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«Bueno, tuviste tu oportunidad, Gumby. Podrías haber llamado al inspector Blane para que enviara a un puñado de agentes de la AST a recogerte. Pero te pareces demasiado a Pal. Él no puede resistirse a una pelea, mientras que tú tienes que intentar ser más listo que las fuerzas de la oscuridad. Tú solito, si es posible.

»Aunque no tengas ni una pista.»

¡Era cierto! Más de lo que había advertido. Mi estado de ánimo en ese momento lo revelaba. A pesar de todo, me sentía extrañamente… feliz.

Oh, no hay nada que coloque más que conseguir la atención de enemigos poderosos. No hay nada que te garantice mejor que vas a sentirte importante en el mundo, y por eso las teorías conspiradoras son tan populares entre la gente frustrada. En este caso, no era una ilusión. El poderoso Eneas Kaolin estaba al parecer dispuesto a invertir muchísimo sólo por cargarse mi verde cueto de porcelana.

¡Bien, pues que vinieran! Nada supera el drama de una última resistencia.

»Tal vez… —pensé, aunque me amargó admitirlo—. Tal vez soy Albea Morris, después de todo.»

De hecho, había una cosa que estaba estropeando la sombría intensidad del momento. No el hecho de que todo pudiera terminar pronto, en una llamarada de batalla. Podía aceptar eso.

No, era otro de esos breves y extraños dolores de cabeza que habían empezado a asaltarme en las últimas horas… Habían comenzado siendo casi demasiado suaves para advertirlos, pero últimamente ha vuelto con mayor intensidad. Llegaban como un viento caliente y duraban solamente un minuto o así, llenándome de una inexplicable sensación de claustrofobia e indefensión, y luego se desvanecían, sin dejar ningún rastro. Tal vez era un efecto secundario de la extensión de la idvida. Yo no tenía ni idea de qué cabía esperar cuando el rejuvenecimiento se agotara finalmente. Sólo sabía que el día extra había sido bastante más interesante que disolverse en un charco.

Gracias, Eneas.

Un leve ruido llamó mi atención hacia el este, y me apresuré a mirar por encima del parapeto. Allí, en la escalera de incendios, vi a una docena de pandilleros intentando subir en silencio. Sólo que el oxidado armazón de metal no paraba de crujir y chasquear, estropeando su sigilo. Parecía tan endeble que, con suerte, se vendría abajo enviándolos al callejón.

«¿Debería intentar ayudar a la suerte?», me pregunté. Un disparo certero de la dispersadora podría soltar varios tornillos de la pared, causando una reacción en cadena, tal vez incluso volcando toda la escalera.

O tal vez no. Decidí guardar mi última bala, al menos un minuto o dos. —

Una rápida ojeada al extremo sur mostró a otro puñado de idbulls subiendo. Éstos iban equipados con clavos en los dedos de las manos y los pies, y subían por la tremenda, mano sobre mano, clavando las agujas en la pared. Más que nunca, me sentí halagado por su atención.

Y ansioso por devolver el favor.

Un muro bajo rodeaba el tejado, con aspecto bastante decrépito y destartalado. Así que empujé… y tuve la satisfacción de notar cómo toda la masa cedía. Más de un metro de ladrillos se desplomó. Siguió un grito. Eché a correr, pataleando y empujando, enviando más secciones de la pared contra los escaladores, y luego me volví y corrí hacia el hueco de la escalera.

Media docena de figuras buscaron protegerse mientras yo empuñaba la dispersadora. Eso me concedió un minuto de ventaja, calculé. Tras darme la vuelta, corrí a comprobar de nuevo la escalera de incendios, al este.

Ese grupo estaba ahora mucho más cerca. Tan cerca que ya no tu_ ve ninguna opción. Mientras las balas salpicaban el borde de la pared, amartillé y elegí un blanco, disparando mi última bala donde haría más daño.

Dos guerreros-golem gritaron y el oxidado andamiaje gruñó cuando un tornillo saltó libre… y luego otro.

Pero la escalera de incendios no se desplomó. Los antiguos construían bien, maldición.

No quedaba tiempo. ¿Qué debería hacer ahora? ¿Tratar de esconder la película de Irene? Ellos registrarían cada centímetro cuadrado en cuanto me hubieran aplastado…

De repente pensé en el palomar. Tal vez podía atar el carrete a la pata de un pájaro y echarlo a volar, para que volviera cuando los matones se marcharan…

Las balas salpicaron bruscamente el tejado. Vi manos y brazos que asomaban por encima del parapeto. Agazapándome tras la escalera, esquivé esa amenaza sólo para ver más manos al otro lado.

Sólo me queda una cosa que hacer, entonces. ¡Correr hacia el borde mientras aún puedo! Algún transeúnte puede verme estrellarme. Con un poco de suerte, recogerá el carrete de película, y tal vez mi cabeza, esperando una recompensa por hallarme. El código de mi placa los llevará a Alberca. o a Clara…»

Era una esperanza débil, pero fue todo lo que se me ocurrió mientras las voces sonaban ya a menos de un metro de distancia. Ahora llegaban balas de todas direcciones, cercando mi estrecho refugio, salpicándome de agudas astillas.

Encogí las piernas, preparándome para saltar al precipicio… Entonces me detuve, cuando capté un nuevo sonido que se alzó de la nada al estrépito en segundos.

Un gemido de motores.

El id de batalla que me estaba disparando se volvió, miró, y luego perdió el equilibrio con un grito.

Una nueva formase alzó para ocupar su lugar. Compacta, esbelta, poderosa… un cupé azul y blanco con motores de impulsión en tres esquinas y un logotipo en letras chillonas que anunciaba HARLEY en el morro.

La esbelta aeromoto giró mientras su cabina se abría, revelando una figura que saludó despreocupadamente, su motivo en espiral beis parecido al de una hélice girando.

»Beta _pensé—. ¡Así que por eso desapareciste durante la pelea!»Sonriendo, mi némesis me ofreció un pequeño espacio tras el asiento del piloto.

—¿Bien, Monis? ¿Vienes?

Lo crean o no, vacilé una décima de segundo, preguntándome si la acera sería mejor.

Entonces, esquivando balas, corrí hasta el santuario que me ofrecía mi enemigo jurado.

43

Secuestrado por didconocidos

…donde realAlbert se deja llevar…

Imaginen a la inimitable Fay Wray, agitándose vanamente en la presa inflexible de Ring Kong. Así es como debí de parecer yo mientras el gigantesco golem me sacaba de la zona de almacenaje subterránea bajo el único brazo que le quedaba. Dejé de rebullirme inútilmente y traté de recuperar la calma, de apaciguar mi corazón desbocado y enfriar las hormonas que surcaban mis venas. No fue fácil.

Un cavernícola, en peligro, nunca se preguntaba: ¿Soy lo suficientemente real para importar? Pero yo a menudo lo hago. Si la respuesta es, en realidad no, puedo saludar a la muerte con un aplomo que sólo los héroes conocían. ¡Pero si la respuesta es sí, el miedo se multiplica! En ese momento sentía el sabor de la bilis que brotaba de mi estómago. Tras haber visto arder mi casa y mi jardín, no quería que Clara llorara por mí dos veces.

—¿Adónde… me llevas? —pregunté, recuperando la respiración. El monstruo apenas respondió con un gruñido. Todo un charlatán. También apestaba, debido a algún tipo de fallo antes o durante la imprimación.

Tras apartarse de la pared, con su fila de armarios cerrados, me llevó por el enorme almacén dejando atrás estanterías llenas de equipo y herramientas… todas esas cosas que podrías necesitar, digamos, si unas pocas docenas de VIPs importantes quisieran refugiarse aquí para siempre sise producía alguna calamidad nucleo-bio-ciber-cerámica en la superficie. Casi habíamos llegado a la puerta cuando un tamborileo llegó desde el pasillo de fuera. Mi captor se detuvo en seco.