Nunca me perdió de vista, ni del alcance de sus brazos más jóvenes y más fuertes.
—No envíes ningún mensaje —me advirtió Beta, de pie junto a la cabina abierta de la Harley, descubriendo la ranura del lector-escáner para que yo insertara el carrete de película—. Sólo transmite, verifica y desconecta.
Pulsó el buzón de Blanc en la sede de la AST. Una pantalla cercana pidió: «Valide identidad emisor.» Entonces destelló un número: «6». Demasiado rápidamente para pensar, tecleé por impulso una respuesta: «4».
La unidad respondió con un 8… y yo marqué un 3.
Se repitió una y otra vez, en fuego rápido, dos docenas de veces más, y me pareció completamente aleatorio. No lo era, por supuesto, sino una especie de código que resulta difícil descifrar o falsificar, basada en una copia parcial de la Onda Establecida personal de Albert que Blane guarda en un ceramium endurecido, una especie de clave de codificación que puede ser utilizada muchas veces. Cualquier pauta concreta de toma y daca de números clave sería diferente, única, aunque mostraría una alta correlación con la personalidad del emisor…
¡Suponiendo que no importara que yo fuera un frankie! Ni mi tenso estado emocional, asustado y receloso como nadie. Me sorprendió que la pantalla destellara ACEPTADO sin tardar más tiempo que de costumbre. El ídem en espiral de Beta gruñó su aprobación.
—Bien, ahora apártate de la cabina.
Lo hice, viendo cómo una fina arma (uno de sus dedos, que se había quitado e invertido para convertirlo en un estrecho cañón), me indicaba que me retirase.
—Me encantaría quedarme a charlar, corno prometí —dijo el golem de nueve dedos—. Pero ya he desperdiciado demasiado tiempo contigo.
—¿Tienes en mente algún destino concreto?
Sin dejar de apuntarme con la miniarma, subió ala aeromoto.
—Encontré dos conjuntos de huellas, en dirección al sur. Tengo una idea bastante aproximada de hacia dónde iban. Tú sólo me retrasarías.
—Entonces, ¿no vas a explicarme lo de Maharal y Kaolin?
—Si te dijera más tendría que dispararte, por si alguien viniera y te rescatara. Tal corno están las cosas, andas tan despistado como de costumbre. Te dejaré para que te disuelvas en paz.
—Muy amable por tu parte. Te debo una.
La sonrisa de Beta indicó que sabía en qué sentido lo decía.
—Si te sirve de algo, no soy yo quien intentó matar a tu rig, Morris. Dudo que fuera Kaolin. De hecho, espero que tuyo real sobreviva a lo que va a suceder.
Lo que va a suceder. Lo dijo deliberadamente, para frustrarme. Pero guardé silencio, sin darle ninguna satisfacción. Sólo actuando podría conseguir algo ahora.
—Adiós, Morris —dijo idBeta, cerrando la burbuja de cristal y poniendo el motor en marcha.
Retrocedí, pensando frenéticamente.
‹¿Cuáles son mis opciones?»
Aún tenía la opción cautelosa: esperar un poco, quemar el combustible del Volvía y esperar llamar la atención de alguien antes de derretirme.
Pero no. Habría perdido su pista. Mi razón para vivir.
La aeromoto lanzó remolinos de polvo por los estrechos desfiladeros del cañón, idBeta me dedicó un saludo burlón y luego volvió su cabeza de sacacorchos para dedicarse ala tarea de despegar.
Fue mi señal. En esa décima de segundo, mientras la Harley giraba y empezaba a ascender apoyándose en tres columnas de impulso supercaliente, corrí hacia delante y salté.
Dolió, por supuesto. Sabía que iba a doler.
46
Todos lanzados
No tuve más remedio que seguir. De vuelta a la sala de almacenaje. De vuelta ala oscura abertura donde había visto aun pequeño ejército de soldados de barro internarse en un túnel de muerte.
Ritu estaba todavía temblando en mis brazos, recuperando la compostura tras la violación que mi enemigo le había infligido al obligarla a imprimar contra su voluntad.
Quería preguntarle a Ritu al respecto. Averiguar cómo y por qué Beta (si realmente había sido una copia del infame sidcuestrador) la atrapó en el profundo santuario subterráneo de una base militar supuestamente segura.
Antes de que pudiera empezar, una serie de ruidos reverberaron a nuestro alrededor, salidos de fila tras fila de hornos de cocción rápida, anunciando la salida de más ídems de batallas, rojos y brillantes por la chispeante catálisis enzimática: modelos especiales que habían sido almacenados aquí a expensas del contribuyente, en blanco pero dispuestos a ser imprintados con las almas de guerreros en la reserva como Clara, sólo que ahora habían sido secuestrados por un infame criminal por motivos que no podía imaginar.
Si hubieran sido uno o dos, podría haber controlado rápidamente la situación. Incluso un golem de guerra está indefenso en los primeros momentos después de salir del horno de activación. Pero una mirada al pasillo de altas máquinas me bastó para ver que había demasiados, docenas, y que empezaban ya a alzarse sobre piernas temblorosas, piernas como troncos de árboles, y a estirar unos brazos capaces de aplastar un coche pequeño. En unos instantes sus ojos se concentrarían en Ritu yen mí. Ojos cargados con un propósito del que yo no quería formar parte.
Y seguía sonando aquella especie de campana, de los altos hornos situados aún más lejos, resonando con sus anuncios de nacimientos hasta que se mezclaron con una llamada del destino. «No preguntes por quién doblan los hornos», comentó una vocecita burlona en mi interior.
Hora de largarse.
—Vamos —urgí a Ritu, y ella asintió, tan ansiosa como yo por salir de aquel sitio.
Juntos huimos en la única dirección posible, de vuelta al almacén donde aquel enorme y misterioso golem mudo me había agarrado hacía menos de media hora para salvarme la vida… aunque yo no conocía sus motivos en ese momento. Mientras partíamos, miré el cadáver de mi benefactor, que se disolvía ya, y me pregunté quién era y cómo sabía que yo necesitaba ayuda en ese momento concreto.
Corrimos dejando atrás oscuras figuras de aspecto terrible, moldeadas y aumentadas para la guerra. Formas de terracota que se volvieron a mirarnos, extendiendo torpemente los brazos, pero lentos por la irregular activación péptida. Gracias al cielo. Al huir de sus filas, conduje a Ritu de vuelta al pasillo de estantes, buscando un arma lo bastante grande para compensar su diferencia numérica. Me habría contentado con una simple llamada telefónica ala seguridad de la base.
Pero no había nada útil a la vista, sólo toneladas de comida liofilizada para gourmets, almacenada en previsión de un apocalipsis, para alimentar a la elite gubernamental, cuyo trabajo pagado con nuestros impuestos es impedir todas las variedades de apocalipsis.
No parecía haber tampoco ningún escondite. No mientras un pelotón de guerreros artificiales empezaba a entrar en la sala detrás de nosotros, gruñendo y rezongando. Imprintación rápida, diagnostiqué. Beta no necesita calidad, sino velocidad y superioridad numérica.
Una acuciante sensación de duda me asaltaba, gritándome que nada de todo aquello tenía sentido. El golem que me rescató. La súbita aparición de Beta. Las dos oleadas de ídems guerreros creados por algún motivo inexplicado. La captura y la imprimación forzada de Ritu. ¡Todo tenía que significar algo!
Pero no había tiempo para reflexionar, sólo para tomar una serie de rápidas decisiones. Como adónde huir. Inexorablemente, no nos quedaba más que una opción.
Ritu vaciló ante la entrada del túnel.
—¿Adónde conduce? —preguntó.
—Creo que se extiende bajo meseta Urraca, hasta la cabaña de tu padre.
Sus ojos se ensancharon y su expresión demostró que se negaba a avanzar. Miré por encima de su hombro y pude ver que aquellos temibles pseudosoldados se acercaban, aún a cincuenta metros de distancia, pero avanzando.