Ay, no había ninguna garantía de que pudiera subir a la plataforma imprintadora con sólo un brazo y una pierna mala, y mucho menos manejar correctamente los controles poniendo en movimiento la golemereación.
Desventaja número dos: todo c1 mundo sabe que no hay garantía cuando una copia intenta hacer copias. Cierto, Albert era (o es) un copiador excelente. ¿Pero intentar un ídem-a-ídem usándome a mí como molde? Siendo en el mejor de los casos un frankie barato, ahora una ruina completa, ¿cómo podía hacer nada más que una cosa torpe y sin mente? Además, el esfuerzo de llegar a la plataforma del perceptrón sin duda acabaría con este cuerpo.
Por un lado, justo delante había un suave camino que bajaba hasta el centro de todos los secretos…
Ése no es el camino.
Di un respingo. Era la maldita voz exterior otra vez. La maldita regañina.
Puede que no quieras ir a la derecha.
Hacia arriba.
Podría ser importante.
Una furia obstinada se apoderó de mí. ¡No necesitaba que una pendencia me amargara los últimos momentos de mi penosa existencia!
Oh, pero tal vez sí.
Y para mi sorpresa, advertí que algo en esa declaración sonaba a verdad.
No pude (y todavía no puedo) explicar qué me hizo decidir aceptar ese consejo contra toda lógica, abandonando dos opciones conocidas para invertir todo lo que me quedaba en una temible escalada final. Quizá se reducía a… ¿por qué no?
Apartándome del tentador autohorno, y de las odiadas huellas de Beta, empecé a subir arrastrándome aquellas burdas escaleras.
55
Una discusión familiar
Ritu y yo estábamos atrapados en aquel horrible túnel bajo meseta Urraca, con una banda de enemigos avanzando hacia nosotros desde atrás mientras otros bloqueaban el avance por delante. Sólo pudimos agazaparnos en el estrecho pasadizo mientras los ecos de los disparos resonaban en ambas direcciones.
Beta parecía estar quedándose sin guerreros. Sólo asignó a un zángano dañado para vigilarnos. Con todo, parecía bastante capaz de controlar a dos orgánicos asustados.
—Tendría que haber hecho más de mí cuando tuve la oportunidad —gruñó el gigantesco golem.
Ritu dio un respingo. Ya estaba agotada de imprintar a tantos ídems con la personalidad alternativa que llevaba dentro de su cabeza, obligada a hacerlo por una compulsión más fuerte que la adicción. La idea de copiar más sólo aumentaba su autorrechazo. Me preocupó que Rita de pronto diera un salto y tratara de poner fin a su miseria corriendo hacia la zona de combate, arrojando su cuerpo ala melé antes de que los guerreros de ambos bandos pudieran detener el fuego.
Como carecía de cualquier otro modo de ser útil (y necesitaba urgentemente que me distrajeran de mis propias preocupaciones), intenté hacerle unas preguntas.
—¿Cuándo descubriste lo de Beta?
Al principio ella pareció no escucharme: se mordió los labios, moviendo nerviosamente los ojos de un lado a otro. Repetí la pregunta. Por fin, Ritu contestó sin mirarme directamente.
—Incluso de niña sabía que me pasaba algo raro. Algún conflicto interno me hacía hacer o decir cosas que no pretendía o que lamentaba más tarde, saboteando relaciones y… —Ritu sacudió la cabeza—.
Supongo que un montón de adolescentes podrían describir d mismo problema. Pero empeoró muchísimo cuando empecé a imprimar. Los ídems se perdían, o regresaban sólo para descargar recuerdos fragmentados. ¿Puedes imaginar lo frustrante e injusto que resultaba? Yo nací en este negocio. ¡Sé más de idemización que la mayoría de los empleados de desarrollo de HU! Seguía diciéndome que debía de ser un fallo en la maquinaria. Y que se resolvería con el modelo del año próximo. —Se volvió a mirarme—. Eso debe de ser el proceso de negación, supongo.
«No jodas.»
Era como decir que el océano estaba húmedo.
—¿Buscaste ayuda?
Ella bajó los ojos, asustada.
—¿Crees que necesito ayuda?
Me costó mucho trabajo reprimir una risa horrorizada. La fuerza de la represión en su interior debía de ser increíble para preguntar una cosa así mientras estábamos retenidos en aquel horrible lugar.
—¿Cuándo empecé a comprender? —continuó Ritu al cabo de unos segundos—. Hace semanas, oía mi padre discutir acaloradamente con Eneas sobre si debían anunciar o no algunos logros, como el de extender el lapso de vida de los ídems. Eneas decía que el método no estaba listo y se quejaba de cuánto en la investigación de Yosil apuntaba a aspectos místicos como la imprintación nohomóloga…
Hice un esfuerzo por atender mientras Ritu desgranaba por fin su historia. Me interesaba, de verdad. Pero el túnel era tan sofocante y caluroso… No pude dejar de preguntarme si mis sudores eran el síntoma de alguna vil plaga contraída durante mi breve visita a la sala dedicada a la guerra biológica. ¿Estaban rasgando ya mi carne patógenos super-rápidos?
¡No quería pensar en ello! Como Ritu, busqué distraerme de la indefensión con el diálogo.
—Hum… ¿Podrían esas discusiones con Eneas explicar por qué se ocultó tu padre?
—Supongo que sí… Pero ellos siempre habían peleado como hermanos, desde que Eneas adquirió el proceso Bevvisov-Maharal para animar sus muñecos de cine-efexesp. Los dos solían recuperar la calma y resolvían las cosas.
—Pero no esta vez. Kaolin…
—¡Acusó a Yosil de robar archivos y equipo! Me di cuenta de que Eneas estaba furioso. Sin embargo mantuvo su ira controlada, como si mi padre tuviera algún poder sobre él. Algo que impedía interferir incluso al presidente de Hornos Universales, no importa lo enfadado que estuviera.
—¿Chantaje? —sugerí—. El ídem de Kaolin estaba husmeando en la casa de tu padre cuando me reuní contigo allí el martes por la noche. Tal vez buscaba pruebas que destruir, después de haber matado a Yosil…
—No —Ritu negó con la cabeza—. Antes de que se marchara por última vez, oía mi padre decirle a Eneas: «Soy tu única esperanza, así que no te interpongas en mi camino si no tienes agallas para ayudar.» Eso asusta un poco, lo admito, pero no suena a chantaje. De todas formas, sigo sin poder creer que lineas asesinara a nadie.
—Bueno, un ídem que se parecía a Kaolin nos disparó esa misma noche, en el desierto.
Como siguiendo una indicación, varios estampidos resonaron en el lugar donde la retaguardia de Beta combatía a sus enemigos sin nombre. El pánico volvió a encenderse en los ojos de Ritu… hasta que expulsó el temor una vez más. A su modo, estaba mostrando auténtico coraje.
—Yo… he pensado en eso. Eneas no estaba sólo preocupado por mi padre, ¿sabes? También tenía una obsesión creciente con… Beta —Ritu escupió la palabra con disgusto—. Eneas se gastó una fortuna en seguros y en seguridad, intentando cortar el acceso de Beta a las tecnologías y el material de HU. Supongo que en algún momento debió de descubrir la verdad sobre mi otra mitad. —Indicó con la cabeza el guardia-golem cercano—. A Eneas debió de amargarle que Beta supiera todo lo que yo sé sobre la compañía. Ni siquiera podía demandar-me o vengarse sin hacerme daño a mí… a la Ritu Maharal que siempre trató como a una hija. Ni podía hablar conmigo sobre el problema. Eso sólo habría alertado a Beta, así que no podía hacer nada.