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La despiadada insinuación de Churchill impuso silencio a los norteamericanos.

Eisenhower detuvo su paseo:

– Si no me equivoco, hasta el momento los alemanes no han utilizado los gases tóxicos en el campo de batalla, ni siquiera en el frente ruso. ¿No es así?

– Así es -asintió Churchill-. Pero asesinan a sus cautivos judíos con gas cianuro.

– Por consiguiente -dijo Eisenhower, pasando por alto la última observación-, debemos suponer que, a pesar de las tremendas bajas sufridas, Hitler se abstiene de usarlos por la misma razón que no usa las armas biológicas. Porque los informes que filtramos a la inteligencia alemana le dicen sin la menor ambigüedad que tenemos los medios para tomar represalias.

Churchill asintió con gesto conciliador:

– General, los informes que filtramos sobre la guerra biológica fueron totalmente verídicos. En el terreno de la guerra química, exageramos nuestra capacidad. Desde luego, el fin lo justificaba, ya que era indispensable ganar tiempo. Pero ahora que se acerca la invasión, nuestro tiempo se agota.

Eisenhower se volvió hacia el mayor de inteligencia:

– ¿Qué tenemos en nuestro arsenal químico?

– Toneladas de fosgeno -dijo el mayor, a la defensiva-. Para el día D tendremos gases defensivos suficientes para sesenta días. Y constantemente recibimos nuevos cargamentos de gas mostaza.

Eisenhower frunció el entrecejo:

– Pero no tenemos nada parecido al Sarin.

– No, mi general.

– O al Soman.

– Nada que se le parezca, mi general.

– ¡Qué mierda! -Eisenhower echó una mirada a su alrededor-. Señores, creo que será mejor que el Primer Ministro y yo conversemos a solas.

– Brendan -indicó Churchill con mal disimulada euforia-, tú y Duff sirvan a nuestros amigos norteamericanos un té con bizcochos. Clemmie les dirá dónde encontrar todo. Y creo que el profe tiene una cita, a pesar de la hora.

Lindemann miró bruscamente su reloj:

– ¡Dios mío, gracias por recordármelo, Winston! -El catedrático alto tomó su sobretodo y su sombrero. Iba a salir, pero a último momento recordó la presencia del comandante en jefe de la fuerza expedicionaria aliada. Se volvió y alzó su sombrero:

– Dios lo acompañe, general.

– Y se marchó.

5

Dwight D. Eisenhower fumaba con avidez frente a la misma ventana donde Churchill había esperado su llegada. Durante cuarenta minutos había fumado un Lucky Strike tras otro, en silencio, mientras el Primer Ministro exponía diversas hipótesis, a cual más espeluznante, sobre los efectos del Sarin y el Soman en las playas del día D. Por fin, Eisenhower se apartó de la ventana.

– Francamente, señor Primer Ministro, no entiendo por qué me consulta a mí. Usted sabe que no tengo mando sobre las fuerzas estratégicas de bombardeo. Hace semanas que trato de obtenerlo, pero usted me lo niega. ¿Ha modificado su posición?

Sentado en un sillón a un par de metros, Churchill extendió el labio inferior como si ponderara una pregunta inesperada.

– Confío en que podemos llegar a un acuerdo, general.

– Bien, hasta entonces yo no podría tomar la decisión de bombardear esos depósitos aunque quisiera. Además, es un problema político. Tendría que consultar al presidente Roosevelt.

Churchill replicó con un hondo suspiro.

– Hablé de este asunto con Franklin en El Cairo, general. Ya tenía un informe preliminar sobre Sarin. Me parece que no comprendió la magnitud del peligro. Cree que la balanza se ha inclinado a nuestro favor hasta tal punto que ninguna arma secreta alemana podría cambiar el rumbo de la guerra. Los mariscales del aire dicen lo mismo y les disgusta que me entrometa en sus asuntos. Por eso acudí a usted. Como jefe supremo de OVERLORD, no puede dejar de comprender el peligro.

– Sí, claro que lo comprendo.

– Gracias a Dios -replicó Churchill rápidamente-. Es difícil de asumirlo en toda su magnitud. Rommel podría enterrar bombas de Soman varias semanas antes del arribo de nuestras tropas y detonarlas desde lejos. Media docena de aviones que rociaran Soman en aerosol podrían detener la invasión en las playas. El día D sería una catástrofe. Eisenhower alzó la mano:

– ¿Por qué cree que Hitler utilizará el gas neurotóxico en las playas si no lo hizo en Stalingrado?

Churchill respondió con seguridad:

– Porque Stalingrado fue una derrota tremenda, pero no el fin. Todavía estaba en condiciones de pensar en el largo plazo. Pero ahora sabe que un ejército aliado está a punto de instalarse en territorio europeo. Si perforamos el Muro del Atlántico, es el fin, y él lo sabe. Además, es posible que en ese momento las tropas alemanas no tuvieran el equipo protector necesario. Recuerde que Sarin y Soman atraviesan la piel. Una ráfaga de viento en la dirección inesperada podría diezmar a la propia tropa tanto como al enemigo. Ya sucedió en la Gran Guerra. Pero en vista de lo que está en juego en la invasión, ¿cree que Hitler vacilará ante el sacrificio de sus propios soldados? Ni por un instante. Créame, el demonio no se detendrá ante nada.

Los ojos de Eisenhower y Churchill se encontraron en la oscuridad.

– Señor Primer Ministro, a esta altura del partido tenemos que sincerarnos con respecto a Hitler. No podemos darnos el lujo de engañarnos a nosotros mismos.

– No comprendo.

– Quiero decir que me consta que en 1940 usted estaba dispuesto a usar gases tóxicos si los alemanes desembarcaban en las playas inglesas.

Churchill no lo negó.

– Por eso -prosiguió Eisenhower-, dejemos de fingir que tenemos la obligación moral de impedir que Hitler utilice gases en las mismas circunstancias en que probablemente lo haríamos nosotros.

– ¡Justamente a eso quería llegar! Dentro de poco, Hitler se encontrará precisamente en la situación en la que nosotros recurriríamos al gas. ¿Podemos darnos el lujo de esperar que no lo haga?

Eisenhower aplastó la colilla con violencia.

– ¿Cómo diablos nos metimos en este berenjenal?

– Lamento decirle, general, que todo se remonta a los acuerdos entre I.G. Farben y Standard Oil en los años 20. Standard aceptó no meterse en la industria química si Farben dejaba en paz los hidrocarburos. Las dos empresas respetaron el acuerdo incluso después del comienzo de la guerra. Los alemanes produjeron una revolución en la industria química. No tenemos nada parecido al complejo Farben.

– ¿Y la ciencia francesa?

Churchill meneó la cabeza con tristeza:

– Ese as sólo lo tiene Hitler. -Tomó una pluma y empezó a garabatear en una libreta. -¿Puedo hablarle con toda franqueza, general?

– Es lo que más deseo en el mundo.

– Duff Smith y yo tenemos una hipótesis. Creemos que Hitler todavía no utilizó el Sarin por la sencilla razón de que tiene miedo a los gases. Como usted sabe, el gas mostaza le provocó una ceguera temporaria durante la Gran Guerra. Hace mucho aspaviento sobre eso en Mein Kampf. Tal vez tema en exceso nuestra capacidad química. Creemos que el verdadero peligro no es Hitler sino Heinrich Himmler. Están haciendo experimentos con Sarin y Soman en los campos controlados por las SS de Himmler. La muestra de Sarin vino de un campo de las SS instalado en una zona remota con el único propósito de fabricar los gases neurotóxicos y experimentar con ellos. Himmler controla en gran medida el aparato de inteligencia nazi. Por eso, si alguien está enterado de nuestra carencia en ese terreno, es él. Duff y yo pensamos que Himmler tiene el plan de perfeccionar sus gases y la ropa protectora, y presentar todo a Hitler en el momento en que más lo necesite: para detener la invasión. Himmler mataría dos pájaros de un tiro al convertirse en el salvador del Reich y a la vez el sucesor indiscutido al trono nazi.