Выбрать главу

– Ya ves que sí.

– ¿Y si te digo que no?

– Entonces, esperaré fuera. Pero te pondré arsénico en la sopa.

Él no contestó. Alex no podía apartar los ojos de la carretera, pero supo con certeza que estaba sonriendo.

Después de aparcar cerca de la Via Bonifacio Lupi, fue mirando las placas de los portales, algunas con más de dos siglos de antigüedad.

– Si no te das prisa, subiré sin ti -dijo él.

– Ah, de modo que puedo subir contigo…

– Sí, bueno, reconozco que tienes ciertos derechos y quiero portarme debidamente.

– O sea, que puedo subir -insistió Alex.

– Entra antes de que te estrangule.

Las oficinas del administrador eran muy lujosas y Enrico Varsi hablaba con toda claridad sobre complejos temas financieros. Alex no habló mucho, pero estuvo atenta porque el tema la concernía directamente.

Después, Rinaldo y ella fueron a tomar un café.

– Estás muy pensativa.

– Estoy fascinada. El mercado financiero italiano funciona desde el día uno de enero hasta el treinta y uno de diciembre.

– Claro. ¿Cómo iba a ser si no?

– En mi país funciona de abril a abril.

– ¿Y los británicos tienen la cara de decir que los italianos somos irracionales?

– Sí, es verdad -sonrió Alex, removiendo su café.

– ¿Te encuentras bien?

Ella levantó la mirada, sorprendida.

– ¿Por qué lo dices?

– Has perdido a tu novio, pero actúas como si no te importara. La mayoría de las mujeres lloraría a lágrima viva.

– Yo no.

– Eres muy fuerte -dijo Rinaldo.

– ¿No querrás decir dura y sin corazón?

– No quiero decir eso, y tú lo sabes. Aún recuerdo la figurita que tiraste contra la pared… eres italiana después de todo, ¿eh? Tu madre estaría orgullosa de ti.

– Sí, es verdad -asintió Alex-. Ella habría hecho lo mismo que yo. Oh, mamá, si me vieras ahora…

– ¿Qué le parecía tu novio?

– Nunca le gustó. Según ella, era demasiado organizado.

– Supongo que eso es una virtud en vuestra profesión.

– Sí, pero no sólo era organizado en el trabajo -suspiró Alex-. En su vida todo es organizado, todo está medido al milímetro. Lo teníamos todo planeado, la boda, el matrimonio, nuestra vida profesional… Juntos habríamos sido los socios dominantes en la empresa. Pero no era eso lo que David quería. Él quería dominarlo todo solo. Supongo que le dio gracias al cielo cuando me vine a Italia. Qué fácil se lo puse…

– Porque confiabas en él.

– Claro -contestó ella.

– ¿Desde cuando estabais juntos?

– Llevábamos dos años saliendo.

– ¿Y ahora qué piensas hacer?

– No lo sé. Por primera vez en mi vida, no tengo planes.

– Pero sigues pareciendo tan segura de ti misma como siempre, Circe.

– Eso no es justo. ¿Se te ha ocurrido pensar que Circe podría ser una persona muy insegura?

– No era una persona, era una diosa, una encantadora de serpientes.

– Una bruja -le recordó ella.

– Una bruja, sí -sonrió Rinaldo.

– Es increíble…

– ¿Qué?

– Las ideas preconcebidas que tenemos el uno del otro -dijo Alex entonces.

– No más ideas preconcebidas, te lo juro. No volveré a pensar que eres una mujer fría y calculadora.

– ¿Te importaría darme eso por escrito?

– No, es mejor demostrártelo.

– Sólo por eso, dejaré que conduzcas mi coche hasta la granja -sonrió Alex entonces, ofreciéndole las llaves.

– ¿Ésa es tu forma de ser dulcemente femenina?

– No, es que estoy agotada.

– Ya me parecía a mí…

Riendo, se dirigieron al coche.

– No me he vuelto loca del todo, pero empiezo a entender que el orden y la razón pueden ser muy aburridos a veces.

– ¿Sólo a veces?

– Tienen su sitio, claro. Con el administrador, por ejemplo. Has sido muy razonable con Varsi.

En ese momento, pasó a su lado una ruidosa moto y Alex no pudo oír bien su respuesta. Pero habría podido jurar que Rinaldo dijo:

«Pero yo no quiero besar a Varsi»

– ¿Que has dicho?

– He dicho que el coche está por aquí.

No, no había dicho eso. Y, de repente, Alex quería que aquella tarde durase para siempre.

Volvieron a casa en silencio. Estaba pasando algo que las palabras sólo podrían estropear.

Más tarde, en su habitación, Alex llamó a Jenny, su ex secretaria. -¿Cómo va todo?

– Fenomenal. Me voy, he encontrado trabajo en otra empresa.

Jenny le dio el nombre y Alex soltó una carcajada, porque era precisamente la empresa que competía con David.

– ¿Y tú qué vas a hacer?

– ¿El apellido Andansio te dice algo? -preguntó Alex.

– Claro que sí… mi antiguo jefe tenía tratos con ellos.

– ¿Puedes contarme algo más?

– Mucho. Y algunas noticias son sensacionales.

Alex la escuchó durante media hora, tomando notas. Y cuando colgó, estaba pensativa.

Unos días después, la secretaria de Varsi llamó para decir que querían devolver los libros de contabilidad. Alex se ofreció para ir a buscarlos.

– Ya, claro, y me los vas a traer sin mirarlos -sonrió Rinaldo.

– ¿He dicho yo eso?

– Bueno, al menos eres sincera.

Una vez en posesión de los libros, Alex se encerró en el estudio.

– He comprobado que la mayoría de las páginas son una impresión de ordenador.

– Mi padre dominaba la informática -le explicó Rinaldo-. Y estaba muy orgulloso de ello.

– ¿Puedo ver los archivos originales?

– Sí, claro.

La primera impresión de Alex fue que el orgullo de Vincente Farnese estaba justificado. Los archivos eran absolutamente detallados y precisos.

Pasó toda la noche comprobando los libros de contabilidad de años anteriores y, al amanecer, apagó el ordenador y salió a correr un rato. Más tarde se dio una ducha y decidió ir a Florencia.

Últimamente iba mucho. Los Farnese creían que iba de compras, al cine o al teatro. Rinaldo a veces la miraba con gesto especulativo, pero no preguntaba nada.

Además, había llegado la época de la cosecha, de modo que no había tiempo para preguntas.

Alex se sorprendió al ver que los dos hermanos trabajaban codo a codo con los peones y decidió echar una mano. Al fin y al cabo, aquella también era su granja.

Una noche, después de trabajar de sol a sol, estaban sentados en la terraza, cenando.

– Mañana empezamos a recolectar las uvas -dijo Rinaldo.

– ¿Mañana? -repitió Gino.

– Ya están listas, no podemos esperar.

– Pero nadie en la zona empieza a recolectar tan pronto. Todos están esperando a la semana que viene.

– Genial. Así llevaremos una semana de adelanto -sonrió Rinaldo-. Y conseguiremos el mejor precio.

– Pero…

– Confía en mí. Bueno, me voy a la cama. Mañana nos espera otro duro día de trabajo.

– Se ha vuelto loco -dijo Gino cuando su hermano desapareció.

– ¿Por qué? -preguntó Alex.

– Porque equivocarse con las uvas, aunque sólo sean unos días, podría significar la pérdida de toda la cosecha. No entiendo por qué quiere arriesgarlo todo.

Arriesgarlo todo, sí, pensó Alex. Rinaldo parecía querer lanzarse al vacío, arriesgarlo todo a una tirada de dados.

Al día siguiente, como él había dicho, empezó la cosecha de uvas. El trabajo era duro y laborioso y Alex contribuyó hasta que le dolieron las manos.

Los Farnese no hacían vino, le vendían las uvas a una bodega. Y el señor Valli recibió alborozado la noticia de que tenían la cosecha anual preparada.

– ¡Fantástico! Ya sabía yo que podíamos confiar en Rinaldo. Voy ahora mismo para allá.

A Alex le habría gustado conocerlo, pero tenía que ir a Florencia para hablar con Andansio, con quien tenía tratos desde hacía días.