Anhelo extenderme, abrazar todos esos débiles aleteos, despertarlos y animarlos y liberarlos. Avivar sus débiles fuegos y obligarlos a reconocer el vacío que los rodea.
No es la humilde versión de la compasión que nos han enseñado a admirar. ¡Al contrario,que un buda, reboso de ambición por mí mismo y toda mi ignorante especie!
Un sincero rincón de mí llama a esto «arrogancia».
¿Y qué?
¿No me cualifica sinceramente eso para el trabajo? Con toda seguridad, yo seré un dios mejor que idYosil.
Algas en una orilla yerma. Cada vez me parece más adecuada esa metáfora. Pues somos muy parecidos a las primeras criaturas que salieron torpemente del mar para colonizar la tierra desnuda, bajo un sol ardiente.
El almapaisaje casi vacío llama, como una nueva frontera. Una frontera llena de mucho más potencial que el estéril espacio exterior con sus simples planetas y gabelas. ¡La ciencia y la religión sólo entrevieron el inmenso potencial que hay aquí! Si podemos hacer que se cumpla.
¡Yo puedo hacerlo! Lo sospecho con creciente excitación. Pero hay unas cuantas cosas que decidir primero…
Espera. ¡Ahora lo veo! Una verdad que el profesor Maharal advirtió hace semanas Su fantasma intentó explicármelo, con analogías de mecánica cuántica. No las comprendí, pero ahora resulta tan claro…
El cuerpo es un ancla.
Ese parangón de la evolución orgánica, el maravilloso logro de la mente humana y el cerebro que hizo posibles la conciencia de uno mismo, la abstracción y la Onda Establecida… el cuerpo viene bien equipado para todas esas maravillas, pero también lastrado con instintos y necesidades animales, como la individualidad, ansiando el aislamiento de yo v tú como un pez necesita la caricia del agua que lo rodea.
¡Para terminar de llegar a tierra, dejando para siempre el mar, debemos abandonar el caparazón de la carne!
Esta comprensión debió de aterrorizar al profesor Maharal, disparando una división entre su rig y su rox, entre hombre y golem, copia y arquetipo, ídem y amo. RealYosil vio que el autoasesinato se acercaba cono una consecuencia natural de su propia investigación. Puede que incluso estuviera de acuerdo, en teoría. Pero el cuerpo se defendería, inundando. su cerebro real de hormonas de pánico, haciéndolo huir por el desierto en una ciega y fútil escapada.
Natural mente realAlbert tenía que seguirlo entonces en la muerte. Tanto el jinete como los espejos deben carecer de ancla. Otro pequeño precio de la divinidad. Ahora lo comprendo.
Sólo que de repente advierto algo más.
No será suficiente cortar sólo dos enlaces corporales.
Habrá que soltar más almas para alimentar el ansioso proceso del andzier.
Más asesinatos… a gran escala.
Las imágenes se vierten sobre mí… cosas que idYosil había empujado a un rincón de su ’neme. Veo un símbolo (un trébol de guadañas rojo sangre), acompañado de unas palabras: contagio aéreo. Luego otra rápida impresión de misiles… cohetes esbeltos y eficientes, robados y montados, preparados para disparar sobre blancos urbanos. En un momento que se acerca.
¡Necesito saber más!
Lo que idYosil ha planeado puede que sea justificable. La evolución no se produce sin dolor ni pérdidas. Un montón de peces murieron para que tinos pocos se pusieran en pie. El precio puede que merezca la pena…
!Pero sólo si pueden obtenerse los beneficios!
Yosil ya ha sido demasiado descuidado. El experimento se desvió de su curso establecido, o sino, ¿por qué sentiría yo esta creciente oleada de poder y ambición mientras el número de mis duplicados perfectos sigue multiplicándose, congregándose corno magma bajo un volcán? Yo soy el que se está preparando para cabalgar la Gran Ola._ algo que idYosil no previó nunca.
Si cometió un error, puede que haya cometido otros. Será mejor que lo compruebe, y rápido.
No se le debería permitir que masacrara a tantos inocentes.
Al menos, no basta que yo esté seguro de que hay una alta probabilidad de éxito.
54
Como un ladrillo
Reptando penosamente tras una pista de pisadas en el polvo, impulsado en medio de una ardiente agonía por poco más que testarudez, arrastrando el peso muerto de este cuerpo moribundo con sólo un brazo bueno y una pierna que funcionaba a medias… no pude dejar de preguntarme por qué yo ídem me merecía esto.
Mi objetivo era perseguir a Beta, capturar al hidjo de puta antes de que este cuerpo mío se disolviera, frustrar su maligno plan… fuera cual fuese. ¿Y si eso resultaba demasiado pedir? Bueno, entonces tal vez podría molestarlo un poco. Mordiéndolo en los tobillos, si no otra cosa.
Muy bien, no era un gran plan. Pero mi otra motivación, la curiosidad, que me había mantenido en marcha durante dos días completos, no me servía ya. Ya no me importaba la pugna secreta entre tres genios (Beta, Kaolin y Maharal), sólo que los tres debían de pensar que se habían librado por fin de esta verde copia barata, ¡y-maldita sea si no iba a demostrarles lo contrario!
Así es como me sentía mientras salía arrastrándome del saloncito de la vieja cabaña y me internaba en la montaña, siguiendo las huellas de Beta por el suelo irregular de una cueva… una gruta natural de arcilla que debía de haber atraído a Maharal para construir aquí, en primer lugar erigiendo esta cabaña sobre la entrada y, luego, usando la caverna para instalar un refugio científico clandestino.
Las burboluces proyectaban largas sombras sobre las estalactitas y otras formas goteantes que titilaban a lo largo de sus húmedos flancos. Perlas de agua brillaban mientras caían. Si mis oídos funcionaran, sin duda habría oído un golpeteo rítmicamente agradable mientras las gotas golpeaban charcos ocultos. Pero un sonido me llegaba: una vibración grave que sentía en el vientre mientras me arrastraba por el suelo de piedra se intensificaba cuando perseguía a Beta pendiente abajo… algo que me resultaba más fácil que escalar, supongo.
Pronto pasé junto a una pared que había sido cortada y alisada por manos humanas. Mi ojo bueno atisbó figuras, grabadas en la cara rocosa a golpes, una cada vez. Petroglifos, marcados por algún pueblo nativo del pasado que consideró esta cueva un lugar sagrado de poder, donde se podía implorar a las fuerzas de la naturaleza y se invocaban milagros. Formas humanoides con brazos y piernas como palos blandían sus lanzas contra bestias burdamente dibujadas: sueños más sencillos, pero no menos ambiciosos ni menos sinceros que los actuales.
Dejadme vivir y prevalecer», suplicaba la magia en la pared.
«Amén», coincidí yo.
A lo largo de un centenar de metros no hubo ninguna otra distracción. Arrastrarme con un brazo y una pierna mala se volvió tan normal que me costó trabajo recordar otro modo distinto de existencia. Entonces, parpadeando confundido, me encontré ante una decisión: una desviación en el camino.
A la izquierda, una habitación pequeña contenía maquinaria zumbante. Mecanismos familiares: un congelador, una imprintadora, un horno. Automáticos y listos para usar.
Por delante, una rampa bien iluminada descendía hasta el vientre de la montaña. Las vibraciones procedían de allí. Era también la dirección que seguían las huellas de Beta. El foco de grandes acontecimientos. Probablemente el laboratorio secreto del doctor, en toda su gloria.
No me molesté en examinar el tercer camino, que llevaba a la derecha. Y hacia arriba, uf. Ya tenía bastantes problemas decidiendo entre sólo dos opciones. ¿Debía seguir a Beta, o intentar algo realmente osado?
El autohorno llamaba, sus luces brillando con el mismo color que yo tuve la primera vez que Albert me fabricó hace ya tanto tiempo. Sin duda estaba mucho más cerca que intentar capturar a Beta arrastrándome tras él. ¡Qué atractiva la idea de cambiar un cuerpo destrozado y moribundo por otro fresco!