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– Me pregunto cómo has llegado a ser tan sabia.

– Ojala lo fuera -agarró la cadena de su muñeca y la apretó contra el corazón.

– Háblame de él.

– ¿De él?

– ¿No hay un él?

Ella negó con la cabeza, y fue entonces cuando Harry comprendió realmente lo indefenso que estaba. Porque quizá con el tiempo pudiera ayudarla a vencer el recuerdo de un hombre, pero ¿cómo competir con una mujer?

– Lo prometí, ¿no? -dijo ella en tono arrepentido.

– Sí, y seguro que nunca has roto una promesa en tu vida.

– Sólo una vez. Le prometí a Emma que nunca la dejaría, pero al final no me quedó más remedio -se desabrochó la pulsera y la sostuvo en alto-. Encargué que le hicieran esto para su cumpleaños, el mes pasado. Quería que supiera que si estaba dispuesta a perdonarme, podíamos seguir adelante -dejó la pulsera sobre su palma y cerró la mano-. Su familia me la envió de vuelta.

– ¿Su familia?

Ella lo miró extrañada, y él comprendió de repente que Emma no era una amante, sino una niña.

– ¿Cuánto tiempo fuiste su niñera? -le preguntó rápidamente, antes de que ella imaginara lo que había estado pensando.

– Años. Demasiado tiempo, quizá. Me preguntaste por qué dejé la Universidad. Lo hice por Emma. Creo que eres la única persona que conozco que puede entender por qué.

– Tomaré eso como un cumplido.

– Lo ha sido -dijo ella, y se dio la vuelta, como si le doliera demasiado continuar. Se dispuso a agarrar la taza de café, pero él la detuvo.

– Déjalo. Está frío -se levantó e hizo que ella también se levantara-. Prepararé un poco. ¿O vas a soltarme otro sermón sobre lo malo que es beber café por la noche?

– Ya tengo bastante con contarte la historia de mi vida -dijo ella con una tímida sonrisa.

– En ese caso, añadiré algo para aliviar el dolor -respondió él. Agarró una botella del aparador y se la tendió a Jacqui para que él pudiera abrir la puerta.

En la cocina, echó al perro del sofá, hizo sentarse a Jacqui y preparó un chocolate caliente con unas gotas de brandy. Jacqui aceptó la taza, tomó un sorbo y sonrió.

– Oh, sienta bien.

– Es lo que mi niñera me hacía cuando necesitaba consuelo -explicó él.

– ¿Te daba brandy?

– Sólo un poco. Vamos, arrímate -le ordenó, levantando el brazo-. Tienes que recibir el consuelo completo.

– ¿Sabes? Cuando te vi por primera vez. pensé que eras el gigante que me asustaba en mis pesadillas infantiles.

– Sí, oí cómo me describías a Vickie Campbell -ladeó la cabeza y sonrió, y ella se acurrucó contra él. Permanecieron en silencio durante un rato bebiendo el chocolate, y Harry sintió cómo Jacqui se iba relajando poco a poco. Pensó que podría ser feliz sólo estando sentado allí con ella, abrazándola, pero había demonios que afrontar, y cuanto antes, mejor-. Háblame de Emma, Jacqui -le pidió, quitándole la taza y dejándola en el suelo. Ella debía de estar lista para hablar, porque no dudó ni un segundo.

– Siempre me han gustado los niños. Mis hermanas eran mayores que yo, y ya tenían hijos cuando entré en la Universidad. Vickie Campbell las conocía, me vio cuidando a los niños y me ofreció la posibilidad de trabajar temporalmente de niñera para ella, durante las vacaciones. Mi trabajo consistía en llevar a los niños de un sitio para otro, como se suponía que debía hacer con Maisie. y suplir alguna baja imprevista, cuando una niñera se declaraba en huelga o cuando una madre tenía que ir al hospital -bajó la vista hacia la taza-. O cuando moría.

– ¿Eso fue lo que sucedió con Emma? ¿Su madre murió?

Ella asintió.

– Un accidente de coche. Una tragedia horrible. Su marido no pudo superarlo. Emma era muy joven, y estaba muy enfadada. No entendía por qué su madre la había dejado. Estuve con ellos todo el verano, y ella estaba empezando a abrirse y a confiar en mí cuando llegó el momento de volver a la Universidad. ¿Qué iba a hacer? Si la dejaba. Emma perdería por segunda vez en su vida a la única persona en quien confiaba y nunca volvería a creer en nadie.

– Sé que nunca dejarías a una persona que te necesitara -dijo él, pensando en cómo la había visto con Maisie.

– Nunca intenté que olvidara a su madre, ni tampoco ocupar su lugar. Pero su madre sólo era una cara en una fotografía, tan insustancial como un ángel. En los aspectos prácticos, yo era su madre. Y también su padre. porque el verdadero apenas le hacía caso. Le prometí que siempre estaría a su lado, que jamás la abandonaría.

– ¿Qué ocurrió?

– David Gilchrist era banquero. Un hombre guapo y muy rico. Yo había sido la niñera de Emma durante casi cuatro años. cuando un buen día trajo a casa a una mujer que había conocido en sus viajes y, con mucha calma, me comunicó que se habían casado. Y con la misma calma le dijo a Emma que tenía una nueva madre. Emma, enfrentada a una perfecta desconocida, declaró rotundamente que yo era la única madre a la que ella quería. En un abrir y cerrar de ojos, me pusieron de patitas en la calle y se mudaron a Hong Kong.

– ¿Y la pulsera?

– Me la devolvieron con una breve nota recordándome que sólo había sido una empleada y pidiéndome que no volviera a ponerme en contacto con Emma. Nada de regalos de cumpleaños ni de Navidad. Ni tampoco tarjetas. Nada. La nueva señora Gilchrist envió la pulsera a la agencia, en vez de mandármela directamente a mí, para dejarlo aún más claro.

– Tuvo que ser muy duro.

– Sí, lo fue, pero supongo que temía que, si no borraba el recuerdo que Emma tenía de mí, nunca podría disfrutar de su amor, y tal vez tuviese razón. Me impliqué tanto emocionalmente que olvidé la primera regla de una niñera. El niño que cuidas no es tuyo. Tienes que estar preparada para dejarlo…

Parpadeó y no pudo evitar que se le escapara una lágrima, que él le quitó con el pulgar.

– No hay reglas en lo que respecta a los niños, Jacqui. Los quieres porque no puedes evitarlo, y cuando los pierdes, sufres.

– Tienes otra oportunidad con Maisie. No la desaproveches.

– Gracias a ti.

– Creo que ha sido cosa de ambos, Harry.

– Pero el mérito es tuyo. ¿Cuántas mujeres se habrían quedado?

– Fue Maisie la que quiso quedarse.

– ¿Entonces estás preparándote para marcharte, ahora que has acabado tu labor de Mary Poppins? -preguntó él, intentando mantener la voz serena.

– ¿Cómo voy a marcharme? Has hecho que se lleven mi coche. Y Maisie me prometió que me lo pasaría muy bien si pasaba aquí mis vacaciones.

– ¿Y qué le prometiste tú a ella?

– Sólo que me quedaría mientras me necesite, Harry. He aprendido la lección. Se acabaron las promesas para siempre.

– ¿Todas?

Ella estaba apretada contra él, con el rostro levantado. Él levantó la mano, inseguro, muerto de miedo, pero había estado huyendo demasiado tiempo. Era el momento de decir lo que quería. A Maisie de vuelta en su vida. Una nueva vida. Y a Jacqui.

– ¿Y si te dijera que te necesito?

– No me conoces, Harry.

Él le tocó la mejilla, apartándole el pelo del rostro. Se sentía como un chico a punto de dar su primer beso. Ella le clavó la mirada serena de una mujer preparada para esperar.

– Tu personalidad brilla en todo lo que haces. Yo soy el único riesgo aquí, pero te pido que te arriesgues. ¿Te quedarás?

– ¿Qué me estás pidiendo?

Él le respondió rozándole ligeramente los labios con los suyos.

– Ya lo sabes.

Se produjo un silencio que pareció interminable. hasta que se abrió la puerta de la cocina.

– He estado pidiendo un vaso de agua desde… -empezó a decir Maisie, pero se detuvo al verlos abrazados-. Ups.

Eso fue todo. El momento había pasado, y Jacqui se apresuró a llenar un vaso de agua y dárselo a la niña.

– Vamos, cariño, te acompaño a la cama -le dijo-.Mañana hay que levantarse muy temprano.