Me resultaba curioso (y tal vez un poco extraño) que Clara pudiera asignar a una duplicada que hiciera su trabajo de clase y, sin embargo, nunca se molestara en cargar los recuerdos del golem. ¿Cómo te ayuda eso a aprender nada? De acuerdo, soy un anticuado (una de mis cualidades «enternecedoras», según ella). O tal vez me cuesta imaginar qué mantiene motivado a un golem, sin ninguna promesa de reunirse con su original al final del día.
«Bueno, tú también lo haces, a veces —pensé—. ¿No le dejaste a Clara un ébano la semana pasada, para ayudarla con un trabajo para este trimestre? Nunca volvió, que yo recuerde. No es que me importe.
»Espero que tuviéramos una buena diversión intelectual.»
Aunque me sentí tentado, decidí no molestar a la ídem estudiosa. A Clara le gustaban las especialistas. Esta sería todo impulso e intelecto, y se esforzaría hasta que su efímero cerebro expirara. Una vez más, todo es cuestión de personalidad. Centrada monotemáticamente en cada tarea inmediata, ésa es mi Clara.
El barco vivienda reflejaba esto. En una época en que la gente gasta el tiempo que le sobra amueblando lujosamente sus casas o acumulando hobbies, su hogar era severamente eficiente, como si esperara marcharse de un momento a otro a una costa lejana, o tal vez a una época distinta.
Saltaban a la vista las herramientas, muchas con toques improvisados, como un sistema de navegación para todo tipo de clima introducido en el grano de un bastón de caoba o un juego de formidables boleadoras de autoblanco forjadas con hierro-níquel de origen meteórico. O los chadores blindados masculinos y femeninos que colgaban de una percha cercana. Capas externas decorativas de cota de malla de titanio cubrían el aparato reaclass="underline" una capucha flexible de emisores de contacto que podían transportarte a cualquier sitio al que quisieras ir en espacio RV. Suponiendo que tuvieras algún motivo para visitar ese estéril reino digital.
Nuestros chadores a juego estaban allí, en el barco: lo más parecido a una firme expresión de compromiso que había conseguido hasta ahora de ella. Eso y un par de sólido-muñecos nuestros paseando juntos por Denali, el pelo castaño liso de ella muy corto, casi como un casco, alrededor de un rostro que Clara siempre consideraba demasiado alargado para ser bonito, aunque yo no tenía quejas. A mí ella me parecía adulta, una mujer real, mientras que mis rasgos demasiado juveniles parecen siempre anclados en un sombrío tono adolescente. Tal vez por eso lo compenso, y trabajo duro y mantengo un trabajo serio, mientras que Clara se siente más libre para explorar.
¿Por lo demás? Ningún amasijo de coleccionables. Ningún trofeo de un centenar de campos de batalla donde sus idemyoes combatientes se arrastraran bajo el fuego, atacando posiciones láser en los enfrentamientos más famosos de su equipo.
A un nivel, estaba relacionada con una estudiante universitaria. A otro nivel, con una guerrera y una celebridad internacional. ¿Y qué? ¿Quién no se ha acostumbrado a vivir varias vidas en paralelo? Si la humanidad tiene un talento destacado, es la capacidad casi infinita para acostumbrarse a lo Próximo Grande… y luego dejar de darle importancia.
Miré de nuevo la nota que me había dejado Clara. Su huella digital, bioesculpida para parecer una sonrisa picarona familiar, marcaba el final, señalando un segundo papel debajo:
Su máquina duplicadora (un estilizado modelo de Fabrique Gabon) ocupaba una cuarta parte del pequeño salón del barco. El compartimento de almacenamiento, translúcido de escarcha, revelaba una figura humanoide, del tamaño y la forma de Clara, presumiblemente imprintada y dispuesta para cocer al horno.
Mientras contemplaba la proporcionada silueta, me sentí como un marido a quien su esposa ausente deja una cena lista para calentar en el frigorífico. Una idea extraña, dada la actitud de Clara hacia el matrimonio. Y, sí, a Clara le gusta hacer especialistas. Esta marfil no destacaría por su intelecto o su conversación.
Bueno, aprovecharé lo que pueda.
Pero ahora no. Entre una emergencia y otra, llevaba despierto cuarenta horas y necesitaba dormir más que sexo subrogado. De todas formas, una vaga sensación de intranquilidad se apoderó de mí mientras regresaba conduciendo a casa.
—¿Comprobaste lo del camarero de La Tour Vanadium? —le pregunté a Nell, mientras aparcaba el Volvo en su pequeño garaje. Mi ordenador doméstico respondió con su habitual tono.
—Lo hice. Según el restaurante, uno de sus camareros perdió su contrato de servicio anoche, por molestar a los clientes. A partir de esta noche van a contratar a ídem cualificados procedentes de otra fuente.
—Maldición.
Eso significaba que yo estaba en deuda con el tipo. Los contratos de trabajo manual no son fáciles de conseguir, sobre todo en los restaurantes de lujo, donde los propietarios exigen perfección uniforme al personal. Los camareros idénticos son más predecibles, y los empleados que salen del mismo molde no se pelean por las propinas.
— ¿Te dieron su nombre?
—Hay un bloqueo de intimidad. Pero trabajaré en ello. Mientras tanto, tienes casos en marcha. ¿Los repasamos mientras imprintamos los duplicados de hoy?
El tono de Nell era regañón. Nuestra rutina normal se había ido por completo al garete. Habitualmente, a esa hora yo ya había enviado a las copias a hacer encargos y pesquisas mientras el rig se iba a dormir para conservar preciosas células cerebrales para la parte creativa del negocio.
En vez de desplomarme en la cama, me dirigí al horno y me tumbé mientras Nell descongelaba varios repuestos de cuerpos para imprintarlos. Aparté la mirada mientras se deslizaban en las bandejas de calentamiento, carne parecida a pasta que se hinchaba y coloreaba mientras millones de diminutas células de catálisis iniciaban sus breves y vigorosas pseudovidas. Los chicos de hoy no dan importancia a nada de esto, pero la gente de mi edad todavía lo encuentra un poco enervante, como ver despertarse a un cadáver.
—Adelante —le dije a Nell, mientras las sondas neurales revoloteaban sobre mi cabeza para la fase crítica de la imprintación.
—Primero, llevo dándole largas a Gineen Wammaker toda la mañana. Está ansiosa por hablar contigo.
Di un respingo cuando las sensaciones cosquilleantes empezaron a bailar por mi cuero cabelludo, cotejando la Onda Establecida de mi Alma con el estado básico almacenado en memoria.
—El asunto Wammaker está cerrado. Completé el contrato. Si va a quejarse por los gastos…
—La maestra ya ha pagado nuestra factura. No hay quejas. Parpadeando sorprendido, estuve a punto de incorporarme. —Eso no es propio de ella.
—Tal vez la señorita Wammaker advirtió que fuiste brusco con ella esta mañana y que desde entonces no respondes a sus llamadas. Eso podría haberte colocado al margen, psicológicamente hablando. Puede que esté preocupada por haberte provocado demasiado a menudo, quizá perdiendo tus servicios para siempre.
La teoría de Nell tenía su mérito. Yo no sentía ninguna necesidad desesperada de seguir trabajando para la maestra.
Relajándome de nuevo, sentí intensificarse el barrido del tetragamatrón, que copiaba mis perfiles simpáticos y parasimpáticos para la imprintación.
—¿Qué servicios? He dicho que el trabajo está terminado.
—Al parecer tiene otro en mente. Su oferta es nuestra máxima tarifa estándar, más el diez por ciento por una consulta confidencial a primeras horas de esta tarde.
Reflexioné sobre el asunto… aunque en realidad se supone que no debes tomar decisiones cruciales mientras imprintas. Demasiadas corrientes aleatorias surgiendo en tu cerebro.
—Bueno, si hacerse el duro funciona, haz una contraoferta. La máxima tarifa estándar más el treinta. Que lo tome o lo deje. Enviaremos un gris si acepta.