No, no sentía alivio. Sólo culpa. Al día siguiente volvería a estar solo. Mientras tanto, llamaría al taller del pueblo y se preocuparía en ofrecerle ayuda a Jacqui. Uno de los perros, grande y mestizo con pretensiones de sabueso, se unió a él con la esperanza de otro paseo.
– Olvídalo, chucho -espetó Harry, volviendo a la casa. Tuvo que agarrar al perro por el collar para que no traspasara la puerta-. Mejor vamos a la parte de atrás. Susan nos matará a los dos si manchamos de barro su suelo inmaculado -cerró la puerta y siguió al perro a la parte de atrás.
Entonces se detuvo en seco cuando vio el VW apartado en el patio. Alertada por el perro al lanzarse hacia ella, Jacqui Moore se apartó con un respingo del asiento trasero, Como si la hubieran pillado en un delito.
– ¿Qué demonios cree que está haciendo? -masculló, olvidando por un momento que su primera intención hacía sido impedir que se fuera y ayudarla.
Una pregunta estúpida, pues podía ver perfectamente lo que hacía. Estaba descargando sus cosas del coche.
– ¿Le importaría no usar ese lenguaje delante de Maisie? -replicó ella, dándole a la niña una pequeña bolsa blanca.
– Lo siento -dijo él. Se acercó más y llamó al perro antes de que las pusiera perdidas de barro-. Lo preguntaré otra vez. ¿Qué demonios cree que está haciendo?
Jacqui se inclinó hacia el interior del coche, presumiblemente para agarrar otra bolsa, pero en realidad para ganar espacio. Entendía que Harry Talbot no las quisiera allí. Lo entendía y lamentaba ser una molestia, pero su primera preocupación era Maisie. Odiaba los enfrentamientos, pero como no le quedaba otra opción, lo mejor sería acabar cuanto antes.
– Lleva tu bolsa dentro, Maisie. y quédate junto a la estufa -le ordenó a la niña, y a continuación le dedicó toda su atención a Harry.
No le resultó muy difícil. La camisa gris de lana le colgaba holgadamente de los hombros, sugiriendo, aunque pareciera imposible, una pérdida de peso y músculo. Los vaqueros, en cambio, se ceñían a unos muslos poderosos, y la cinturilla se extendía sobre un vientre liso.
– ¿Y bien? -la increpó él, devolviéndola bruscamente a la realidad.
Ella tragó saliva.
– Bueno, señor Talbot. Esto es un coche, esto es una bolsa, y lo que hago es sacar lo segundo de lo primero.
Harry se dio cuenta de que el sarcasmo había sido una equivocación. Lo había sabido desde que abrió la boca. Que Jacqui Moore fuera rubia y guapa no la convertía en una mujer estúpida. A pesar de su carnoso labio inferior y el atractivo sexual que irradiaba, era una niñera, y las niñeras no aceptaban tonterías de nadie. Para confirmarlo, Jacqui lo miró fríamente con sus ojos grises, dejándole muy claro que no aceptaría nada de él.
– ¿Por qué? -preguntó Harry. Era una pregunta justa.
– ¿No lo imagina? -dijo ella, sacudiendo la cabeza. Su melena se meció suavemente, invitando a tocarla-. No parece tonto -añadió, sacando una segunda bolsa del coche.
Harry no quería discutir. Ya había hablado bastante.
– No puede quedarse aquí.
Ella sonrió.
– ¿Lo ve? Tenía razón. Sabía cuál iba a ser su respuesta.
– Lo digo en serio.
– Lo sé, y de verdad que lo siento. Pero mi coche está averiado, Maisie está cansada, y cómo usted mismo dijo, no puede ocuparse de ella.
– Eso no es lo que yo… -se detuvo a tiempo. Si declaraba ser capaz de cuidar a una niña pequeña, Jacqui se marcharía y dejaría que lo hiciera.
El había ido a High Tops en busca de paz y soledad. Para pensar en su futuro. Ella tenía que irse y llevarse a la niña. Enseguida.
– ¿No tenía un avión que tomar? -preguntó.
– Siempre podré tomar otro -respondió ella, y alargó una mano como si fuera a tocarle el brazo-. Tranquilo, señor Talbot. Le aseguro que lo molestaremos lo menos posible.
El apartó el brazo antes de que pudiera entrar en contacto.
– Esto es intolerable. Hablaré con Sally y la haré entrar en razón.
– Tendrá que ponerse a la cola. Hay más gente esperando para hablar con ella, pero nadie podrá hacerlo hasta mañana. Su prima está de camino a China.
– ¿A China?
– De donde viene la seda -dijo una voz infantil.
Los dos se volvieron y vieron a Maisie en la puerta.
– ¿Estabas escuchando? -le preguntó Jacqui, pero sin reprenderla ni acusarla.
– No -respondió Maisie, mirándola con expresión inocente- Estaba esperando a que acabaras -se dio la Vuelta y entró en la casa, seguida por el perro.
– ¿Cuándo llega Sally a China? -preguntó él.
– No tengo ni idea -respondió Jacqui. Agarró otra cerró la puerta del coche-. Mañana, supongo. Puede que oiga los mensajes antes, si hace escala. Aunque aquí será de noche, así que seguramente esperará a una hora más propicia para llamar.
– En otras palabras, no me queda más remedio que aguantarlas esta noche.
– Muchas gracias por su calurosa bienvenida -dijo ella con una sonrisa. Pero no era una sonrisa cálida ni efusiva. Era una sonrisa que sugería que, a su debido tiempo, él se arrepentiría de ser tan grosero-. Y por el té. Al menos no estaba frío cuando lo tomé. ¿A qué hora cena?
– A la hora que usted quiera preparar la cena, señorita Moore. El té es la única labor doméstica que hago -mintió, sin molestarse en cruzar los dedos. Sólo quería que se fuera, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
Ella lo miró fijamente.
– ¿Alguien le ha metido en la cabeza un chip con todos los clichés machistas?
– No es necesario -respondió él-. Siempre he creído que es un rasgo genético.
– No, eso es lo que se inventan, los hombres despreciables para no compartir las tareas domésticas.
– Es posible -admitió él-. Aunque mi teoría es que se lo inventaron las mujeres patéticas para justificar su incapacidad para controlarlos.
Vio que sus ojos adquirían el color de la plata fundida, una clara señal de que su temperamento se estaba calentando.
– Sólo le he preguntado a qué hora cena para que no lo molestemos -dijo ella, demostrando una calma impresionante-. Como es natural, será bienvenido si quiere tomar con nosotras el té de las cinco.
– No va a encontrar palitos de pescado en mi nevera.
– ¿No? Bueno, seguro que nos arreglaremos.
Él se encogió de hombros,
– Maisie tiene una habitación en la torre este -dijo reprimiendo su impulso natural de agarrar las bolsas y llevarlas dentro. Cuanto peor fuera la opinión de Jacqui hacia él, más probable sería que se mantuviera a distancia-. Ella sabe dónde está. Usted puede quedarse en la habitación contigua. No se ponga muy cómoda, pues no va a permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.
– ¡Extraordinario! Habría dicho que no teníamos nada en común, pero ¿sabe que es precisamente eso lo que le prometí a Maisie? -preguntó, pero él la miró con el ceño fruncido, sin comprender-. Le prometí que sólo me quedaría hasta que encontráramos a alguien que fuera de su agrado para cuidarla -volvió a sonreír, como si supiera algo que él ignoraba.
– Me alegro de saberlo. Deme sus llaves. Llevaré el coche a la cochera.
– Oh, estupendo -dijo ella, claramente desconcertada por el ofrecimiento-. Gracias.
– Un trasto tan viejo no debe permanecer toda la noche la intemperie. Le echaré un vistazo al tubo de escape. No quiero que nada retrase su marcha por la mañana.
Capítulo 4
A JACQUI le temblaban tanto las piernas por su enfrentamiento con Harry Talbot que apenas podía subir las escaleras. Por suerte, Maisie iba dando brincos alegremente delante de ella, indicándole el camino, y sin parecer en absoluto afectada por la falta de bienvenida.