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Entonces toda la luz desapareció de sus ojos.

Supongo que, hace tiempo, uno sentía cierta gratificación al ver a tu enemigo morir delante de ti. Una sensación de culminación, al menos. Pero Beta y yo nos habíamos hecho esto mutuamente, murmurar nuestras últimas palabras crípticas el uno en brazos del otro, tantas veces, que ahora sólo podía considerarlo con total frustración.

—¡Maldición!

Le di una patada al golem manco. El golem mudo que al parecer había pretendido rescatarnos a Ritu y a mí, todo el tiempo.

—¿Por qué has tenido que matarlo? ¡Tenía preguntas que hacerle! Me volví hacia Ritu, que todavía temblaba por la reacción y claramente no estaba en condiciones de ser interrogada.

Justo entonces un autohorno cercano se activó, siseando y rugiendo. Nadie le había pedido que lo hiciera, por lo que yo sabía. No me gustó el sonido.

44

El ídem y el péndulo

…donde el gris se combina con el rojo…

Ecos…los extraños de fuera… siguen haciéndose más fuertes, se repiten cada pocos minutos. Cada vez que la gran máquina dispara otro modo de ‹resonancia», yo/nosotros captamos atisbos de algo que parece a la vez distinto y familiar. A la vez curiosamente tranquilizador y extrañamente terrorífico.

Oh, tío… nosotros/yo acababa de empezar a acostumbrarme a estar combinado. Un estado confuso… una mente compartiendo dos cuerpos, el gris y el pequeño rojo, oscilando de ten lado a otro, continuamente imprintándose entre sí. Dos cerebros emulados, enlazados no sólo por un alma-molde común, sino por la misma Onda Establecida que recorre el espacio vacío entre nosotros.

Un espacio donde el fantasma gris de Yosil Maharal se está preparando para asentarse, en una plataforma oscilante que se mueve adelantey atrás, pasando entre Gris y Pequeño Rojo a intervalos regulares.

Existe algo familiar en el ritmo del péndulo… enlazado a la pauta de nuestros rítmicos estallidos-alma. No es ninguna coincidencia, apuesto.

«No apuestes», noto que coincide el Pequeño Rojo, desde fuera de mi cráneo gris, sintiendo que no hay ninguna diferencia con las muchas voces internas que una persona conjura a lo largo de un día. Extraño.

—Dijiste que estabas haciendo la copiadora perfecta —pincho a id-Maharal, tratando de hacerlo hablar. Incluso sus pesados discursos son mejores que el temor de la espera. O tal vez sólo estoy buscando ganar tiempo.

Él levanta la cabeza de sus preparativos y me mira. Está ocupado pero nunca lo suficiente como para no pontificar.

Lo llamo un xandzier» —dice, con evidente orgullo. —¿Un… qué?

—A-N-D-Z-I-E-R —deletrea—. Quiere decir Amplicador Nivel Dios por Zeitgeist de Identificación y Ego-refracción. ¿Te gusta el nombre?

—¿Gustarme? Me…

Cuando empiezo a responder, siento golpear la última onda amplificada, que dispara otro espasmo y me hace debatirme contra las ataduras que me retienen. Es doloroso, y está cargado de esos extraños ecos, pero por fortuna es rápido. De hecho, me estoy empezando a acostumbrar.

He empezado a advertir algo en ellos aparte de sólo agonía. Algo extrañamente parecido ala música.

Cuando la onda mengua, puedo continuar respondiendo a la pregunta de Maharal.

Me… parece espantoso. ¿Qué… te ha hecho escoger un nombre tan horrible?

El golem que asesinó a su propio hacedor (y al mío) reacciona a mi pulla riéndose con fuerza.

—Bueno, admito que fue un poco caprichoso por mi parte. Verás, quería que en el acróstico hubiera cierto paralelismo con… —Con láser. No soy estúpido, Maharal.

El da un respingo, con evidente sorpresa.

¿Y qué más has advertido, Morris?

Nosotros dos… los dos ídems de Morris… el gris y el rojo… somos como los espejos a ambos extremos de un láser, ¿no es eso? Y lo importante… lo que se supone que tiene que amplificar… pasa por el centro.

— ¡Muy bien! Así que fuiste al colegio.

—Cosa de niños —gruño—. Y no me trates con condescendencia.

Si voy a proporcionar el instrumento para convertirte en dios, muéstrame un poco de respeto.

Los ojos de idYosil se ensanchan un instante, luego asiente.

—Nunca lo había mirado de esa forma. Así sea, entonces. Déjame explicártelo sin ser condescendiente.

»Todo gira en torno ala Onda Establecida que Jefty Anonnas encontró titilando en esa región del espacio fase entre la neurona y la molécula, entre el cuerpo y la mente. La llamada esencia del alma que Bevvisov aprendió a trasladar al barro, demostrando que los antiguos sumerios tenían conocimiento de una verdad perdida. La esencia motivacional que Bevvisov y yo imprintamos luego en los maravillosos autómatas de barroanimación de Eneas Kaolin, con resultados que asombraron y transformaron el mundo.

—¿Y? ¿Qué tiene todo esto que ver con…?

—A eso voy. Sostenida por campos y átomos, como todo lo demás, la Onda Establecida es sin embargo mucho más que la suma de nuestras partes, nuestros recuerdos y reflejos, nuestros instintos e impulsos, igual que las ondas del mar sólo muestran las porciones superficiales de un tira y afloja enormemente complejo que tiene lugar debajo.

Estoy sintiendo acercarse otro pulso. Al ver la plataforma suspendida, me he dado cuenta de que oscila adelante y atrás exactamente veintitrés veces entre cada doloroso latido de la máquina.

—Todo eso suena muy bonito —le digo a idYosil—. ¿Pero qué hay de este experimento? Tienes mi Onda Establecida oscilando de un lado a otro, con dos yoes míos actuando como espejos. Porque soy tan buen copiador que…

¡El siguiente pulso golpea, fuerte! Gruño y me debato. A veces el efecto es peor, como arrancar armonías de una cuerda de tripa cuando está todavía dentro de la tripa. Luego, bruscamente, otro de esos ecos me recorre…

Y brevemente me encuentro contemplando un paisaje, iluminado por la luna, de oscuras llanuras y barrancos, cubierto de brillos y sombras opalinos, que se extiende ante mí como visto por una criatura del aire.

Entonces pasa.

Trato de aferrarme a mi cadena de pensamientos, usando la conservación como ancla… ya que mi ancla real, el Albert Morris orgánico, está muerto, según me han dicho.

—Así que usas mi Onda Establecida… porque soy muy buen copiador. Y tú eres malísimo. ¿Tengo razón, Yosil?

—Imprudente, pero correcto. Verás, es fundamentalmente una cuestión de contabilidad…

—¿De qué?

—De contabilidad, como hacen los físicos y los almistas. Añadir, ordenar o contar porciones de partículas idénticas. i0 de cualquier otra cosa, por cierto! Saca un puñado de canicas de una bolsa… ¿importa cuál es cuál, si todas son iguales? ¿De cuántas formas diferentes puedes clasificarlas, si todas son iguales? ¡Resulta que las estadísticas son totalmente diferentes si cada canica tiene algo único! Una muesca un arañacito, una etiqueta…

—¿De qué demonios estás hablando…?

—La diferencia es especialmente importante a nivel cuántico. Las partículas pueden ser contadas de dos formas: como fermiones y como bosones. Los protones y electrones se clasifican como fermiones, que son obligados a estar separados por un principio de exclusión más fundamental que la entropía.

»Aunque parezcan idénticos y procedan de la misma fuente, tienen que ser contados individualmente y ocupar estados que estén cuanto_ separados por una cierta cantidad mínima.

»Pero a los bosones les encanta mezclarse, solaparse, fundirse, combinarse, marchar al paso… por ejemplo, en las ondas de luz amplificadas y coherentes generadas por un láser. Los fotones son bocones, ¡y son cualquier cosa menos aislados! Felizmente idénticos, se unen, se superponen…