– Ha pasado tanto tiempo desde que amé a alguien… -murmuró él entonces, besando suavemente su pelo.
Lentamente, con desgana, se separaron para empezar el día.
– Antes de irme, será mejor que eches un vistazo al pasillo. No me gustaría que Gino se enterase de esta forma -dijo él.
– Ah, no, claro. Sobre todo, porque fuiste tú el que le pidió que me enamorase.
– ¿Yo?
– Tú… y una moneda.
Rinaldo enterró la cara entre las manos.
– Lo mato.
– Cariño, a mí me hizo mucha gracia -rió Alex-. Sobre todo porque, a pesar de que me rechazaste…
– Yo no…
– Me rechazaste porque no me conocías. No sabías que era la mujer más maravillosa del mundo,
Rinaldo la tomó de nuevo entre sus brazos.
– Lo eres. Y yo, como un tonto, intentando apartarme de ti. Me daba tanto miedo lo que sentía…
Se besaron tiernamente, pero Alex se dio cuenta de que parecía preocupado.
– ¿Qué pasa?
– ¿Crees que debemos contárselo a Gino? Sé que siente algo por ti.
– Le caigo bien -sonrió Alex-. Pero no está enamorado de mí. Aunque, desde que volví de Londres, parece un poco cortado. Supongo que le da vergüenza dar marcha atrás después de tanta pasión teatral… Ah, ahora lo entiendo. Por eso está así desde que supo que David había cortado conmigo… El pobre estaba intentando hacerme saber que no le intereso. Pobre Gino, debe de estar pasándolo fatal.
Rinaldo soltó una carcajada.
– De todas formas, creo que estuvo un poco enamorado de ti… durante unos días.
Ella levantó una ceja.
– ¿Sólo valgo eso?
– No, pero para mi hermano es un récord.
Riendo, Alex asomó la cabeza en el pasillo.
– No hay moros en la costa.
– Hasta luego, amor mío.
Se despidieron con un beso en los labios y la promesa de encontrarse en… una eternidad: diez minutos.
Cuando ella bajó a la cocina, Gino estaba entrando en la casa.
– ¿Se lo decimos ahora? -preguntó Rinaldo.
– No, antes tengo que deciros algo -sonrió Alex.
– ¿Qué ocurre? -preguntó él, alarmado.
– Enrico Varsi os debe dinero. Y si no me equivoco, una cantidad bastante sustanciosa.
– ¿Cómo es posible?
Alex respiró profundamente.
– Porque lleva años engañándoos.
– ¿Qué? Eso no puede ser. Varsi es un profesional…
– Claro, por eso le ha resultado tan fácil.
– Y era amigo de nuestro padre -dijo Gino.
– Y tu padre confiaba en él. Supongo que a Vincente nunca se le ocurrió que su amigo estaba engañándolo. Pero a mí sí, en cuanto eché un vistazo a los libros.
– Sé que eres una experta en contabilidad, pero esto es Italia. Puede que las cosas sean distintas aquí, Alex.
– Lo sé, por eso he tomado un curso de contabilidad italiana.
– ¿Cuándo? -preguntó Rinaldo, atónito.
– Todas estas semanas, cuando iba a Florencia. ¿Creías que iba de compras?
– ¿Dónde has estudiado?
– Con un hombre que se llama Andansio. Su despacho está cerca del de Varsi. Y no tengo dudas: Varsi se ha quedado con dinero. De no ser así, vuestro padre no habría tenido que hipotecarla granja.
Gino abrazó a Alex entonces.
– ¡Eres un genio! Un genio, un ángel…
– Sí, todo eso está muy bien -lo interrumpió Rinaldo-. Y admito que abre posibilidades interesantes.
– ¡Posibilidades interesantes! -repitió Gino-, ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
– Hay que ser realistas.
– Lo que Rinaldo quiere decir es que no se fía del todo -sonrió Alex-. Por eso, hoy vamos a ir los tres a ver al señor Andansio. Como es un hombre, seguramente a él sí lo creerá.
– Porque es italiano -sonrió Rinaldo-. Y yo creo que es buena idea.
Cuando iba a buscar su móvil, Gino se acercó.
– Estás civilizando a mi hermano. Buen trabajo.
Fueron a Florencia por la tarde y Andansio les confirmó que Alex tenía razón.
– Todo está inteligentemente disfrazado, por supuesto. Pero esta señorita ha sido mucho más lista que Varsi. Ya le he dicho que, si quiere, tengo un puesto para ella en mi despacho.
– Puede que acepte -sonrió Alex.
– Ya te dije que era un genio -murmuró Gino.
– Muy bien. ¿Y ahora qué hacemos, llamar a la policía? -preguntó Rinaldo.
– Podría haber una forma más rápida de solucionar el asunto -sonrió Andansio-. Le mostramos las pruebas y exigiremos la inmediata restitución del dinero. Créanme, Varsi puede permitírselo. A cambio, tendremos que prometerle guardar el secreto.
– Pero entonces podría hacérselo a otros -observó Rinaldo.
– No lo creo. Le dejaremos muy claro que está bajo vigilancia.
– ¿Cuánto dinero tiene que devolvernos? -preguntó Gino.
Andansio dijo una cantidad y los Farnese se miraron, perplejos.
– Pero eso es prácticamente la totalidad del préstamo.
Alex no dijo nada. Se limitó a sonreír.
– Supongo que querrán ustedes terminar su relación con el señor Varsi.
– Naturalmente. A partir de ahora, usted será nuestro administrador -dijo Rinaldo.
– En ese caso, sugiero que lo dejen todo en mis manos. Creo que tendré buenas noticias para ustedes antes de lo que creen.
Cuando salieron del despacho, Gino insistió en celebrarlo.
– Yo creo que hay razones para estar más que contentos.
– Es verdad -sonrió Rinaldo.
– Vamos, os invito a champán.
Capítulo 11
Toda la provincia de Florencia era una fiesta. Cada noche había feria en un sitio u otro para celebrar la cosecha y aquella noche estaban celebrando una fiesta en la granja.
Teresa, Celia y Franca habían trabajado todo el día en la cocina y Alex se encargó de colgar lamparitas chinas en las ramas de los árboles.
– Estás preciosa -dijo Rinaldo al verla con un vestido blanco-. Y quiero decirles a todos que eres mía. Ojalá pudiéramos hacerlo esta misma noche.
– Pero antes tenemos que decírselo a Gino.
– Primero habrá que encontrarlo -sonrió Rinaldo-. Desde que Andansio nos contó que Varsi nos debía dinero está en las nubes… ¿Qué te pasa?
– Nada. Es que… ¿qué voy a hacer con todo ese dinero? Yo no quiero dinero, quiero ser parte de esta granja -afirmó ella.
– Al ser mi esposa, serás parte de todo.
– Ya, pero…
– Si eso no es suficiente, puedes pagar los fertilizantes del año que viene, las reparaciones en la maquinaria y, la reforma del establo. ¿Qué te parece?
– Me parece mucho mejor -sonrió Alex.
– No te rías tanto. ¿Sabes lo que cuesta el fertilizante en una granja como ésta?
– Claro que sí. No olvides que me sé vuestros libros de memoria.
Poco después llegó Gino y se dedicó a besar a todas las mujeres que encontraba a su paso.
– Perdona, cara mia -dijo, con cara de pena.
– Debería darte vergüenza -sonrió Rinaldo-. Es la primera fiesta de Alex y has llegado tarde.
– Alex me perdonará cuando le diga lo que tengo que decirle -replicó Gino-. Carissima, he esperado hasta ahora, pero ya no puedo esperar más. Te quiero. Quiero casarme contigo…
– Gino…
– No digas nada -sonrió él, sacando una cajita del bolsillo-. Mira, esto es para ti.
Dentro de la cajita había un anillo de compromiso. Era antiguo, con diamantes y zafiros.
– Lo vi en una joyería hace tiempo y deseaba tanto comprarlo para ti…
– Gino… -empezó a decir Alex, angustiada.
– No pongas esa cara de sorpresa, carissima. Siempre has sabido lo que sentía por ti -dijo él entonces, poniéndose de rodillas delante de ella… y delante de todo el mundo-. Alex, mi amor, ¿quieres casarte conmigo? ¿Quieres ser mi esposa?