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A medida que me hago más grande, a medida que el conocimiento fluye en mi interior, más aprecio la grandiosa visión que atrajo a mi torturador a este lugar y hora. Sin embargo, cuanto más se acercó a la grandeza en los meses recientes, más intimidó al pobre Yosil Marahal. No es extraño, pues se encontraba solo en lo alto de una cima que había sido construida a lo largo de milenios por las mentes más grandes de la humanidad, cada una combatiendo la oscuridad a su modo, contra todo pronóstico.

La lucha fue lenta al principio, con más intentos fallidos que progresos. Después de todo, ¿qué podían conseguir los hombres y mujeres primitivos, qué secretos podían descifrar sin el fuego o la electricidad, careciendo de bioquímica o almística? Sentían que debía de haber algo más en la vida que dientes y garras, las primeras etapas concentradas en su único don precioso: la capacidad para las palabras. Palabras de persuasión, ilusión, de poder mágico. Palabras que predicaban amor y mejora moral. Palabras de suplicante oración. Llámalo magia o llámalo fe. Bien dotados de esperanza (o de buenos deseos), pero poco más, imaginaban que las palabras por sí solas serían suficientes, si se murmuraban con la sinceridad necesaria, en encantamientos adecuados, acompañando hechos y pensamientos puros.

Los sucesores posteriores, revelado el esplendor de la matemática, supusieron que ésa era la clave. De las armonías pitagóricas y los enigmas numerológicos como la Cábala a las elegantes teorías de las supercadenas, la matemática pareció ser el lenguaje de Dios, el código que utilizó para escribir el plan de la creación. Como la mecánica cuántica, el elegante barajar de fermiones despegados y bosones gregarios, todas las elegantes ecuaciones componían un edificio creciente. Eran cimientos, maravillosamente ciertos. Pero no lo suficiente. Pues las estrellas que anhelábamos tocar permanecían demasiado lejanas. Las matemáticas y la física sólo podían medir el enorme golfo, no cruzarlo.

Lo mismo ocurría con el prodigioso reino digital. Los ordenadores mostraron una breve imagen, indicando que los modelos de software podían ser mejores que la realidad. Los entusiastas prometieron mentes nuevas y mejoradas, percepción telepática, incluso poder trascendente. Pero la cibermateria no llegó a abrir grandes portales. Se convirtió en otro útil juego de herramientas, oro ladrillo en el muro.

En la época del abuelo, la biología era la reina de las ciencias. ¡Descifra el genoma, el proteoma y su sutil relación con el fenotipo! ¡Resuelve el acertijo de la naturaleza y consigue el control de la naturaleza! Fueron logros tan vitales como dominar el fuego y acabar con la costumbre de la guerra.

Sin embargo, ¿hubo respuesta a las preguntas realmente profundas?

La religión las prometía, siempre en términos vagos, mientras se retiraba de una línea en la arena a la siguiente. No mires más allá de este límite, le dijeron a Galileo, luego a Hutton, Darwin, Von Neumann y Crick, retirándose siempre con gran dignidad ante al último avance científico, y luego marcando el siguiente perímetro en el borde sombrío del conocimiento.

«De aquí en adelante es el dominio de Dios, donde sólo nos llevará la fe. Aunque puedas haber penetrado los secretos de la materia y el tiempo, creado vida en un tubo de ensayo, incluso cubierto la Tierra de duplicados múltiples, el hombre nunca se infiltrará en el reino del alma inmortal.»

Sólo que ahora estamos cruzando esa línea, Yosil y yo, armados no con virtud, sino con habilidad, usando toda la sabiduría recopilada por el Homo technologicus durante diez mil años de dolorosa lucha contra la ignorante oscuridad.

Queda por resolver un asunto antes de que la aventura pueda empezar.

¿Cuál de nosotros pilotará… y cuál navegará?

Oh, hay otro tema.

¿Puede comenzar adecuadamente una empresa tan osada, si empieza con un crimen terrible?

IdYosil aparta el péndulo, preparándose para subir a bordo y arrojar su último idemcuerpo al andzier, justo entre los espejos. Se acabaron los nerviosos tartamudeos sobre filosofía y metafísica; puedo sentir el grave tamborileo de miedo en su Onda Establecida, tan estremecedor que roba al pobre gris el poder del habla. Un temor corno el que realYosil debe de haber sentido el lunes, cuando vio que las cosas se le escapaban de las manos, sin ningún modo de evitar pagar el precio definitivo de la soberbia.

Un temor intensificado por los acuciantes acontecimientos, mientras los últimos defensores mecánicos caen ante el ejército del túnel…

Y los instrumentos muestran por fin a idYosil que algo ha salido mal en su precioso plan. Las lecturas del andzier no son lo que imaginaba que serían en este punto. ¡Puede que finalmente sospeche que todavía estoy aquí, no borrado sino cabalgando el tsunami! Haciéndome más poderoso a cada segundo que pasa.

El péndulo tiene previsto atravesar el andzier, por su mismo corazón. De repente me doy cuenta: esto va a doler. De hecho, podría ser peor que nada de lo que soporté como orgánico, o idemizando una copia cada vez.

Ahora veo cómo se supone que va a funcionar: cómo el fuego interior de idYosil puede disparar las energías ampliadas del andzier, enviando su propia imprintación a cada paso, corno si deslizara un sello cilíndrico rodando y rodando sobre suave arcilla. A pesar de todo lo que ha salido mal en su plan, a pesar de mi presencia continuada, podría funcionar. ¡Puede que consiga tomar el mando y eliminarme!

O bien, puede que nos cancelemos el uno al otro, dejando detrás un salvaje rayo de esencia espiritual que se alimenta a sí mismo y que podría surgir de aquí sin guía, como una tormenta que todo lo consume. Un psiclón…

No creía que nada pudiera asustarme ya. Estaba equivocado.

Ahora mismo todo lo que quiero es regresar. Volver a la tranquila belleza del almapaisaje. Contemplar de nuevo esos territorios vírgenes, más vastos que ningún continente inexplorado, más prometedores que una galaxia, aunque apenas colonizados todavía por unos meros miles de millones de minúsculas motas de algas por toda la orilla, motas que apenas sospechan su propio destino latente.

Sobre todo un puñado de algas (unos pocos millones) que no sospechan que han sido marcadas para un destino especial, para hacer el sacrificio definitivo. Como los esclavos que acompañaban a los monarcas —aói contribuir la potencia dels ecundario rayo andzier, impulsando energías-alma, la Onda Establecida a nuevos niveles.

Los antiguos habrían llamado a esto «necromancia», atraer fuerzas místicas del misterioso poder de la misma muerte. No importa el nombre, seguirá siendo un crimen horrible…

Y yo casi lo he aceptado. Todas esas débiles ascuas que vi antes, almas humanas moribundas esforzándose en sus últimos momentos por liberarse, y luego cayendo, incapaces de dejar impresiones en el suelo yermo… harán que sus esperanzas frustradas merezcan la pena, ¿verdad?

Después de contemplar el Continente de la Voluntad Inmortal, atraído por esta inmensidad de posibilidades, ¿cómo puedo preocuparme en serio por unas cuantas algas condenadas en la orilla?

Excepto…

Excepto que uno de esos diminutos destellos ha empezado a molestarme, corno una piedra en el zapato. Como un guijarro en mi silla. El almapaisaje no mide la distancia en metros, sino por afinidad, y esta chispa estaba demasiado cerca para advertirla, apegada a mí como una sombra. Sólo que ahora me vuelvo para examinar la irritación y descubro que…

¡Soy yo!

O más bien, es el Albert Morris que vive y respira… la fuente de la Onda Establecida que yo he amplificado profundamente. Puedo sentirle acercarse en el espacio físico, lleno de todos esos temores, impulsos y compasiones orgánicas. Nervioso y sin embargo tenaz como siempre, tan cerca que casi podríamos tocarnos.

¿Cómo pudo suceder?

¡IdYosil dijo que había matado a Morris con un misil robado! La muerte del cuerpo debería liberar el ancla, liberando el alma. Vi las noticias de la muerte, la casa y el jardín ardiendo… y sin embargo sobrevivió.