¿Qué regañina es ésa para sacudir mi complejo de culpa? ¡Si pudiera, la rompería! «Cállate y déjame morir», contesté.
«¿Vas a morirte ahí y dejar que se salgan con la suya?»
¡Mierda! No tenía por qué aguantar eso de algún obsesivo rincón del alma de un golem barato que se convirtió por error en frankie… se convirtió en fantasma… y en cualquier momento iba a graduarse y convertirse en un cadáver derretido.
«¿Quién es un cadáver? Lo dirás por ti.»
Ingenio sorprendente, esa triple ironía. Lo decía por mí, sí. Y aunque intenté con fuerza ignorar la vocecita, sucedió algo sorprendente. Mi mano y mi brazo derechos se movieron, alzándose lentamente hasta que cinco dedos temblorosos aparecieron ala vista de mi ojo bueno. Entonces mi pierna izquierda se sacudió. Sin una orden consciente, pero reaccionando a costumbres imprimadas hace un millón de años, mis miembros empezaron a cooperar unos con otros, intentando manejar mi peso, y luego empujándome para que me volviera.
Oh, bien. Podría servir de ayuda.
Como he dicho, Albert fue siempre cabezota, obstinado, persistente… y supongo que esa maravillosa tendencia se filtró el martes por la mañana cuando me hizo, cuando pasó su alma a este muñeco inerte y deseó que se moviera… con la misma esperanza apasionada que los antiguos escribas sumerios que sostenían hace muchísimo tiempo que cada impresión en barro manifestaba algo sagrado v mágico. Un breve pero potente empujón contra la oscuridad circundante.
Así que repté, usando un brazo y una pierna medio inutilizada para arrastrar lo que quedaba de mí más allá de los muebles rotos y las ajadas alfombras con motivos del Oeste, a través de una puerta abierta con un pestillo destrozado y luego por encima de las frescas pisadas que conducían aun largo y polvoriento pasillo… un pasillo que parecía internarse en la montaña. Siguiendo a Beta.
¿Qué otra cosa podía hacer, ya que parecía claro que era demasiado testarudo para morir?
52
Prototipos
Había habido pistas. Demasiado sutiles para un tipo como yo, pero alguien más listo podría haberlas captado hacía siglos.
Beta… el nombre significaba «número dos», o segunda versión. El segundo nombre de Ritu era Lizabetha. Y en mitología, Maharal (el nombre que su padre eligió adoptar antes de que ella naciera) era un título que se le daba al último de los grandes hacedores medievales de golems… mientras que otra reverente denominación para alguien con esa habilidad era Betalel o Betzalel.
Y así continuaban, una tras otra, esa clase de pistas infantiloides que te hacen gemir, tanto por tu propia estupidez como por la inmadurez propia de tebeo de todo ello.
¿Otro motivo por el que nunca lo advertí? Tal vez porque soy de corazón anticuado. La diferencia de sexo entre la encantadora y reservada Ritu y el prodigiosamente estentóreo Beta no tendría que haber engañado a un tipo mundano como yo, que ha visto multitud de ostentosos cambios de sexo en rox en su tiempo. El hecho de que me engañara demuestra el viejo conservador que soy en realidad, maldición. Dar las cosas por hechas y sin garantía son la muerte de cualquier detective privado.
Todavía me costaba asimilar todo aquello, mientras trataba desesperadamente de recordar qué había aprendido a lo largo de los años sobre el desorden de personalidad múltiple, o DPM.
No es exclusivo de algunos. La mayoría de la gente experimenta la fluida superposición de subyoes amorfos de vez en cuando; debate o compite internamente cuando hay que tomar decisiones embarazosas e imagina diálogos internos hasta que resuelve el conflicto. Ello no engendra una fractura duradera ni perturba la ilusión de una identidad unificada. En el extremo opuesto están los que tienen cismas mentales rígidos, inflexibles e incluso llenos de autorrechazo; poseen personalidades permanentes con valores, voz y nombre propios, que pugnan por hacerse con el control.
Rara vez se veían ejemplos claros en los días previos a los hornos aparte de unos cuantos casos famosos de estudio y algunas exageraciones cinematográficas, porque un cuerpo y un cerebro no ofrecen suficiente espacio. Confinado aun solo cráneo, un carácter-fachada dominante normalmente ejercía un mando férreo. Si otros acechaban (producidos por traumas, quizás, o debidos a daños neurales), se limitaban a librar guerras de guerrillas por rencor o a sabotearla vida desde abajo.
La idemización cambió todo eso.
Aunque el DPM sigue siendo raro, he visto que la imprimación libera lo inesperado de vez en cuando. Alguna peculiaridad que yacía dormida o reprimida en el original se reproduce en un duplicado, libre para manifestarse en forma de ídem.
¡Pero nunca nada tan extremo como esta oscilación Ritu/Beta! Una oscilación en que la persona original (una profesional aparentemente competente) era de algún modo inconsciente de la existencia de su alter ego, aunque éste secuestraba a casi todos los ídems que hacía.
Como mero criminalista, no soy ningún experto en la diagnosis psíquica. Me aventuré a deducir una posible relación con la enfermedad de Yang-Pitnintel. Posiblemente una variante del Smersh-Eoxleitner, o una rara y peligrosa variedad del síndrome de la ortogonalidad moral. ¡Daba miedo! Sobre todo porque algunos de esos desórdenes están significativamente relacionados con la peor clase de genio: el persuasivo que se autoengaña y encuentra justificaciones morales para cualquier crimen.
La historia demuestra que algunas de esas psicopatologías han sido hereditarias, y han pasado de una generación a la siguiente. Eso explicaría por qué me han superado desde el principio.
Todo esto corrió por mi mente unos pocos segundos después de que Ritu me revelara indirectamente la verdad mediante su metáfora de las crisálidas. Hubiese querido detenerme y mirar; parpadear aturdido, tartamudear preguntas incoherentes… En otras palabras, reaccionar como reacciona desde siempre la gente a la sorpresa extrema. Pero no había tiempo para eso, sólo para continuar nuestra apresurada marcha. ¿Qué elección teníamos, con un pelotón de Betas delante de nosotros, abriéndose paso a tiros por el túnel, y un contingente de refuerzos metiendo presión desde atrás?
Finalmente comprendí por qué los dos grupos de Betazánganos nos habían dejado en paz hasta el momento, permitiendo que la distancia entre nosotros continuara intacta. Tenían a Ritu (su archi y reproductora) a salvo donde querían, a mano por si había que hacer más ídems. No tenían motivos para seguir acosándola. De hecho, se dedicarían por entero a proteger su integridad física.
Traté frenéticamente de encontrarle sentido a todo aquello.
¡Ritu siempre tuvo el poder para destruir a Beta, permaneciendo alejada de las máquinas copiadoras! Si la mariposa se niega a poner más huevos, pronto no hay más orugas.
Para protegerse contra eso, el paranoico Beta habría almacenado copias congeladas por toda la ciudad. Me encontré con una de ellas tras el edificio Teller, después de la redada del martes, cuando habló de alguien que había «tomado mis operaciones». ¿Nos había seguido alguna de esas copias de seguridad para obligar a Ritu a usar una imprintadora?
¿Por qué, en todo el tiempo que había pasado desde nuestra partida, el martes por la noche, no me había advertido Ritu de nada de eso?
Muy bien, en un momento ella había mencionado que sus ídems no eran «dignos de confianza», y que la mayoría se perdían, sin explicación. Incluso la fracción que ejecutaba lealmente sus tareas sólo traía a casa recuerdos parciales, porque (lo sabía ahora) las experiencias perdidas eran capturadas v almacenadas por la personalidad proto-Beta, que las ocultaba en el cerebro de ella. Desde el punto de vista de Ritu, idemizar debía de haber sido un proceso horriblemente ineficaz e insatisfactorio, incluso antes de que descubriera la verdad acerca de Beta.