Prestó atención. Presté atención.
Parecían pasos de marcha.
Algo más que gruñidos obtusos se sacudieron en la cabeza del monstruo. Tomando una decisión, se hizo a un lado, refugiándose en las sombras antes de que llegara una procesión de soldados de barro.
Entraron en columna, uno tras otro, llevando colores de camuflae del Ejército y todavía brillantes por el autohorno. Golems, grandes, vestidos y equipados para la batalla. ¿Había activado alguien las unidades de reserva? ¿Para buscarme a mí tal vez? Me sentí tentado de gritar y agitar los brazos, por si incluían a Clara.
Sólo que no la vi entre ellos.
Uno aprende a buscar señales: cierto gesto o el porte o tal vez el movimiento de las caderas. He podido detectar a Clara, en la fluctuante pantalla de una deporcam del campo de batalla, entre un escuadrón de cuadrúpedos cubiertos de lodo con placas reflectoras de armadura de estegasauroide. Los disfraces no importan. Es algo en la forma en que se mueve, supongo.
No, ella no iba en este grupo. De hecho, todos se movían igual, bamboleándose de una manera tan marcial como la suya, sólo que más arrogante. Y tal vez un poco sañuda. Tenía una sensación de familiaridad, aunque no podía catalogarla.
No grité. Los treinta golems de combate pasaron de largo, internándose en la sala de almacenaje, hacia el lugar donde yo me encontraba antes de que el monstruo me secuestrara. Y por primera vez me pregunté, ¿estaba intentando ayudarme?
¡Pronto oí sonidos de metal al rasgarse! Mi captor salió de entre las sombras !y desde lejos pudimos ver la demolición de varios armarios de la pared! Los ídems de batalla los atacaban, arrancando las puertas y volcando los contenidos, buscando… buscando…
Hasta que uno de ellos emitió un grito. La parte trasera de un armario se abrió con un fuerte siseo, revelando el vacío donde legalmente se suponía que había una pared de piedra.
¡Lo sabía!»
Por supuesto, mi satisfacción fue agridulce. Esto demostraba que yo era todavía un detective privado bastante bueno. ¡También demostraba que era un idiota por no haber llamado a las autoridades antes! Ahora…
¿Ahora?
Dudé mientras el gran golem me cargaba bajo su brazo bueno y se encaminaba en dirección contraria, al pasillo.
¡ThHhHhHhHbH-mmrnmmph!
¡Detrás de nosotros, oí fuego de láser y masar de fase! Zumbidos graves y amenazadores seguidos por los rápidos chasquidos de la roca al romperse… y el golpeteo del barro húmedo y cálido golpeando alguna pared. Los ids de batalla debían de haberse encontrado algo dentro del túnel. Defensas. Fuertes.
«Y tú ibas a entrar sin más. Idiota», me reprendí.
¡Si al menos pudiera hacer esa llamada! Pero el chador había desaparecido. De todas formas, el gran monstruo me llevaba en dirección opuesta, por un largo pasillo, hacia el fresco olor de almas recién cocidas.
Entrarnos en una cámara que contenía congeladores y hornos de lujo, de los que usan las elites, equipados con cribadores de Onda Establecida de la más alta calidad. Más material para la flor y nata del Gobierno si alguna vez tenía que ocultarse aquí mientras los demás las pasaban cantas, ahí arriba. Varios congeladores estaban abiertos, con sus contenidos recientemente saqueados. Un horno de alta velocidad siseaba, la maquinaria enfriándose después de haber terminado de procesar una gran hornada, posiblemente el grupo de guerreros que acababa de ver. Los que se abrían paso por el túnel hacia meseta Urraca.
Pero ¿dónde estaba la fuente arquetipo, el archi? ¿El que hizo la imprintación? Evidentemente, aquello no era la policía militar trabajando. Traté de buscar la máquina copiadora. Doblamos una esquina.
Desde mi posición, atrapado bajo aquel brazo gigantesco, vi algo moverse. Una figura yacía tendida en la placa original de la copiadora, mientras una segunda se inclinaba, sosteniendo algún ominoso instrumento.
¡El gran golem que me transportaba soltó un grito y atacó!
La figura que estaba de pie se volvió, buscando un arma… pero los tres chocarnos antes de que lograra agarrar la pistola, y caímos amontonados.
«Mi» golem necesitaba el brazo para luchar con el idsoldado de gruesos miembros, así que me liberó y me aparté lo más rápido que pude, y luego me puse en pie mientras me frotaba la magullada caja torácica. ¡La batalla empezó mientras dos golems monstruosos se golpeaban, avanzando y retrocediendo entre horribles rugidos!
«Primero las personas reales», pensé, recordando las lecciones del colegio. Corrí hasta la figura que yacía tendida en la placa… y me quedé boquiabierto al ver a Ritu Maharal! Yacía allí, consciente (tienes que estarlo, para poder hacer copias decentes) pero sus ojos no me vieron al principio mientras tiraba de las crueles correas que la sujetaban.
—Al… —se atragantó— ¡Al-bert…!
_ ¿Qué hijo de puta te ha hecho esto? —maldije, odiando a quien-quiera que fuese. La copia involuntaria (el robo de almas) es una forma de violación especialmente desagradable. En cuanto solté las correas, la levanté de la mesa y la llevé a un rincón, lo más lejos posible de los titanes en lucha. Ella se abrazó a mí con fuerza, enterrando la cabeza en mi hombro, sollozando mientras su cálida piel se estremecía.
—Estoy aquí. Todo saldrá bien —prometí, aunque no estaba seguro de poder cumplir la promesa. Busqué posibles salidas de la sala mientras «mi» monstruo manco batallaba contra el otro gran golea. El que había estado apretando las ligaduras de Ritu, preparándose para…
Miré al suelo donde yacía el equipo que había caído de los dedos de aquel ídem. No era un aparato de tortura, sino un medspray, lleno de un líquido púrpura. Me pregunté… ¿podrían ser engañosas las apariencias? ¿Y si era sólo un médico, que intentaba ayudar a Ritu?
El láser caído revoloteaba por el suelo, lanzado de un lugar a otro mientras los gigantes rugían, golpeaban y se atacaban entre sí. ¿Debía yo intentar agarrar el arma? No era fácil, entre aquellos enormes miembros. Y supongamos que consiguiera recuperar el arma. ¿Debería dispararle al primer ídem, o al segundo?
Mientras Ritu temblaba en mis brazos, la cuestión quedó zanjada con un doble chasquido de final. Ambos golems en liza de repente se estremecieron y se quedaron quietos.
—Vaya, que me…
Tardé un instante en soltarme de la pobre y temblorosa Rito y apartarla. Di unos pasos hacia los dos cuerpos, que ya empezaban a derretirse en el suelo. Me acerqué con cautela, aunque ella trató de frenarme, hasta que los vi claramente en el suelo, más allá de las mesas de imprimación.
Mi captor, el rox manco, yacía encima del otro, aparentemente sin vida.
El de abajo, el que intentaba inyectarle a Rin’ medicina o veneno, yacía con el cuello torcido en un ángulo extraño. Pero una chispa permanecía. Los ojos brillaban, mirando directamente a los míos, llamándome.
Contra mis mejores instintos, y los frenéticos tirones de Ritu, me acerqué.
Uno de los ojos me hizo un guiño.
—Hola… Morris —dijo entrecortadamente—. Tienes… tienes que dejar… de seguirme…de esta forma.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—¿Beta? ¡Por los clavos de Cristo! ¿Qué estás haciendo tú aquí? Una risa. Desdeñosa y superior. La conocía bien.
—Oh, Morris… puedes ser… tan obtuso —la efigie de mi enemigo tosió, escupiendo saliva, la mirada desencajada y mortal—. ¿Por que no le preguntas a ella qué estoy haciendo aquí?
Los ojos chispeantes se dirigieron hacia Ritu.
Miré a la hija de Ritu Maharal, quien gimió en respuesta. —¿Yo? ¿Por qué debería saber nada sobre este monstruo? idBeta volvió a toser. Esta vez las palabras se mezclaron con un ronquido de muerte.
—Por qué, en efecto… Betty…