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– ¡Sí! -dijo el viejo-. ¡Es lo que le pido! -Se levantó y saltó de un pie a otro como un loco. -¡Yo ocuparé su lugar!

Sturm le dio un empujón:

– No eres lo que necesitamos. -Apuntó la pistola al hijo: -¡Rápido!

El viejo Jansen hundió la mano en un bolsillo. El sargento Sturm apoyó el caño de la pistola en la frente del holandés, pero la mano temblorosa salió del bolsillo con un objeto que brilló como una estrella bajo los reflectores. El zapatero oyó que Sturm contenía el aliento.

La palma del holandés estaba llena de diamantes.

– Tómelos -susurró Ben Jansen-. A cambio de la vida de mi hijo.

El zapatero vio cómo se alteraba el rostro de Sturm. Adivinó los pensamientos que se agitaban en su cerebro. ¿Quién más había visto los diamantes? ¿Cuánto valían? Una pequeña fortuna, sin duda. ¿Cuánto tiempo debería tenerlos en el bolsillo antes de ocultarlos en su cuarto?

– Son suyos -susurró el viejo, y acercó las piedras al bolsillo de Sturm.

La izquierda del sargento aferró los diamantes.

El zapatero se crispó. Sabía lo que sucedería. Vio que el dedo de Sturm empezaba a apretar el disparador de la Luger…

– ¿Qué pasa ahí? -preguntó una voz autoritaria.

El sargento Sturm se enderezó cuando el comandante Schörner miró sobre su hombro.

– Sí -dijo el doctor Brandt, quien se acercaba junto con Schörner-. ¿Cuál es el problema, Hauptscharführer?

Sturm carraspeó:

– Este viejo judío quiere ocupar el lugar de su hijo.

– Imposible -contestó Brandt con fastidio, y se volvió hacia la puerta principal.

– Se lo ruego, Herr Doktor -imploró el viejo. Había tenido la astucia de usar el título preferido de Brandt. -Mi hijo tiene hijos muy jóvenes que lo necesitan. Herr Doktor, ¡Marcus es abogado! Yo no soy más que un viejo sastre remendón inútil. ¡Lléveme a mí en su lugar!

Klaus Brandt giró sobre sus talones y miró al viejo con una sonrisa sardónica.

– Aquí un buen sastre vale diez veces más que cualquier abogado. -Señaló el uniforme andrajoso de un prisionero, bajo el cual asomaba la piel azul de frío. -¿De qué le sirve un abogado?

Se volvió y se alejó.

Benjamín Jansen lo miró con ojos alterados por el terror.

– Pero, Herr Doktor…

– ¡Silencio! -rugió Sturm, y extendió el brazo para aferrar a Marcus Jansen, que abrazaba a sus hijos.

El viejo tembló como un espástico. Aferró el faldón de la chaqueta gris de Schörner:

– Sturmbannführer, llévese la mitad de los diamantes. Lléveselos todos.

Schörner se volvió y frunció el entrecejo:

– ¿Diamantes?

– Estoy listo -dijo Marcus Jansen. El joven holandés salió resueltamente de la formación. Su esposa se arrodilló para abrazar a los niños.

El sargento Sturm tomó la manga del abogado y lo apartó.

Ben Jansen crispó los puños, lanzó un alarido y dio un paso hacia el comandante Schörner, luego se volvió a su derecha en dirección al doctor Brandt.

El zapatero sintió un impulso incontrolable. A pesar del riesgo, lanzó un puñetazo que tomó a Ben Jansen en la mandíbula. El viejo holandés cayó de espaldas sobre la nieve en el mismo instante en que el zapatero volvía a pararse rígidamente en su lugar.

Todo fue tan rápido que nadie supo qué hacer. El sargento Sturm había estado a punto de matar al viejo. Ahora titubeaba, su vista se paseaba del zapatero a Schörner y luego a Brandt, que había girado para ver qué sucedía. Marcus Jansen vio horrorizado que la pistola de Sturm apuntaba a la cabeza de su padre.

Un bocinazo repentino salvó la vida de Benjamin Jansen. El eco estridente reverberó sobre la nieve como un clarín marcial.

– ¡Llegó el Reichsführer! -exclamó el sargento Sturm para que todos se volvieran al portón de entrada.

Casi todos lo hicieron. Pero mientras Klaus Brandt se dirigía hacia el portón a la cabeza de una formación de honor SS y el zapatero se preguntaba si de veras había oído la palabra Reichsführer, el comandante Wolfgang Schörner susurró:

– Abra la mano izquierda, Hauptscharführer.

– ¡La selección! -exclamó Sturm-. ¡Debo terminar la selección!

La mano de Schörner aferró la gruesa muñeca de Sturm:

– Hauptscharführer, le ordeno que abra la mano izquierda.

– Zu befehl, Sturmbannführer! -dijo Sturm con voz alterada por el miedo y la furia. Ya se acercaba el rugido de los motores. Abrió la mano.

No tenía nada en ella.

El comandante Schörner la miró un instante.

– Firme, Hauptscharführer -ordenó. Sin vacilar hundió la mano en el bolsillo del pantalón de Sturm. En su rostro asomó una expresión de tristeza. Hurgó en el bolsillo, sacó la mano y la abrió a centímetros de la cara del sargento.

Los diamantes lanzaron destellos de fuego azul.

– Pensé que nos habíamos puesto de acuerdo -dijo Schörner.

– Es verdad, Sturmbannführer -murmuró Sturm mientras bajaba los ojos.

– ¿Quiere dar explicaciones sobre esto al Reichsführer? Sturm palideció. El edicto de Himmler era claro: pena de muerte para quien robara a los judíos para beneficio personal.

– Nein, Sturmbannführer -dijo.

Schörner sujetó la mano izquierda de Sturm y lo obligó a tomar los diamantes.

– Deshágase de esto.

– ¿Deshacerme de ellos? ¿Cómo?

– Schnell!

Atónito, el zapatero vio al sargento Sturm arrojar los diamantes a la nieve como si alimentara a las gallinas.

– Bien -dijo Schörner-. Prosiga con la selección.

Se volvió y marchó hacia el portón. Sus botas de caña entera lanzaban destellos bajo las luces.

Sturm miró a Ben Jansen con rabia. Enfundó la Luger en la cartuchera y dio un puntapié a Marcus Jansen para empujarlo hacia la formación de los condenados.

– ¡Todos los varones judíos de dieciséis a cincuenta años, salir de formación! -rugió-. ¡Si dentro de un minuto queda uno solo de los indicados, fusilaré a una de cada dos mujeres!

Una vez más, como siempre que sobrevivía a una selección, el zapatero se sintió embargado por una terrible, inenarrable sensación de alivio. De los treinta y nueve varones judíos adultos, veintiocho correspondían a la categoría de los condenados. Mientras los últimos salían de la formación, una columna de automóviles de campaña grises y un camión pesado de transporte de tropas pasaron frente a la Appellplatz hacia el fondo del campo. En el guardabarros izquierdo del auto más largo ondeaba una banderola cuadrada con dos triángulos y el águila nazi.