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Le habían dicho una hora. Necesitó tres, y cuando entró en Jerusalén ya era noche cerrada. Durante largo rato buscó la casa de José que el vecino de Lázaro le había descrito vagamente. ¿Llegaba tarde una vez más, como en Belén, en un pasado que a él ya le parecía inmemorial? Llamó a varias puertas. Como era la fiesta de la Pascua le respondían afablemente, aunque era muy tarde. Por fin la mujer que le abrió afirmó con la cabeza. Sí, aquella era la casa de José de Arimatea. Sí, Jesús y sus amigos se habían reunido en una sala del piso de arriba para celebrar el banquete pascual. No, no estaba segura de que aún estuviesen allí. Que subiera para comprobarlo él mismo.

Otra vez había, pues, que subir. No hacía más que subir desde que salió de la salina, pero las piernas ya no le llevaban. Subió sin embargo, empujó una puerta.

La sala estaba vacía. Una vez más llegaba demasiado tarde. En aquella mesa se había comido. Aún había trece copas, una especie de recipientes poco profundos, muy anchos de boca, provistos de un pie corto y de dos pequeñas asas. Y en algunas copas un poco de vino tinto. Sobre la mesa quedaban también pedazos de aquel pan sin levadura que los judíos comen en esa noche en recuerdo de la salida de Egipto de sus padres.

Taor sintió vértigo: ¡pan y vino! Alargó una mano hacia una copa y la alzó hasta sus labios. Luego cogió un trozo de pan ácimo y lo comió. Entonces se precipitó hacia adelante, pero sin llegar a caer. Los dos ángeles que velaban por él desde su liberación lo sostuvieron con sus grandes alas, y mientras el cielo nocturno se cubría de inmensos fulgores, se llevaron a aquél que después de haber sido el último, el que siempre llegaba con retraso, acababa de ser el primero en recibir la eucaristía.

POST-SCRIPTUM

1. Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos.

2. Diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle».

3. Al oír esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén.

4. Y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías.

5. Ellos contestaron; En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta.

6. «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ciertamente la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un jefe que apacentará a mi pueblo Israel.»

7. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les interrogó cuidadosamente sobre el tiempo de la aparición de la estrella.

8. Y enviándolos a Belén, les dijo: «Id a informaros sobre ese niño, y cuando le halléis comunicádmelo, para que vaya también yo a adorarle».

9. Después de oír al rey se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente les precedía, hasta que, llegada encima del lugar en que estaba el niño, se detuvo.

10. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo.

11. Y entrados en la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y abriendo sus alforjas le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

12. Advertidos en sueños de no volver a Herodes, se tornaron a su tierra por otro camino.

13. Partido que hubieron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y estáte allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para quitarle la vida».

14. Levantándose de noche, tomó al niño y a la madre, y partió para Egipto.

15. Permaneciendo allí hasta la muerte de Herodes, a fin de que se cumpliera lo que había pronunciado el Señor por su profeta, diciendo: «De Egipto llamé a mi hijo».

16. Entonces Herodes, viéndose burlado por los magos, se irritó sobremanera y mandó matar a todos los niños que habían en Belén y en sus términos de dos años para abajo, según el tiempo que con diligencia había inquirido de los magos.

(San Mateo, capitulo 2)

Estos pasajes del Evangelio según San Mateo constituyen la única mención que los textos sagrados hacen de los reyes magos. Los evangelios según Marcos, Lucas y Juan no hablan de ellos. Mateo no dice cuántos eran. La cifra tres suele deducirse de los tres regalos que se mencionan: el oro, el incienso y la mirra. Todo lo demás sale de los textos apócrifos y de la leyenda, incluyendo los nombres de Gaspar, Melchor y Baltasar.

El autor tenía, pues, plena libertad para inventar, recurriendo al fondo de su educación cristiana y a la magnífica iconografía inspirada por la adoración de los magos, el destino y la personalidad de sus héroes.

Muy distinto es el caso del rey Herodes el Grande, personaje histórico sobre el que poseemos mucha información, principalmente gracias al historiador judío Flavio Josefo (37-100 a.C.). El capítulo que trata de Herodes se inspira sobre todo en él, pero también se han utilizado otras fuentes, en especial los estudios de Jacob S. Minkin y Gerhard Prause.

La leyenda de un cuarto rey mago, que procedía de tierras mucho más alejadas que las de los otros, que llegó tarde a la cita de Belén y que anduvo errante hasta el Viernes Santo, se ha contado varias veces, en especial por el pastor norteamericano Henry L. Van Dyke (1852-1933) y por el alemán Edzard Schaper (nacido en 1908), quien se inspiró en una leyenda ortodoxa rusa.