Pero Maisie se negó a que le metieran prisa. Bebió lentamente, y al acabar miró a Harry con el ceño fruncido.
– ¿Hay algún problema? -preguntó él, y rezó por que no le dijera que había cambiado de opinión y que no quería ir a la escuela. Ya había empezado a imaginársela traspasando las puertas del colegio en su primer día.
– Tú eres mi papá, ¿verdad?
– Sí -respondió, luchando contra el nudo que se le había formado en la garganta-. Lo soy.
– Entonces, si estás besando a Jacqui. ¿eso significa que ella va a ser mi mamá?
– Ya tienes una mamá -se apresuró a decir Jacqui intentando evitarle a Harry la vergüenza de responder.
– No -dijo Maisie-, Yo tengo una madre. No es lo mismo.
Capítulo 11
CUÁL es la diferencia, Maisie? -preguntó Harry, antes de que Jacqui pudiera llevarse a la niña.
Jacqui sintió que estaba al borde de un precipicio. Un paso en falso significaría el desastre total. Había estado mintiéndose a sí misma si fingía no haber deseado que Harry la besara. Lo había deseado desde aquel instante de conexión en el establo, cuando él examinaba su coche. Y aquella conexión la había obligado a admitir que deseaba mucho más que un beso. Pero sabía que si se dejaba llevar por la pasión, no podría controlar sus sentimientos. Qué fácil le resultaba imaginar que lo que sentía, lo que Harry sentía, era algo más que una atracción fugaz, un efímero deseo… Y qué fácil sería confundir su responsabilidad con Maisie con lo que sentía por Harry…
En cuanto a Harry… debía de estar más confuso que nunca. La niña a la que amaba y a la que había perdido estaba de vuelta en su vida. Sería muy fácil si no estuviera implicado el bienestar Maisie, pero Jacqui no estaba dispuesta a confundir de nuevo su papel. De ningún modo heriría a otra niña con promesas que no podían cumplirse. Maisie, quien naturalmente no tenía ese problema. se limitó a encogerse de hombros.
– Las mamas hacen cosas. Buscan polluelos, cocinan, tienen tiempo para jugar… Mi madre siempre está ocupada. Siempre está de viaje. Jacqui es como la mamá de un cuento.
Jacqui vio cómo Harry se quedaba boquiabierto.
– Bueno, pues Jacqui cree que ahora deberías estar en la cama -levantó la mirada-. ¿Verdad, papi?
– Así es -respondió él, y levantó a Maisie en brazos-. Hay que acostarse temprano para levantarse temprano y así poder ir de compras. Tenemos que conseguirte el uniforme para el colegio, ¿verdad? ¿Estás segura de que quieres ir?
Maisie respondió con una risita, y Jacqui, cuyo primer impulso fue seguirlos arriba, se detuvo en la puerta de la cocina y aprovechó que no se percataban de su ausencia para recoger la bandeja de la biblioteca y lavar las tazas.
Después, se dedicó a ordenar las botas por número. Pero cuando acabó, Harry aún no había vuelto, de modo que subió las escaleras y miró en la habitación de Maisie. La niña se había quedado dormida mientras Harry le leí un cuento, pero él no se había movido, incapaz de apartar los ojos de ella. Había dicho de sí mismo que era un riesgo, pero no había nada malo en que un hombre contemplase a una niña con tanta ternura y amor, y Jacqui se avergonzó por haber dudado del buen gusto de sus hormonas. Obviamente reconocían a un buen hombre cuando lo veían.
Tras unos segundos, se sintió como una intrusa y se dio la vuelta. Había cumplido con la tarea que le habían asignado: dejar a Maisie en un lugar seguro. Era el momento de marcharse.
– No te vayas, Jacqui.
Se detuvo y miró por encima del hombro.
– Creía que no me habías visto.
– No necesito verte. Siento tu presencia -dijo él. Se levantó, miró una vez más a Maisie y fue hacia la puerta-. No te vayas, Jacqui.
Jacqui estuvo a punto de preguntarle cómo sabía lo que estaba pensando, pero se contuvo. Harry había estado leyendo sus pensamientos desde su llegada a la casa.
– Maisie ya no me necesita -dijo-. Te tiene a ti.
– ¿Y si vuelvo a decirte que yo te necesito?
Ella se recordó a sí misma que no le había hecho ninguna promesa. Que a pesar del inesperado encanto de una colina brumosa debía estar en España. Que todo lo que él necesitaba y pedía era que lo ayudara con Maisie.
– Eres igual que todos los hombres -le dijo, quitándole importancia-. No soportas ir de compras.
– ¿Eso es un sí? -preguntó él, mirándola fijamente.
– Me quedaré un poco más -concedió ella, sabiendo que era una estúpida-. Maisie nunca ha ido al colegio. Tal vez le resulte difícil.
– ¿Es una promesa?
Estaba tan cerca de ella que podía tocarla, besarla… Un solo beso y sería capaz de jurar lo que fuera, y seguro que Harry lo sabía. Pero él no hizo nada.
– Sí, es una promesa -respondió ella.
¿Cuánto tiempo sería «un poco más?», se preguntaba Jacqui. Cuando cada momento era valorado como si fuese el último, el tiempo transcurría a una velocidad endiablada. Había pasado el día con Harry y Maisie comprando ropa normal. El uniforme para el colegio y otras cosas para poder salir al campo. Botas de agua, chaquetas, pantalones, camisetas, calcetines…
– Maisie debe de tener todo esto en casa -protestó cuando añadieron otra prenda «esencial» al carrito.
– ¿En serio? -preguntó él, sacudiendo la cabeza-. No he visto una ropa como ésta en High Tops, ¿y tú?
– No, quiero decir que… -se calló y a punto estuvo de abrazarlo. Pero se contuvo, metió otro par de calcetines en la bolsa y se contentó con una sonrisa.
El no sonrió, sino que se limitó a mirarla fijamente, Ella tragó saliva y se volvió hacia Maisie.
– ¿Tienes hambre?
Intentó conducirlos en la dirección de la comida sana, pero Maisie quería una hamburguesa.
– Sólo por esta vez -aceptó Harry.
Al día siguiente, Harry no quiso escucharla cuando Jacqui insistió en que debería ser él quien llevara a Maisie al colegio.
– Iremos los dos, para que la directora pueda conocerte -dijo él. Era un argumento tan razonable que Jacqui no se pudo negar.
Pero cuando Maisie, encantadora con su falda gris y jersey rojo, se separó de ellos y fue absorbida por una multitud de niñas ansiosas por descubrir quién era, las manos de Jacqui y Harry se entrelazaron y se apretaron fuertemente.
– Estará bien, ¿verdad? -preguntó él.
– Son las otras niñas de quienes deberías preocuparte -respondió ella, reprimiendo las lágrimas.
Al final de las clases, Maisie salió exultante de alegría.
– ¡Es genial! -exclamó-. Tu nombre está en la lista de mamas, y voy a hacer de hada en la obra de final de curso. Los dos tendréis que sentaros en primera fila para verme.
Pero entonces llamó la hermana de Jacqui para que le contara cómo estaba disfrutando de sus vacaciones, y cuando ella le explicó lo sucedido, su hermana se enfadó mucho y le echó un sermón por haber renunciado a su tiempo libre para hacerse cargo de otra niña. Ella no iba a quedarse para siempre. Sólo hasta el final del trimestre escolar. De ningún modo cambiaría el placer de ver a Maisie en su primera función por toda la sangría de España. Y entonces Vickie llamó y comunicó que Selina Talbot había mandado por fax una disculpa desesperada, junto a una autorización para que Maisie pudiera quedarse con Harry.
– No tienes que quedarte ahí ni un día más, querida. He hablado con varias agencias de viajes y esta misma tarde van a enviarme los horarios de los vuelos. Y Selina va a pagarlo todo.
– Es muy amable de su parte, pero creo que voy a olvidarme de España este año -dijo Jacqui-. Me gusta este lugar.
– ¡Pero no puedes quedarte!
– ¿No puedo?
– A Selina no le gustó nada que te quedaras ahí. No te pagará otro día más.
– Vickie, puedo hacer lo que quiera. No trabajo para ti ni para Selina Talbot -declaró, y colgó sin decir más.