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– Ven, vamos a leerla arriba. Frente a la ventana, aún con el vestido de novia, Alex sacó la carta del sobre y empezó a leer:

Para mi hermano y mi cuñada:

Pensé que no podría soportar ser testigo de vuestra boda, pero al final tuve que ir, aunque sólo fuera un minuto. Perdonad que no me haya quedado más tiempo.

Olvidad también mis crueles palabras. Me volví loco y no sabía lo que decía.

No puedo volver. No podemos vivir bajo el mismo techo, pero en mi corazón no hay odio ni rabia.

Alex, pensé que tú eras la mujer para mí, pero no puedes serlo y creo que Rinaldo te necesita más que yo.

Cuida de él. Mi hermano necesita que le cuiden, aunque tú ya lo sabes.

Quizá, como dijiste, encuentre algún día a la mujer de mi vida. Y entonces, quizá, podré compartir con ella lo que tú compartes con Rinaldo. Eso espero.

Que Dios os bendiga a los dos.

Vuestro hermano, Gino.

P.D. Podéis ponerle mi nombre a vuestro primer hijo.

P.P.D. Sólo si es un chico, claro.

– Qué típico de él hacer una broma al final -dijo Alex entre risas y lágrimas.

– Sí -asintió Rinaldo con voz ronca.

– ¿Dónde estará ahora?

En lugar de contestar, su marido apagó la luz.

– Buscando su propio destino. No temas por él. Es más fuerte de lo que yo había pensado.

Entonces la estrechó posesivamente entre sus brazos.

– Pero ahora, amore mió, el tiempo es nuestro. Y no quiero perder ni un segundo.

Lucy Gordon

***