—Lo tengo —dijo Beta minutos después—. La resonancia es…
¡maldición! El coche se dirigió al este, a las tierras malas. ¿Por qué iba Albert a circular a campo traviesa en un Volvo?
Me encogí de hombros, incapaz de imaginar nada mientras la señal se hacía más fuerte. Una localización a largo alcance como ésa sería imposible en la ciudad, con tantas placas identificadoras. Allí la teníamos delante sin duda alguna.
—Con cuidado, es zona peligrosa —le advertí. Los barrancos más bajos carecían incluso de luz lunar. Beta dejó que los instrumentos tomaran el mando haciendo lo que los ordenadores y el software hacen mejor, ejecutar procedimientos sencillos con total precisión. Un minuto más tarde, entre un rugido, un golpe estremecedor y luego un suspiro, aterrizamos en un estrecho cañón. Los faros de la Harley iluminaron los restos de un vehículo volcado. No estaba tan destrozado como el de Mallara!, pero sí igual de atrapado.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Podría Albert estar muerto, después de todo?
Tuve que esperar a que Beta abriera la burbuja y saliera primero, manejando su escáner, y luego lo seguí para verificar que no había ningún cuerpo real. Así que Albert se marchó o se lo llevaron. Bien. No me apetecía enterrar a mi hacedor.
—Todos los componentes electrónicos del coche están estropeados. Un arma de pulsión podría hacer esto —comentó Beta—. Imagino que hace casi dos días.
—Y nadie ha localizado el coche en todo ese tiempo —alcé la cabeza para ver lo estrecho que era el barranco.
—Aquí está el id de repuesto.
El maletero del coche destrozado gimió al abrirse para revelar un pequeño horno portátil y una crisálida de CeramWrap abierta. El cuerpogolem no había sido activado. En vez de disolverse, se había secado como una figurita de barro, agrietándose con el calor del desierto. Una vida latente, un Albert potencial, que nunca tuvo oportunidad de caminar o comentar sarcásticamente las ironías de la existencia.
A la luz de la aeromoto, vi un profundo tajo en la base de la garganta del ídem. El pequeño grabador-recitador. Se lo pongo a todos los grises para que narren sus investigaciones en tiemporreal. Alguien lo arrancó. Sólo Albert podía saber que estaba allí.
Beta, usando una linterna para examinar cada centímetro del compartimento de pasajero, maldijo pintorescamente.
—¿Dónde puede haberse ido ella? ¿Los recogió alguien? ¿Intentaba alcanzar…?
—¿Ella? ¿Había una pasajera?
El desdén tiñó la voz de Beta, sustituyendo su reciente cordialidad.
—Siempre dos pasos por detrás, Morris. ¿Creías que me iba a tomar todas estas molestias sólo para encontrar a tu rig perdido?
Pensé rápidamente.
—La hija de Maharal. Ella contrató a Albert para que investigara el accidente de su padre… Albert debía de venir con ella para echarle un vistazo al sitio del siniestro. O bien…
—Continúa.
—O bien iban al lugar del que huía Maharal cuando murió. Un lugar que Ritu conocía.
Beta asintió.
—Lo que no puedo comprender es por qué Morris fue en persona. Y disfrazado. ¿Sabía que tenían controlada su casa?
Yo tenía una leve idea, por la manera en que Albert se sentía cuando me fabricó. Solitario, cansado y pensando en Clara, cuyo batallón hacía la guerra no muy lejos de allí.
— ¿Qué sabes tú de los asesinos?—pregunté, cambiando de tema.
—¿Yo? Pues nada.
«¡Sabes algo! —me dieron ganas de decir—. No toda la historia, tal vez. Pero tienes sospechas.»
Era hora de andar con cuidado.
El martes, después de ayudar a Blane en la redada de tu operación en el edificio Teller, me encontré con un amarillo en uno de los tubos de eliminación. Hablaba convincentemente igual que tú, y me dijo que un nuevo enemigo se estaba haciendo con todo. Luego me pidió que fuera a Betzalel… y que protegiera a alguien llamado Emmett… o tal vez el emes. ¿Puedes explicarme lo que querías decir?
—El amarillo estaba desesperado, Morris, si te pidió a ti un favor.
Ah, el familiar Beta y sus insultos. Pero yo estaba intentando ganar tiempo, comprobando mis inmediaciones por si las cosas de pronto se ponían feas.
—Yo estaba demasiado agotado para darle demasiada importancia. Con todo, las palabras me parecieron familiares. Luego recordé. Se refieren a la leyenda del Golem original, en el siglo XVI, cuando se dice que el rabino Lowe de Praga creó una poderosa criatura de barro para proteger de la persecución a los judíos de esa ciudad.
»El emes era una palabra sagrada, bien escrita en la frente de la criatura o colocada en su boca. En hebreo, significa “verdad”, pero puede representar la fuente o el manantial… todas las cosas que brotan de una raíz.
—Yo también fui al colegio, ¿sabes? —Beta reprimió un bostezo— Y Betzalel fue otro de esos rabinos creadores de golems. ¿Y qué?
—Dime por qué estás siguiendo la pista de la hija de Yosil Maha. rol tan ávidamente.
Él parpadeó.
—Tengo mis motivos.
—Sin duda. Primero pensé que querías usarla como molde para tu comercio de ídems pirata. Pero ella no es ninguna vampiresa fedomasoquista, como Wammaker, con una clientela fija. Ritu es bonita, pero los atributos físicos son triviales en golemtecnología. Es la personalidad, la Onda Establecida única, lo que hace que un molde sea especial comparado con otro. —Sacudí la cabeza—. No, estás siguiendo a Ritu para encontrar la fuente. Su padre. Para descubrir qué secreto asustó a Yosil Maharal y lo hizo estudiar las artes del engaño. Un secreto tan aterrador que huyó a través del desierto el lunes por la noche, escapando de algo que lo persiguió y finalmente lo mató. —Como Beta guardaba silencio, insistí—. ¿En qué juego estás involucrado? ¿Cómo encajas entre Maharal y Eneas Kaolin?
El goleen de Beta echó atrás la cabeza y soltó una carcajada. —Estás hablando por hablar. En realidad no tienes ni idea.
—¿No? ¡Entonces explícate otra vez, gran Moriarty! ¿Qué daño puede hacer decírmelo?
Él se me quedó mirando un instante.
—Hagamos un trato. Tú transmites esas fotos. Y luego yo te cuento una historia.
—¿Las fotos de Irene? ¿Las del Salón Arco Iris?
—Sabes a qué fotos me refiero. Envíaselas al inspector Blane. Él sabe cómo las conseguiste, por el informe que acabas de enviar. Transmite y verifica. Luego hablaremos.
Ahora me tocó a mí el turno de hacer una pausa. «Me rescató de ese tejado para que lo ayudara a localizar a realAlbert… y a Ritu Maliaral… y el escondite secreto de su padre.
»Ahora ya no tengo ninguna otra utilidad para él, excepto enviar las fotos.»
—Quieres que sea yo quien las transmita… por mor de la credibilidad.
—Tienes credibilidad, Morris… más de lo que crees. A pesar de todos los esfuerzos por implicarte, nadie en las altas esferas te consideró un saboteador. Las fotos que encontraste en el Arco Iris zanjarán el tema, ayudarán a exculparte…
¡Y a ti!
¿Y? Implican a Kaolin. Pero si yo las envío, bueno, ¿quién creerá a un infame sidcuestrador? Dirán que las falsifiqué. —Eso explicaba por qué Beta no me había quitado la película sin más. Pero su paciencia se agotaba—. Te conozco, Morris. Crees que esto te da ventaja. Pero no abuses. Tengo preocupaciones más importantes.
La resignación se apoderó de mí.
—Bueno, así que a cambio de conceder un poco de credibilidad a la teoría de que Kaolin saboteó su propia fábrica, me darás unos cuantos atisbos de información inútil que se desvanecerá cuando este cuerpo se disuelva dentro de poco. No es gran cosa.
—Es lo único que se te ofrece. Al menos tu famosa curiosidad quedará saciada.
¡Qué inconveniente es tener un enemigo que te conoce tan bien!