– ¿Por qué no?
– Porque las otras niñas se pondrían muy tristes al ver un vestido tan bonito que nunca podrán tener.
– Oh, está bien. Entonces me pondré esa ropa vieja que encontraste -dijo con voz temblorosa, y miró a Harry con ojos muy abiertos-. Por favor, por favor…
Harry no respondió inmediatamente, sino que se volvió hacia Jacqui.
– ¿A ti qué te parece, Jacqui?
Jacqui sintió un cosquilleo en el estómago ante aquella muestra de confianza. Pero la realidad era más prosaica. Al dejar la elección en sus manos, Harry podría eximirse de cualquier responsabilidad si el experimento acababa en un desastre.
Y ella temía que así fuera. Para una niña de seis años que nunca había ido al colegio la situación podía ser muy difícil. Especialmente para una princesita como Maisie. Pero si iba a la escuela, no molestaría a Harry durante el día. y entonces a él no le importaría que se quedaran. Lo que significaba que ella tendría que hacer lo que fuera para asegurarse de que todo saliera bien.
– Si a la directora no le importa aceptarla para las dos últimas semanas del trimestre, estoy segura de que Maisie disfrutará de la compañía. Sólo hay un problema: cuando pasé por el pueblo, vi que todas las niñas llevaban el mismo uniforme. Falda gris, camisa blanca y jersey rojo. Y zapatos prácticos -añadió, para no dejar lugar a dudas.
– ¿Negros?
– O marrones.
– ¿Zapatos prácticos negros o marrones? -preguntó Harry, y sacudió la cabeza con incredulidad-. ¿Y una horrible falda gris? Bueno, supongo que eso lo cambia todo. Maisie jamás querrá ponerse esa ropa.
Se levantó, poniendo fin a la discusión, y por un momento Jacqui pensó en probar una táctica más dramática. Anticipándose a ella, Maisie se puso de pie, extendió los brazos y derramó agua en todas direcciones.
– ¡Sí quiero! -exclamó-. Quiero un uniforme. Me gusta el gris.
Harry estaba a punto de salir del cuarto de baño. Se detuvo y se giró.
– ¿Estás segura? No servirá de nada que Jacqui te lleve al pueblo para comprarte ropa si vas a cambiar de opinión.
– ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!
Jacqui se volvió hacia él para añadir sus propios ruegos, pero entonces vio las pequeñas y delatoras arrugas en las comisuras de sus labios. Ya había hecho que Maisie aceptara llevar ropa normal, y no estaba segura de si se sentía furiosa con él… o abrumada por la admiración ante semejante muestra de habilidad psicológica. Tal vez Harry pensara que iba a decir algo, porque levantó una mano para que no hablara.
– De acuerdo, si eso es lo que quieres, llamaré a la directora para pedirle que te acepte. Pero tienes que estar completamente segura. Una vez que empieces, no podrás echarte atrás.
– ¡No lo haré! ¡No lo haré!
Harry la miró y Jacqui se dio cuenta de que su máscara había vuelto a caer. Una sonrisa que combinaba la ternura, el afecto y la autosatisfacción iluminaba su rostro.
Sin pensar en lo que hacía, Jacqui le puso una mano en el brazo, se puso de puntillas y lo besó en la mejilla. Por un momento el tiempo pareció detenerse. No se oyó ni se movió nada, ni siquiera Maisie. Fue como si un instante se alargara hasta el infinito, mientras la sonrisa de Harry se transformaba en algo mucho más profundo.
Fue un momento de pura magia, en el que ella pudo ver a través de su escudo de protección y sentir una inmensa alegría. Y entonces se estremeció, al enfrentarse con la fuente oscura del verdadero dolor. Fue una fuerza tan negativa que le hizo perder el equilibrio y casi caer hacia atrás, pero él la sujetó enseguida, rodeándole la cintura con un fuerte brazo. La sonrisa había desaparecido por completo de su rostro.
– Corres riesgos muy serios, Jacqui Moore -le dijo con una voz suave y casi inaudible.
Ella tragó saliva, consciente de los riesgos que estaba corriendo su frágil corazón.
– Hay que arriesgarse por lo que merece la pena tener.
– Lo sé -dijo él-. Pero una vez que asumes el riesgo, tienes que aceptar las consecuencias.
Capítulo 10
HARRY sabía que estaba jugando con fuego. A pesar de sus esfuerzos y su mal carácter, no había conseguido desanimar a Jacqui, sino que ésta había llegado finalmente a tocarlo. No sólo físicamente, sino también en un lugar oscuro y cerrado donde nadie había estado en los últimos cinco años. Ni siquiera él.
Cada vez que la veía y le hablaba, ella se acercaba un poco más, eludiendo sus defensas. Tal vez no tuviera un paraguas como Mary Poppins, pero había algo mágico en ella.
¿Por qué Jacqui no le tenía miedo?
Todo el mundo parecía haber captado el mensaje de «no molestar», pero ella lo ignoraba por completo. Y ahora lo había besado y él la rodeaba con un brazo… y lo único que tenía en la cabeza era la idea de devolverle el beso. De besarla de verdad.
Tendría que haberla dejado caer en la bañera. O haberse sumergido él mismo. El agua no estaba fría, pero habría servido para apagar el fuego que ardía en sus venas siempre que tocaba a Jacqui. Ella estaba inutilizando los esfuerzos que él hacía por bloquear las emociones. Era un peligro para su estabilidad mental y emocional, y sabía que debía acabar con eso sin pérdida de tiempo. Pero que Dios lo ayudara, porque era irresistiblemente encantadora, y la bondad y el calor que emanaban de ella lo atraían como un fuego en una fría noche de invierno.
Mientras seguía sosteniéndola, desgarrado entre la voz de la razón y la fuerza del corazón, ella cerró los ojos y sus labios entreabiertos soltaron un suave suspiro. Y entonces él supo que nada podía salvarlo. Jacqui sintió el roce de los labios de Harry contra los suyos. Un contacto casi imperceptible, pero que bastó para concienciarla del peligro. Sin embargo, era demasiado tarde. Por breve que fuera el contacto, tuvo el poder de agitarle todo el cuerpo, despertándolo de un estado lánguido y apagado como los primeros rayos de la primavera…
Y al mirar a sus ojos en llamas, comprendió que, mientras que Harry Talbot había protegido su corazón contra el mundo exterior, ella había entregado el suyo.
– ¡Perdonad! -gritó Maisie-. Si vais a hacer cosas vulgares como besaros…
– ¡No! -exclamó Jacqui. Se apartó bruscamente, en volvió a Maisie con una toalla y la sacó del agua para empezar a secarla-. He perdido el equilibrio, nada más, y el tío Harry me ha sujetado.
Maisie la miró con escepticismo y se volvió hacia Harry, totalmente inexpresiva.
– El no es mi tío. Es mi papá.
Harry se quedó helado. ¿Qué demonios le había contado Susan a la niña? ¿Qué historias le había metido en la cabeza? La culpa lo traspasó, más afilada que cualquier dolor que hubiera sufrido, directa al corazón. Le había entregado aquella niña a una mujer que la trataba como a un objeto, y se había apartado sin luchar, renunciando a su amor y su respeto. ¿Qué podía decir ahora que no empeorara aún más las cosas? Algo. Tenía que decir algo y rápido, porque los ojos grises de Jacqui le exigían la verdad.
– Jacqui… -empezó, pero la voz se le quebró.
La expresión de Jacqui cambió de la duda a la certeza.
– Discúlpame, Harry. Es tarde y tengo que acostar a Maisie si mañana vamos a ir de compras -levantó a la niña en brazos y salió del cuarto de baño.
Unos minutos antes, Harry había estado quejándose porque aquella mujer hubiera derrumbado el muro defensivo que él había levantado. Ahora ella se había retirado, dejándolo a merced de los sentimientos. Había intentando decir algo, pero era demasiado tarde. Se había ido. Y también Maisie.
Por un momento estuvo tentado de seguirlas y ofrecer una explicación. Pero ¿era eso justo? Había hecho lo que había hecho, y ya no podía cambiarse. Tal vez fuera mejor así. Debería darse una ducha, mantener las distancias por el bien de todos, volver a la fingida normalidad de su vida. Pero un murmullo de voces procedente de la torre lo atrajo, igual que antes lo habían atraído las risas. Eran las palabras tranquilizadoras de Jacqui mientras acostaba a Maisie y las disculpas desesperadas de la niña.