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Randazzo carraspeó y tomó aliento para contener un sollozo.

– Gracias a Dios, Dave nos había alejado de las baterías. Si no, nos habrían hecho pedazos en el aire. Caímos a unos cuatrocientos metros uno del otro. Yo me quedé donde estaba. Tenía la pierna rota. En ese momento no lo sabía, pero me dolía como la puta que lo parió. David soltó el paracaídas y empezó a acercarse.

– ¿Dónde estaban? ¿En un bosque, un campo, o qué?

– Yo había caído en un matorral de arbustos junto a la arboleda. -Randazzo miró el piso. -Pero David tuvo que cruzar un campo abierto para acercarse a mí.

McConnell miró el piso. La voz de Randazzo bajó a un susurro.

– No lo sabíamos, pero habíamos caído cerca de un pueblo. Los SS nos vieron caer y mandaron una patrulla. David estaba cruzando el campo cuando apareció un Kubelwagen, un jeep alemán-, sobre una loma. Se tiró cuerpo a tierra, pero lo habían visto y no pudo escapar.

Randazzo se rascó violentamente el pelo.

– Lo interrogaron ahí. Eran un teniente y cuatro tipos más de las SS. Creo que uno era sargento. Le preguntaron dónde estaba yo, pero no dijo nada. Nombre, grado, número de matrícula, como en las películas. John Wayne, joder. Randazzo se cubrió la cara con las manos, sollozó brevemente y calló.

Mark tuvo que hacer un esfuerzo para hablar.

– ¿Qué pasó?

– Estooo… Tres de los SS lo paran delante del teniente. El teniente saca la daga. ¿Alguna vez vio una de esas? Es como una espada, pero chiquita. El alemán le apoya la punta en el pecho y le hace más preguntas.

– ¿En alemán o en inglés? -preguntó McConnell sin saber por qué. Sólo sabía que David no hablaba el alemán.

La pregunta aparentemente desconcertó a Randazzo.

– En alemán -dijo por fin-. Sí. Pero daba lo mismo, porque David no contestaba. Después de la tercera pregunta, el teniente le da una bofetada. Bien fuerte. Dave le escupe en la cara.

Mark cerró los ojos.

– El teniente lo apuñaló. Se volvió loco, perdió el control.

– No.

Randazzo hizo una mueca extraña antes de seguir.

– Los otros tipos soltaron a Dave. Se cayó. Se quedó quieto un momento y después rodó un poco hasta quedar boca arriba. Entonces… estoo…

Mark alzó la mano:

– Por favor, no diga más, comodoro. No quiero saberlo.

– Tengo que decírselo -alegó Randazzo-. Fue culpa mía, joder.

McConnell se dio cuenta de que la herida más grave del joven copiloto no era la de la pierna.

– Bueno, está bien -murmuró-. Cuénteme qué pasó.

– Nunca vi nada igual. Dave estaba vivo, pero le llenaron la boca de tierra. De tierra, ¿me entiende? El sargento busca una rama y se la mete en la garganta. -Randazzo lloraba. Mark no podía contenerse. -Así murió, doctor. Esos alemanes de mierda lo ahogaron con tierra… ¡y yo vi todo y no hice nada!

McConnell se sentía paralizado, pero con gran esfuerzo extendió una mano para tomarle el hombro.

– No había nada que hacer, comodoro. Habría sacrificado su propia vida sin poder ayudarlo.

El italiano lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

– Dave habría hecho algo.

McConnell quería negarlo, pero sabía que era verdad.

– Ese sureño de mierda habría saltado de los arbustos gritando como una división entera, armado o no. -Randazzo lloraba y reía al mismo tiempo. -El Tano, no. -Meneó la cabeza, acongojado. -Me quedé escondido como un cagón y me mojé los pantalones.

McConnell le dio tiempo para reponerse.

– Comodoro.

– Qué joder, yo…

– Comodoro, quiero conocer el resto de la historia. ¿Cómo escapó usted?

– Pues… después que murió Dave me parece que los SS ya no se interesaron tanto por mí. Anduvieron por el campo, pero cuando llegaron al bosque ya era de noche y yo me había alejado. ¡Carajo!, tuve mucha suerte. Al otro día me encontraron unos tipos de la Resistencia. Estaban medio locos, discutían como políticos, pero me entregaron a una gente que ya había rescatado a unos cuantos aviadores. -Randazzo meneó la cabeza. -Así que acá estoy. Y Dave se quedó en Francia. Qué sé yo, a los jefes no les gusta que se sepan estas cosas, pero yo quería que usted supiera la verdad. Su hermano fue el tipo más valiente que conocí. Un héroe, qué joder.

– Me parece que tiene razón, comodoro -dijo McConnell en un esfuerzo absurdo por mantener la compostura profesional-. Pero usted no es un cobarde. -Su mirada se perdió por la ventana. -¿Qué piensa hacer?

Randazzo tomó sus muletas y se levantó con esfuerzo.

– Si se me cura bien la pierna, vuelvo a volar.

– ¿Está loco? -exclamó McConnell, mirándolo.

– Para nada, doctor -aseguró Randazzo con rostro pétreo-. Voy a tirar bombas sobre esos hijos de puta hasta que Alemania sólo sea una nota al pie en un mamotreto viejo en una universidad vieja como esta.

McConnell se sintió flotar como si estuviera mareado. "Es el shock", pensó.

– Gracias por venir, comodoro. Fue muy importante para mí… conocer la verdad. Le deseo lo mejor.

Randazzo cruzó la sala hacia la puerta. Se volvió, hizo una venia a Mark y salió sin decir palabra. McConnell escuchó el golpeteo sordo de sus muletas. Tardó casi tres minutos en bajar los tres tramos de la escalera.

Una vez que cesaron los ecos, McConnell fue a la ventana, la abrió y tragó varias bocanadas de aire frío. Le ardía la piel. Cuando empezaba a asumir el hecho de que su hermano había perecido valientemente en una batalla aérea, Pascal Randazzo aparecía como un fantasma para negarle siquiera ese consuelo sombrío. David no había muerto en la batalla. Lo habían asesinado bárbaramente, a sangre fría. Los asesinos eran el infame Cuerpo Negro de Hitler. Las Schutzstaffeln. Las SS.

Uno de los recuerdos más nítidos de su infancia era el día que nació su hermano menor. El padre había asistido el parto. Aunque casi ya no ejercía la medicina, quiso traer a su propio hijo al mundo. Mark recordó el orgullo en el rostro quemado de su padre, una de las pocas veces en que había demostrado orgullo por él mismo, no por sus hijos.

Apoyó las manos en el marco de piedra de la ventana y se inclinó sobre el patio. El aire era muy distinto del de las sofocantes noches de su juventud. En verdad, los parapetos oscuros y las torres que se alzaban de los adoquines ingleses parecían salidos de Robin Hood. Un gran castillo. Una fortaleza. ¿Acaso no había sido eso para él? ¿Un refugio en medio de la guerra? Durante cinco años había trabajado ahí sin correr peligro mientras hombres más valientes daban la vida para combatir a los nazis. Veían morir a sus camaradas, como Randazzo, pero a pesar de eso y del miedo seguían luchando.