Выбрать главу

¡Por eso mi personalidad no sucumbió ni fue borrada! La onda siguió reimprintándose de algún modo, de la fuente original, hasta hacerse autocontenida.

Es magnífico. Me alegro de estar aquí. ¿Pero ahora qué? ¿Interferirá la presencia de Albert? ¿Clavará su ancla biótica el andzier a la «realidad» cuando llegue el momento crucial de la liberación?

El fantasma de Yosil ha terminado de atarse. Con los soldiddos enemigos echando abajo la última puerta, no puede seguir perdiendo tiempo. Preparándose para dejar volar el péndulo, hace acopio de valor para una orden vocal.

—i Inicia la fase final! —le grita al ordenador de control—. ¡Lanza los cohetes!

Bien. Preparado para la batalla, puedo sentirme tranquilo. Lo que está a punto de sucederle a la ciudad no es culpa mía. El asesinato en masa de tantos no será obra mía. Su karma no puede afectarme.

Soy tan víctima como cualquiera, ¿no?

Haré que su sacrificio merezca la pena.

58

Luz de barro

…donde Verde ve la luz…

Una sola estrella pálida brillaba a través de la ventana, parpadeando como las luces del panel de la oscura máquina que casi llenaba la habitación en lo alto de las escaleras. Sentí ominosas vibraciones sacudir el suelo mientras el mecanismo despertaba. Los estilizados objetos entraron en prieta formación en la máquina sumimistradora, cada uno con símbolos escarlata en forma de guadaña. Yo no estaba tan perdido ya como para no reconocer un sistema de lanzamiento automático. Maldición. ¡Qué desastre!

Sí, qué desastre.

Tal vez deberías pararlo.

En vez de reproches, lo que necesitaba ahora eran ideas. ¿Cómo se suponía que iba a detenerlo?

Los botones brillaban, por enzima de la altura del hombro de un hombre normal. Uno de ellos podría interrumpir el lanzamiento desde su controlador remoto. Pero ¿cómo llegar hasta allí? El flanco del arma, liso y militar, no ofrecía asideros adecuados para un manco tendido en el suelo. Era aún más difícil que tratar de auparse a aquel autohorno de abajo.

—Yo… no puedo… —un ronco susurro surgió de mi garganta—. Está demasiado lejos.

Entonces Improvisa.

Miré alrededor, pero no vi ninguna silla ni ningún saliente al que agarrarme. Ninguna herramienta útil, ni siquiera piedras que tirar. La ropa barata que Eneas Kaolin me dio, hacía ya media vida, había desaparecido casi por completo, hecha jirones inútiles.

ÓRDENES LOCALIZADORAS ACEPTADAS, dijeron unas ominosas palabras. CALCULANDO TRAYECTORIAS. Siguió una serie de números.

Incluso en mi lamentable estado pude reconocer los datos del alcance y la dirección.

«Algún maníaco va a dispararle a la ciudad!»

Deduje que se trataba de Beta. Sin duda asesinó al profesor Maharal para apoderarse de estas instalaciones. ¿Por qué? Desesperado por_ que todos sus planes de sidcuestro se desplomaban, supuse. Mi viejo enemigo debía de esperar causar tal caos que las autoridades tendrían tareas más urgentes que perseguir a un ladrón de copias.

Frustrado y tendido en el suelo, supe que mi teoría no tenía sentido, y no me importó. Lo que importaba era detenerlo. Daría cualquier cosa. Mi penosa vida, desde luego. Ya había dado mi brazo izquierdo ala causa. Qué más podría…

Un grito escapó de mi boca deteriorada. Algunas cosas sólo son obvias después de pensarlas.

Sí, tenía una herramienta que podría funcionar, si me apresuraba.

No iba a ser fácil… pero ¿qué lo es?

59

Gripe divina

…donde realAlbert se enfrenta a noticias desagradables…

El ejército de golems de guerra robados y hechos a sí mismos finalmente se abrió paso. Mientras Ritu y yo dejábamos atrás los últimos defensores rohóticos vencidos, una docena de cascados veteranos de Beta corrió hacia el otro lado para ayudar a la retaguardia. ¿Cuánto tiempo podrían resistir a las fuerzas que nos atacaban desde la base?

No mucho. Tuve la sensación de que las cosas iban a precipitarse.

«Más vale. Puede que no me quede mucho tiempo.»

Salía humo de los bordes de una puerta blindada con un gran agujero de quemadura en el centro. Todavía brotaban oleadas de calor del metal recién fundido cuando pasamos a lo que debía de ser el cubil enterrado de Yosil Maharal. Ritu y yo nos encontramos ante un parapeto que dominaba una escena completamente extraña: una gruta llena a rebosar de equipo, gran parte improvisado a partir de material con el logotipo familiar de HU. Sin duda aquél era el material electrocerámico que Kaolin había acusado a Maharal de robar del trabajo. «¿Qué demonios estaba intentando conseguir aquí? —me pregunté—. Sin duda realizar algún tipo de investigación que Eneas le prohibió que prosiguiera en el Departamento de Desarrollo de la compañía.»

Recordé las palabras, da maldición de Nrankenstein», seguidas de una imagen entrecortada de una nube en forma de hongo.

Enormes cables como antenas fluían de todos los ángulos hacia un par de figuras humanoides, situadas en extremos opuestos de la sala, la una frente a la otra, con los brazos abiertos. Uno de esos ídems era rojo oscuro, el otro del tono gris especializado que yo uso a veces. Complicados aparatos de carga cubrían sus cuerpos de barro, aunque no pude imaginar para qué podían servir tantos enlaces.

Entre la pareja de ídems, una especie de gigantesco mecanismo de relojería marcaba el tiempo al compás de un enorme péndulo. IY vaya sino había otro golem allí, moviéndose adelante y atrás corno un niño en un columpio!

Ése gritaba como un poseso.

Ésas fueron algunas de las cosas que mis ojos vieron. Más interesantes eran las cosas que se suponía que no debían ver.

Primero, ¿me estaba muriendo ya de alguna fiebre terrible? Me sentí mejor al llegar a la luz más brillante y el aire más fresco del laboratorio después de aquel maldito túnel. Sólo que ahora las náuseas revolvieron mis vísceras, como esas sensaciones de mareo que los astronautas solían describir, allá en la época en que la genterreal arriesgaba la vida en el espacio. Las entrañas encogidas, casi tan duras como mis dientes, que apenas dejaron escapar un gemido.

«Ya está —pensé—. Un supervirus de acción rápida. Muerte en cuestión de minutos.

»Lástima. Estaba a punto de averiguar qué estaba pasando aquí.»

¿Tendría que haberme quedado en casa y volado por los aires? Al menos habría sido rápido. Nunca conseguí el que era mi objetivo cuando partí el martes por la noche.

«Clara, lo siento. De verdad que intenté…»

Aparecieron más síntomas, nublando los sentidos. ¡Podría jurar que el espacio entre los golems cautivos, que parecía claro como el aire momentos antes, ahora ondulaba y se agitaba como un fluido denso! Las ondulaciones tenían el aspecto de un sueño imposible de calibrar, como la interpretación de un escultor de humo de cambios de humor maníacos.

Tuve una breve impresión de que batallones de entidades idénticamente espectrales ocupaban la zona confinada, en multitudes ilimitadas, y de algún modo no abigarradas, con espacio para más en sus bien ordenadas filas. Excepto cuando pasaba el péndulo. Entonces surgían bruscas ondas, transformando muchas de las figuras en marcha, dándoles un rostro.

Flotando ante mí, vi el rostro de Yosil Maharal.

—Albert, ¿estás bien? —murmuró Ritu, pero yo aparté su mano. Que se lo tomara como rabia por meterme en aquel lío. No quería contagiarla.