—Aún peor —añadí yo—, a Kaolin le preocuparía la posibilidad de que Beta y Yosil Maharal hubieran forjado una alianza. Rito sacudió la cabeza.
—Esa sola idea volvería loco a Eneas.
—Entonces su golem nos disparó en la carretera porque pensaba que tú eras Beta —concluí—. Ibas disfrazada de ídem. ¡Y yo pensando todo este tiempo que iba por mí! Pero entonces, ¿quién disparó un misil contra mi casa y…?
Una rápida bala llegó zumbando, interrumpiéndonos cuando rebotó en el techo. Ritu dio un respingo. Por cuarta o quinta vez, trató de apretujarse contra mí. En medio de aquel caos, lo más natural habría sido que nos abrazáramos. Pero yo retrocedí, manteniendo la distancia, ya que podía estar transportando algún tipo de virus.
La alternativa era seguir hablando. Ladeé la cabeza para mirarla fijamente a los ojos.
—¿Qué hay de tu padre? —pregunté—. ¿Qué estaba haciendo aquí que asustara tanto a Kaolin? ¿Por qué robar galenas y armas al Ejército? ¡Y agentes biológicos, por el amor de Dios!
»Rito, ¿qué sigue pasando aquí, días después de su muerte?
Mi vehemencia la hizo retroceder. Ritu se llevó ambas manos a la cabeza. Su voz se quebró.
—¡No sé nada de eso!
Alguien más se unió en ese punto a la conversación.
—Déjala en paz, Morris. Estás acosando al yo equivocado.
Era el golem de batalla herido que nos vigilaba, tan firme hasta ahora que nos habíamos estado escudando tras él como si fuera una piedra. La cara de mentón cuadrado se volvió, observándome sin apenas expresión. Con todo, sentí el desdén familiar de mi viejo enemigo. Ni siquiera saber, por fin, que era producto de una sobrecompensación neurótica me sirvió de mucho. Seguía odiando a aquel tipo.
Beta habló con voz grave y rechinante, pero con el mismo tono despectivo.
—Como sospechas, teníamos un acuerdo, Yosil y yo. Me suministró una cantidad ilimitada de repuestos golem especializados, salidos directamente de Investigación, con todo tipo de grandes prestaciones como piel pixelada que puede cambiar de pautas de color a voluntad.
—Estás bromeando.
—No. Yosil ayudó a enviarlos directamente al frigorífico de suministros de Ritu mientras yo trabajaba desde dentro, para asegurarme de que ella nunca examinara sus repuestos con atención. Juntos, hicimos que pareciera que varios ídems suyos estuvieran haciendo exactamente lo que ella quería que hicieran, minimizando sus preocupaciones y recelos. Fue de gran ayuda en mis operaciones y funcionó bien… hasta hace poco tiempo.
—¿Y qué conseguía Maharal a cambio?
—¡Le enseñé el bello arte de la evasión! Cómo esquivar y evitar y marear al Ojo Mundial. Mis contactos en el submundo fueron de gran ayuda. Se convirtió en una especie de pasatiempo padre-e-hijo. —El ídem le guiñó un ojo a Ritu, que se estremeció y se dio la vuelta, así que Beta volvió la sonrisa de inteligencia hacia mí—. Sospecho que papá siempre quiso un niño —dijo.
La crueldad entre hermanos puede ser repugnante. Igual que el odio autodestructivo. Aquello se encontraba a medio camino entre ambas cosas.
—Tengo que admitir —continuó Beta—, que ella me presentó batalla estas últimas semanas. Desde que me descubrió, dejó de imprintar y mató a todos los Betas que se acercaban a ella para descargar. ¡Empecé a quedarme sin versiones de descarga diarias!
—Ese ídem en descomposición que encontré en un vertedero tras la casa…
—Bang. —Beta usó un dedo para remedar el disparo de una pistola—. Ritu lo eliminó. Luego se hizo con el equipo de maquillaje de papá y se disfrazó para parecer gris, esperando que la farsa le permitiera venir al sur contigo y… —Beta negó con la cabeza—. Bueno, tengo que admitir que su fuerza de voluntad me sorprendió. Sólo pude interferir un poquito, desde dentro. ¡Bien por ti, Alfa!
—Qué enternecedor —respondí por Ritu, que parecía demasiado enfurecida para hablar—. Así que papá te quería más. ¿Por eso estás intentando entrar en su santuario ahora mismo? —Antes de que Beta pudiera contestar, algo encajó en mis pensamientos—. El laboratorio no está dormido, protegido por centinelas robot. Hay alguien dentro, ahora mismo, planeando usar las armas biológicas robadas para ejecutar algún retorcido plan. ¿Es el asesino de Yosil? ¿Ettentas entrar para vengar a tu padre?
Beta hizo una pausa, luego asintió.
—En cierto modo, Morris. Pero ya que las verdades ocultas están saliendo a la luz, bien podrías saber —hizo un gesto hacia Ritu— que tenemos muchas más cosas en común con nuestro padre de lo que podrías imaginar.
Ritu parpadeó, mirando directamente al golem por primera vez.
—Quieres decir…
—Quiero decir que un genio como el suyo nunca podría ser contenido en una sola personalidad, o confinado a un único cerebro humano. En Yosil, las divisiones eran menos explícitas. Sin embargo… Dejé escapar un gruñido de comprensión, al recordar algunos argumentos de pelids malas que Ritu y yo habíamos comentado durante nuestro viaje por el desierto. ¿Cuántas trataban de la misma vieja pesadilla, en términos contemporáneos: el temor a ser conquistado por tu propia creación, tu propia mitad oscura? En Ritu, la tecnología sacó a la luz una pesadilla interior, ampliando una tendencia de personalidad molesta hasta convertirla en un archicriminal reconocido.
¿Hasta dónde podría llegar el mismo síndrome, si lo liberaba un virtuoso?
—Entonces Maharal…
Antes de que yo pudiera terminar, un agudo silbido resonó por el pasillo. Beta gruñó, satisfecho.
—¡Ya era hora!
El gran ídem de guerra se levantó torpemente, sin apoyarse en el lado izquierdo, gravemente herido, y nos indicó a Ritu y a mí que lo siguiéramos.
—El camino está despejado.
Cuando Ritu se estremeció, el golem intentó tranquilizarla.
—Imagina que es una reunión familiar. Vamos a ver en qué se ha convertido papá.
56
En lo alto de la línea
No había burboluces en la burda escalera y no tenía ningún medio para medir el tiempo que pasé arrastrándome peldaño a peldaño, impulsado por un único brazo bueno y una pierna semifuncional, dejando trocitos de mí mismo por el camino. La ascensión pareció imposible de medir excepto por los rítmicos latidos cada vez que mi forma apaleada se aupaba. Conté ciento cuarenta de esos pulsos. Ciento cuarenta oportunidades de relajarme en la oscuridad para siempre, hasta que la completa negrura que me rodeaba empezó a remitir.
Una luz atenuada se deslizó por las escaleras, tentativamente líquida, lo cual me alegró un poquito. Es difícil sentirse completamente falto de esperanza durante ese momento en que captas por primera vez el amanecer.
Era el amanecer, lo verifiqué pronto, que se filtraba por un hueco en la pared de una modesta sala, casi llena por completo por una máquina enorme. Al arrastrarme hasta allí, vi una boca de carga que se dirigía a la estrecha ventana. Un marco irregular contenía más de una docena de cilindros finos con aletas dorsales y pectorales, como para deslizarse con agilidad a través de agua o aire.
Mi ojo bueno divisó los ominosos símbolos en forma de cuchillo que marcaban las estilizadas partes delanteras. Con todo, tardé en comprender.
«Misiles —pensé, combatiendo la fatiga de la expiración—. Almacenados en un sistema de lanzamiento automático.»
Y… Advertí que una fila de indicadores electrónicos se iluminaba. La maquinaria acababa de activarse.
57
Bosones en el circuito