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Le fue fácil orientarse. Marchando con paso enérgico para tranquilizar a los vigías de las torres recorrió el callejón entre el hospital y la Cámara E, giró a la izquierda y se dirigió al alambre tejido que rodeaba las cuadras de prisioneros. Bordeó el alambrado hasta llegar a un punto fuera del alcance de la vista de las torres. El centinela del portón trasero miraba hacia el bosque. No había aisladores: por consiguiente, el alambrado no estaba electrificado. Lo escaló rápidamente y se dejó caer del otro lado.

Ya había oído los ronquidos de la primera cuadra. Oyó lo mismo en las tres siguientes. Se detuvo en la quinta y al inclinarse para apretar el oído contra una grieta vio un tenue resplandor amarillo, como de la luz de una vela. Oyó una voz. No era más que un susurro, pero se le erizaron los pelos de la nuca.

Hablaba en idish.

Tomó aliento e introdujo el dedo en el guardamonte de su Schmeisser. Se irguió, subió los tres escalones y entró en la cuadra.

La vela se apagó al instante. Oyó pasos que corrían frenéticos como si fueran ratas y… silencio. El aire tibio estaba impregnado de olores a lana sucia y desinfectante.

– Escúchenme -susurró en idish-. ¿Todos son judíos?

No hubo respuesta.

– Escuchen, no soy lo que parezco. ¿Son todos judíos?

Nada.

Lamentó no haberse quitado el uniforme de la SD.

– Soy judío -prosiguió-. Vine de Palestina. Soy espía y he venido a comprobar lo que hacen los nazis a nuestro pueblo.

Si hubiera dicho que era el Mesías enviado por Dios, el impacto de sus palabras no habría sido mayor. Vio el reflejo de ojos que lo miraban aterrados y atónitos, como conejos acorralados en la oscuridad.

– ¿Quién es el jefe? -preguntó.

– Nuestra jefa murió, soldado -dijo una voz áspera-. Tú lo sabes.

– ¿Quién habló? Por favor, créanme, no he venido a hacerles daño. Tengo poco tiempo.

– Sabemos quién eres -siseó otra voz-. ¿Qué quieres, soldado?

– Este uniforme es de la SD, no de las SS -dijo Stern lentamente-. Pero no soy una cosa ni la otra. Soy un judío de Rostock que huyó a Palestina. Lo demostraré a cualquiera que me interrogue.

– Recita el kaddish -lo desafió otra voz-. Por todos los que asesinaste.

– Yis-ga-dal v'yis-ka-dash sh'may ra-bo, B'ol-mo dee-v'ro hir u-say, v'yam-leeh mal-hu-say… ¿suficiente?

– Lo sabe -dijo una voz vacilante.

– Eso no demuestra nada -susurró otra.

– ¿Qué año es?

– Por el calendario hebreo es el 5705. -Aunque el tiempo apremiaba, le gustaba que las mujeres lo interrogaran con dureza.

– Repite las Cuatro Preguntas.

Sonrió en la oscuridad al recordar los seder de Pésaj de su juventud.

– ¿Por qué comemos pan ácimo? ¿Por qué comemos hierbas amargas? ¿Por qué mojamos las verduras? ¿Por qué nos inclinamos?

– Sabe.

– Mentira -dijo la escéptica-. Ningún judío vendría aquí por propia voluntad.

– Hay una prueba definitiva -dijo la voz confiada-. La que usan los SS para distinguir a nuestros hombres.

El desconcierto de Stern duró apenas unos segundos.

– ¿Pasarás esa prueba, soldado? -preguntó la escéptica.

Con ira y vergüenza, Stern se desabrochó y se bajó los pantalones del uniforme de la SD.

– La vela -dijo la voz confiada. A la luz vacilante, Stern vio a cinco mujeres que vestían uniformes a rayas. Caras demacradas, ojos sin brillo, cabezas rapadas. Detrás de éstas, otros ojos lo miraban desde la oscuridad.

– Acércate -dijo una. Era joven, tenía una mata de pelo oscuro y ojos duros. Obedeció.

La mujer de pelo oscuro se acercó con la vela y se agazapó frente a él.

– Dice la verdad -dijo-. Está circuncidado.

Varias mujeres suspiraron. Stern se alzó los pantalones. La mujer se enderezó y él la miró a los ojos. Parecía más joven que las demás. Más sana. Las otras estaban reducidas a piel y huesos, pero ésta tenía curvas femeninas.

– Soy Rachel Jansen -dijo-. Y tú estás loco.

Hacía una hora que McConnell leía el diario de Anna. No quería seguir, pero tampoco podía cerrarlo. Estaba aturdido y no terminaba de aceptarlo. El diario de la enfermera describía nada menos que la degeneración sistemática de una comunidad médica prestigiosa, convertida en la negación absoluta de todo lo que pretendía la ciencia médica desde los tiempos de Hipócrates.

Había previsto encontrar historias de horror. Desde hacía meses corrían los rumores en Inglaterra sobre la brutalidad imperante en los campos de detención nazis. Pero el diario de Anna no hablaba de la brutalidad, esa falla de la personalidad humana que existía en todas las sociedades. El diario describía atrocidades en una escala de magnitud inédita. El asesinato liso y llano palidecía frente a lo que acababa de leer. Uno de los pasajes más terribles lo conmocionó, tanto por los hechos en sí como por quienes los perpetraron.

6-1-43. El doctor Brandt volvió de una visita al campo principal de Auschwitz en Silesia. Toda la tarde deploró en presencia de Rauch y Schmidt el derroche de los fondos del Reich en el lugar. Dijo que los criterios profesionales del doctor Clauherg han caído a niveles lamentablemente bajos, que sus experimentos con la esterilización en masa son dignos de un charlatán.

McConnell conocía bien el nombre de Clauberg. ¿De veras se refería al médico que había creado el test estándar de la progesterona? ¿El análisis que llevaba su nombre? Parecía difícil de creer, pero así era si el diario no mentía.

Parece que Clauberg se dedica a "castrar" a hombres y mujeres por medio de dosis fuertes de rayos X. Brandt dice que la ineficacia del método es evidente para cualquiera que posea conocimientos elementales de los rayos gamma y sus efectos. Para demostrarlo, pidió que le trajeran un prisionero varón. El Hauptscharführer Sturm lo hizo al instante (prisionero de guerra ruso, 17 años). Una vez sujeto por los SS, Brandt procedió a practicarle una vasectomía para demostrar a sus discípulos que un cirujano hábil es capaz de realizar la intervención con toda rapidez. La realizó en cuatro minutos. Luego iniciaron una discusión sobre la esterilización femenina. Brandt dijo que la cirugía era el método más eficaz. Dijo que Clauberg jamás recuperará el prestigio que tenía antes de la guerra. Para demostrar su posición, piensa esterilizar a seis mujeres mañana, antes de la prueba prevista con el compuesto Sarin TV en aerosol…