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McConnell reprimió el impulso de defenderse apuntándole con la Schmeisser.

– Por supuesto -murmuró.

– El piloto se equivocó.

– No entiendo.

– El edificio de apartamentos donde vivía mi familia sigue en pie. Entré e hice un par de preguntas.

Anna cerró los ojos y movió los labios en silencio. Un gesto similar al de un católico al santiguarse, pensó McConnell.

– No se preocupe que no corrí peligro -señaló Stern con sorna-. Me crucé con un policía, pero al ver el uniforme de la SD el tipo se meó en los pantalones. Se alejó lo más rápido que pudo. En este país, un coronel de la SD es Dios.

"Mejor dicho, el demonio", pensó McConnell, pero no lo dijo.

– Como decía, el edificio sigue en pie -prosiguió Stern-, pero hubo algunos pequeños cambios. No hay manchas de sangre ni nada por el estilo. Pero cuando yo vivía ahí, los vecinos eran judíos. Ahora está lleno de niñas y varoncitos rubios, versiones en miniatura de Fráulein Kaas.

Anna se crispó.

– Nadie recordaba a mi familia. ¿Por qué habrían de recordarla? Eran niños. Princesas y príncipes arios viviendo felices en apartamentos por donde rondan los fantasmas de niños de cabello oscuro. Pero creo que los fantasmas no los perturban. ¿Y a usted, doctor?

– Stern…

– ¿Lo perturban los fantasmas, doctor? -Stern dio un culatazo contra un armario y Anna se sobresaltó. -¡Había tantos tipos para elegir y justo me lo mandan a usted! ¡Esta mujer es más valiente que usted!

Bajó la escalera al sótano y volvió poco después con su talego, que contenía las provisiones robadas en Achnacarry.

– ¿Adonde va? -preguntó Anna con pavor.

Stern se colgó el talego del hombro.

– Voy a subir la colina y poner fin a esta locura. Ya sé que hay viento, pero apenas cese voy a soltar las garrafas.

– Por Dios. -McConnell se levantó de un salto-. Déme sólo un minuto para pensar.

– Se ha pasado la vida pensando, doctor. ¿Qué cambiará en un minuto?

McConnell comprendió que no podía detenerlo.

– ¿Después irá al submarino?

– Ya que no me ayudará, no podré hacer nada en la fábrica después del ataque. No sé qué buscar, ni menos aún qué fotografiar. Robaré el primer vehículo que encuentre y me iré para la costa.

– ¿Y nosotros?

– ¿Se refiere a usted?

– No podemos dejar que Anna caiga en manos de la Gestapo.

Stern soltó una carcajada amarga.

– No podemos llevarla. Smith lo dijo claramente. Usted conoce a los ingleses, sabe que no le permitirán abordar el submarino.

– O sea, sálvese quien pueda -dijo McConnell con asco-. Es su estilo, Stern, no lo niegue.

Stern abrió la puerta.

– No se preocupe, doctor. Lo llevaré de vuelta a su lindo laboratorio aunque tenga que morir por eso. Quiero que le explique a Smith por qué no quiso violar sus benditos principios para salvar la invasión aliada. -Acomodó la correa sobre su hombro. -Lamentablemente, no podrá explicárselo a su hermano muerto.

McConnell se abalanzó sobre él, pero Stern salió y cerró la puerta. Cuando McConnell la abrió, ya había desaparecido en la oscuridad.

Wolfgang Schörner chocó los tacos como si estuviera en una inspección antes de un desfile. Detrás de un escritorio obsesivamente prolijo se encontraba el Doktor Klaus Brandt. El jefe de Totenhausen había regresado de Berlín una hora antes. Alzó la vista de una hoja de papel que había estado leyendo y lo miró por encima de sus anteojos de lectura sin marco.

– A la orden, Herr Doktor.

Brandt frunció los labios como si ponderara un diagnóstico difícil. Como siempre, Schörner se sentía incómodo en su presencia. Las perversiones del doctor no eran la única causa. Al cabo de cuatro años, cuando se aproximaba el desenlace de la guerra, a Schörner le disgustaba tratar con hombres más preocupados por sus carreras que por la supervivencia del Reich. Le deprimía la certeza de que, ganara o perdiera Alemania, Klaus Brandt sería millonario, en tanto que los alambres de púas en las fronteras de la Patria caerían bajo el peso de su cadáver y los de otros soldados como él. Sin embargo, lo irónico era que unos pocos hombres tenían en sus manos la clave de la victoria alemana, y Klaus Brandt era uno de ellos.

Después de un lapso que a Schörner le pareció eterno, Brandt por fin le dirigió la palabra:

– ¿Sabe usted que el Reichsführer Himmler quiere realizar una demostración de Soman Cuatro para el Führer?

– Dentro de tres días, si no me equivoco.

– Así es. Acabo de enterarme de que Erwin Rommel estará presente.

La revelación lo sorprendió pero, desde luego, era lo más lógico. Hitler había puesto a Rommel al mando del Muro Atlántico. El Zorro del Desierto tenía la responsabilidad de destruir las fuerzas aliadas en las playas de Francia.

– ¿La demostración se realizará en el campo de pruebas de Raubhammer como estaba dispuesto, Herr Doktor?

Brandt resopló malhumorado.

– Así es. Los ingenieros de Raubhammer dicen que han perfeccionado un equipo liviano capaz de aislar el Sarin y el Soman.

Schörner alzó las cejas:

– Me gustaría conocer ese equipo, Herr Doktor.

– También a mí, Schörner. Y lo veremos. Nos enviarán tres muestras para inspeccionarlas. -Tomó un cigarrillo muy delgado de una cigarrera de oro y lo encendió con un gesto delicado, casi femenino. -Parece que la demostración será espectacular. Prisioneros del campo de Sachsenhausen con uniformes británicos atacarán una playa simulada saturada con Soman. Voluntarios de las SS la defenderán, vestidos con los nuevos equipos protectores. Valdrá la pena verlo. Una justa recompensa para nuestros arduos afanes.

– Y bien merecida, Herr Doktor.

– Así es, Sturmbannführer. El Reichsführer está convencido de que la demostración le permitirá al Führer superar su resistencia, irracional pero comprensible, a las armas químicas.

Con el cigarrillo entre los labios, Brandt examinó las uñas prolijamente recortadas de su mano izquierda.

– Himmler se anotará un verdadero triunfo, Schörner. Y él sabe ser generoso con los que le son leales.

– Lo sé muy bien, Herr Doktor -dijo Schörner. Esperó que Brandt prosiguiera, pero éste parecía absorto en sus pensamientos.

– ¿Puedo retirarme, Herr Doktor?

– Un momento, Schörner. ¿Qué me dice de los paracaídas británicos? ¿La situación está controlada? No quisiera que se alterara nuestro plan de producción ahora que la demostración es inminente.