿Dónde los ponemos?

– En el establo. Toma, lleva tú la caja -le dijo Harry, poniéndole la caja en los brazos-. Iré a colocar unas tablas para que no se escapen.

– Necesitan agua y comida -le recordó Maisie, aún frenética por el entusiasmo.

– Tienes razón. ¿Quieres ocuparte de eso?

A Maisie se le iluminó el rostro ante la posibilidad de hacer algo importante para Harry y salió corriendo.

– ¿Por qué estás tan contenta? -le preguntó él a Jacqui, pillándola con una sonrisa.

– ¿Yo? -preguntó ella.

– Sí, tú. Pareces el gato de Cheshire.

No era la imagen que quería dar, pero Jacqui mantuvo la sonrisa.

– Tengo un carácter alegre, Harry. Será mejor que te acostumbres.

– ¿Es tu manera de decirme que vas a quedarte un tiempo?

– Sí. Ésas son las malas noticias. Tu prima no ha respondido a los mensajes de la agencia. Así que, a menos que tengas un plan mejor, vas a tener que aguantamos.

Él no le dijo que agradecía su sacrificio. No dijo nada.

– Puede que haya decidido contactar contigo directamente -siguió ella-. Es posible que te haya dejado un mensaje en el contestador, o que haya tomado un vuelo para volver a casa nada más enterarse de todo…

– ¿Te quedarás? -preguntó él finalmente.

Jacqui se quedó momentáneamente desconcertada. ¿Le había pedido que se quedara?

– ¿Puedes quedarte? -insistió al no recibir respuesta-. Ya sé que todos lo estamos dando por hecho, pero…

– No.

– ¿No?

– Sí… No lo estás dando por hecho. Ese honor pertenece a otra persona. Y, sí, naturalmente que me quedaré el tiempo que haga falta -dijo, y se sorprendió a sí misma sonriendo de nuevo.

– Gracias -dijo él-. Yo mismo me encargaré de reservarte unas vacaciones en cuanto las cosas vuelvan a la normalidad.

Ella se encogió de hombros.

– Maisie dijo que éste es un buen lugar para pasar las vacaciones y, a pesar del mal tiempo y de las gallinas, entiendo por qué le gusta tanto. Además, el sol es muy malo para la piel.

– No siempre es así -dijo él, dirigiéndose hacia la verja del prado. La abrió y dejó que Jacqui pasara primero. Pero ella se detuvo y lo encaró, bloqueándole la salida. Lo que tenía que decir podía esperar, pero entonces él seguiría comportándose exactamente igual.

– Ahora que estás aquí, ¿puedo dejar algunas cosas claras?

– ¿Acaso puedo impedírtelo?

Ella ignoró su grosería, ahora que ya la identificaba como un mecanismo de defensa, y sonrió como si él hubiera dicho algo divertido.

– Puesto que me quedaré una temporada, tengo que pedirte que me avises cuando vayas a desparecer como has hecho hoy a la hora del almuerzo.

– Creía que eras la niñera de Maisie, no la mía.

– ¿Eso creías? -replicó ella irónicamente-. Te lo pido sólo como medida de precaución, en caso de un accidente o una enfermedad. También necesito una lista con los números de teléfono esenciales, un vehículo para usar en caso de emergencia y un juego de llaves de dicho vehículo y de la casa.

– ¿Algo más?

– Sí. Te has saltado el almuerzo. Encontrarás unos sándwiches en el frigorífico cuando hayas acabado.

Sin decir más, se dio la vuelta y se alejó.

– Jacqui… -la llamó él. Ella se detuvo, esperando la explosión, y lo miró por encima del hombro-. ¿Cómo está tu cabeza?