—¿Qué podría pretender Albert, al venir aquí? —me pregunté en voz alta. Nuestros recuerdos eran iguales hasta el martes a mediodía. Algo debía de haber pasado desde entonces.
—¿No tienes ni idea?
—Bueno… después de que me fabricaran, Ritu Maharal llamó con la noticia de que su padre había muerto en un accidente de coche. Mi siguiente movimiento habría sido estudiar e1 lugar del siniestro.
—Vamos a ver.
Beta manejó los cables de un controlador. Las imágenes fluctuaron, centrándose en una desolación rocosa, bajo un viaducto en la autopista. La policía y otros vehículos de rescate rodeaban unos restos de metal retorcido.
—Tienes razón —anunció Beta—. No está lejos de aquí, y sin embargo… qué extraño. Albert pasó de largo; estamos a cincuenta kilómetros al sur.
—¿Qué puede haber al sur, excepto…?
Bruscamente, lo supe. El campo de batalla. Iba a ver a Clara.
—¿Has dicho algo? —preguntó Beta.
—Nada.
La vida amorosa de Albert no era de la incumbencia de este tipo.
Además, yo había visto a Clara ese mismo día, recorriendo las ruinas. Así que no debían de haberse encontrado, después de todo. Algo olía mal, desde luego. Después de volar en silencio un rato, le pedí a Beta un chador. El sacó un modelo compacto de la guantera y me lo pasó. Rebulléndome en el estrecho espacio, deslicé los pliegues hololuminiscentes sobre mi cabeza y pasé un rato rápidorrecitando un informe, resumiendo lo que había sucedido desde la última vez, sin preocuparme de si Beta lo escuchaba o no. Él ya sabía todo lo que había pasado después de que idPal y yo saliéramos del Templo de los Efímeros.
—¿A quién le vas a enviar el informe? —me preguntó como si nada cuando me quité el chador. Una tecla brillaba cerca, lista para cualquier dirección en la Red. El buzón del jefe de policía. La página de los delatores del Times. O la cola de correo fan/basura de uno de esos astronautas golem que estaban en Titán ahora mismo, explorando por turnos de un día o dos, y disolviéndose luego para ahorrar comida y combustible hasta que el siguiente reemplazo saliera del almacén.
Me hice a mí mismo esa pregunta. Si envío un mensaje codificado al depósito de Albert, no hay ninguna garantía de que Beta no le coloque un parásito-seguidor.
¿A Clara, entonces? ¿A Pal?
Suponiendo que los pandilleros no hubieran lastimado a mi amigo en medio de todo aquel jaleo, se hallaría en un estado terrible: o bien cabreado por la pérdida de los recuerdos de idPal o sumido en estupor si le habían forzado a tomar un olvidador. Fuera lo que fuese, Pal no sabía ser discreto.
Entonces pensé en alguien adecuado… con la virtud añadida de que molestaría a Beta.
—Al inspector Blane, de la Asociación de Subcontratas de Trabajo —le dije a la unidad transmisora, atento a la reacción de mi acompañante. Beta simplemente sonrió y se entretuvo con los controles mientras mi informe salía.
—Incluye una copia de la película —sugirió—. Esas fotos que tomó Irene.
—Te implican…
—En un espionaje industrial Clase D. Un asunto civil menor. ¡Pero el intento de sabotaje a HU fue algo serio! Podría haber corrido peligro genterreal. Esas fotos demuestran que Kaolin…
—No sabemos si fue él. ¿Por qué sabotear su propia fábrica?
—¿Por el seguro? ¿Una excusa para librarse de equipo de sobra? Se esforzó en implicar a todos sus enemigos: Gadarene, Wammalcer, Lum y yo.
Yo había estado pensando en Kaolin. ¿Qué había en la División de Investigación que pudiera querer destruir? ¿Un programa que no pudiera clausurar justificadamente… a menos que fuera destruido por un acto que escapara a su control?
¿O un programa que no quería compartir?
Yo conocía de primera mano un logro (el rejuvenecimiento golem) que me dio este día extra, lleno de acontecimientos. Supongamos que me mostrara leal a Aneas por eso, entregándole a él la película. ¿Sería mi recompensa otra extensión? Supongo que dice mucho de mí que nunca me sintiera tentado. La costumbre de toda una vida… considerarte sacrificable cuando eres de barro.
Con todo, ¿por qué contenerla nueva tecnología revitalizadora? ¿Para que la gente siguiera comprando montones de repuestos de ídems?
No necesariamente. Los hornos y los congeladores y las imprintadoras eran el gran negocio, y las ventas habían bajado. También se hablaba de «conservación»: podíamos agotarlos mejores lechos de barro en una generación o dos. ¿Qué podía ser más beneficioso para HU que actuar responsablemente, y ganar miles de millones, fabricando y vendiendo revitalizadores? Además, supongamos que se cargara a todos los ídems de la División de Investigación. La noticia del descubrimiento se filtraría de todas formas, en cuestión de meses.
Pero Kaolin debía de tener un motivo. Un motivo que yo todavía no había deducido.
—La película podría exculpamos, a mí… y a ti —insistió Beta—. Tengo un escáner aquí. Insértala y envíala —indicó una ranura en el panel de control.
—No —dije yo, cauteloso—. Todavía no.
—Pero en cuestión de segundos Blane podría tener una copia y…
—Más tarde.
Sentí otro de esos extraños dolores de cabeza acercándose, breve pero intensamente desorientador, acompañado por incómodas sensaciones de claustrofobia, como si yo no estuviera allí, sino en algún lugar estrecho, asfixiante. Probablemente un efecto secundario de mi existencia prolongada.
—¿Nos falta mucho?
—La última pista del Volvo fue por allí —Beta señaló una curva en la carretera desértica—. No hay más avistamientos. Nunca volvió a aparecer en la siguiente cámara que cubre la autopista. He estado trazando círculos, buscando señales, pero Albert desconectó el transmisor de su coche, chico malo. Y no llevaba ninguna placa en la frente si era real. Estoy perdido.
—A menos…
—¿Sí?
—A menos que se marchara con un repuesto en el maletero.
—¿Un repuesto?—Beta reflexionó—. Aunque no estuviera cocido todavía, la placa respondería si emitiéramos un código lo bastante cerca. Magnífico. Déjame que haga una lectura de tu placa para hacer una comparación…
Beta sacó un escáner portátil. El motivo: si Albert se llevó un repuesto, podría ser de la misma hornada de fábrica que yo. Códigos similares, a menos que lo manipulara. Y a menudo era demasiado perezoso para hacerlo.
—Buena idea —pero aparté el escáner—. Nada de jueguecitos. Ya leíste mi código. Lo sentí cuando subí a bordo.
Beta ofreció su sonrisa de costumbre.
—Muy bien. Un poco de paranoia te viene bien, Morris.
«Yo no soy Morris», pensé. Pero la protesta, que parecía orgullosa el martes, se me antojaba hueca ahora.
—Vamos a ver si podemos encontrar ese ídem de repuesto —murmuró el piloto, volviendo a sus instrumentos. La aeromoto saltó poderosamente bajo su mando.
Tiene que compensar ser un pirata de los copyrights. Incluso después de que el enemigo de Beta se cargara su imperio falsificador, todavía tiene suficientes trucos guardados para hacer una copia de emergencia que cabalgue con estilo.