– ¿De verdad no te importa que no me case en casa? -le preguntó ella.
– Éste es tu hogar, Jacqui -respondió él apretándole la mano-. Nunca te he visto tan feliz.
– Os estoy muy agradecida a mamá y a ti por cuidar de Maisie mientras estamos fuera.
– Éste es un lugar mágico, cariño. Estoy seguro de que lo pasaremos muy bien.
La ceremonia fue solemne, con los votos matrimoniales que los unían de por vida y que no sólo fueron expresados con palabras, sino también con los ojos, los corazones y las almas. Pero la diversión que siguió no tuvo nada de ceremoniosa.
La comida se dispuso bajo una inmensa carpa en el campo más llano de toda la finca, y los invitados se servían a sí mismos. Un grupo de violinistas se encargó de tocar un repertorio de animadas melodías al que nadie pudo resistirse.
La fiesta se alargó mucho después de que los protagonistas principales se hubieran escabullido para empezar su luna de miel, una celebración de amor, vida y placer.
Como la señora de la tienda le dijo a la mujer del párroco, después de varias copas de champán, era como si el pueblo hubiera vuelto a la vida tras un largo invierno.
Liz Fielding