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La tragedia puede tener su propia belleza triste, evocando lágrimas o risa. Esta ondeó con un horror hermosamente transfigurador digno de Sófocles, a través de años cargados con silencioso remordimiento obsesión y dolor.

Sí, los compadecerás. Desde esta nueva perspectiva, te apiadarás, lo vivirás y compartirás su agonía.

Más tarde.

Otros se suman a esta refriega.

Un golem de pautas en espiral atraviesa la puerta de enfrente, gritando acerca de la traición en términos que sólo un multibillonario podría usar. Y hay que reconocérselo a Eneas Kaolin (tú lo harás, predigo). Hacía falta un talento del que nadie lo imaginaba capaz para penetrar en las muchas capas de disfraces y defensas erigidas por una familia de brillantes paranoicos. Yosil y Ritu y Beta lo subestimaron. Igual que Albert Morris.

Con un poco más de tiempo… o sise hubiera fiado de Morris lo suficiente para confiar en él y aliarse con él desde el principio… Kaolin podría haber creado una diferencia. ¿Pero ahora? Incluso mientras alza el arma, gritando amenazas y exigiendo renuncias, Eneas sabe claramente que es demasiado tarde.

Lo mismo sucede con los guerreros que ahora llegan de la base militar, atravesando ese oscuro túnel que corre bajo meseta Urraca. Armados, blindados y representando la ira de los explotados contribuyentes, es la caballería por fin… pulverizando la retaguardia de Beta para llegar al alto parapeto y contemplar todo esto. Entre sus armas hay cámaras que envían imágenes al mundo entero.

La luz purifica. Se suponía que el Ojo Mundial impediría todas las conspiraciones desagradables y los laboratorios de los científicos locos.

Casi lo hizo.

Tal vez lo haga la próxima vez.

Si hay una próxima vez.

¿Ha advertido ya alguien la alineación?

Como una mezcla supercalentada y superpresurizada de aire y explosivo, la Onda Establecida amplificada ha crecido más allá de ninguna contención o control. Tampoco se puede retrasar más el avance del ortomomento. El tiempo de intervenir está a punto de terminar…

…mientras Kaolin carga hacia el espejo rojo.

Mientras Ritu y Beta se abalanzan hacia el gris.

Mientras los soldados se arrojan valerosamente por el balcón con cuerdas hechas de barro viviente.

Mientras realAlbert alza los ojos… el único que parece, de pronto, saber qué está pasando.

69

Mala suerte

…donde Gumby intenta hacer lo que le sale naturalmente…

Un examinador le dijo una vez a Albert que había «nacido para esta era», con la combinación adecuada de ego, concentración y desapego emocional para hacer duplicados perfectos. Bueno, excepto en mi caso, su primer y único frankie. Con todo, estaba dispuesto a apostar por ese talento…

Suponiendo que consiguiera llegar a la placa escaneadora de una simple copiadora.

Esta vez había una silla cerca. De mi pobre brazo brotaba humo mientras me arrastraba hacia allí, poquito a poco. Apoyándome en una pata de la silla con la barbilla, tiré de ella, colocándola junto a la gran máquina duplicadora blanca. Sólo un kilo de mi masa corporal se derritió por el camino.

«No basta», advertí en seguida. Al buscar algo más, divisé una papelera de metal a tres metros de distancia. Con un gruñido que escapó por varias grietas de mi boca, me dispuse a hacerme con ella… un viaje que pareció como cruzar el polo norte mientras me bombardeaban con asteroides.

La mitad de los dientes de cerámica que me quedaban se cayeron mientras agarraba con ellos la cesta de metal en el camino de vuelta.

Luego, la primera vez que intenté colocarla encima de la silla, fallé y tuve que repetir todo el maldito proceso.

«Será mejor que con esto sea suficiente», pensé, cuando la cesta quedó finalmente en su sitio, boca abajo sobre el asiento acolchado. En cualquier momento alguienpodría restaurar el contacto con aquel lanzamisiles de arriba y continuar la cuenta atrás. Y esas vibraciones de pies a la carrera se acercaban por segundos. ¡Fuera lo que fuese que estaba pasando, yo quería tener poder para actuar! Incluso siendo la réplica tambaleante de un frankie.

«Bueno, allá va.»

Desde el suelo extendí la mano, agarré el borde de la silla y tiré con fuerza. Mi cabezay mi torso pesaban ahora mucho menos (y más livianos a cada segundo), pero la tensión seguía siendo enorme. Nuevas fisuras y agujeros asomaron por todo mi brazo, cada una expulsando un horrible vapor… hasta que por fin mi barbilla se apoyó en el borde, aliviando parte de la presión. Eso me facilitó un poco las cosas, aunque no dejaron de ser dolorosas. Ordenando a mi codo que se alzara y girara, conseguí auparme y encaramar mi cuerpo reducido en el borde del asiento.

«Se acabó lo sencillo.»

A medio camino de la plataforma copiadora, vi un brillante botón rojo de INICIO a mi alcance, inútil hasta que mi cabeza alcanzara los tentáculos del perceptrón. A pesar de todo, tardé un momento en pulsar el botón para que la máquina empezara a preparar un repuesto. Si conseguía hacerlo, dispondría de unos pocos segundos. La maquinaria zumbaba y zumbaba.

«Ahora las cosas se ponen difíciles…»

Por fortuna, la silla tenía brazos… el doble que yo, por cierto. Eso me ayudó a encaramarme a la cesta, agitando y equilibrando mi cuerpo contra la malla metálica mientras mi único miembro en decadencia empujaba. Luego tuve que estirarme más, hasta la copiadora, buscando asideros… y mientras me esforzaba de nuevo, un par de dedos se rompieron, licuándose horriblemente mientras caían ante mi ojo bueno para chapotear en el suelo.

Esta vez, las fisuras a lo largo de mi brazo parecían abismos, fluido sudoroso del color del magma. Era una carrera para ver si la disolución ganaría, ola dura cocción producida por el calor, como le sucedió a esa pierna que arrojé contra el lanzador de misiles. ¿Y si me autococía en aquel sitio? ¡Qué escultura sería! Llámala Un estudio sobre la obstinación, la mano extendida y haciendo una mueca mientras se esfuerza por aupar un cuerpo inútil…

«Eso es —advertí, agradeciendo cualquier inspiración—, ¡suelta el peso muerto!»

Sin apenas pensarlo, apliqué las lecciones aprendidas arriba, tirando de mi yo hacia dentro y lejos de las partes remotas. Toda la parte inferior de mi torso me resultaba inútil ahora… así que ¡fuera! Haz acopio de las enzimas restantes. Envíalas arriba para el esfuerzo final del brazo.

Sentí que lo que quedaba de mi abdomen se desmoronaba. Aliviado de repente de esa carga, mi brazo dio un fuerte tirón… y se rompió por el hombro.

Creo que nunca podría describir cómo me sentía siendo una cabeza cascada y la parte superior de un pecho volando lo bastante alto para contemplar mi objetivo, la superficie blanca donde se suponía que un humano original yacía cómodamente, ordenando tan tranquilo a la obediente maquinaria que hiciera dobles baratos… una perfecta clase servil que no puede rebelarse y siempre sabe qué hacer. ¡Qué sencillo parecía!

Durante mi vuelo, me pregunté: «Suponiendo que aterrice bien, ¿podré usar mi barbilla y mi hombro para moverme? ¿Para guiar mi cabeza entre los tentáculos?»

¿Dispararía eso automáticamente la imprintación, ahora que había pulsado el botón de arranque? Si no, ¿cómo iba a volver a pulsarlo?

Problemas, problemas. ¿Y sabes qué? Habría encontrado soluciones. Lo sé. Si esa maldita trayectoria me hubiera llevado adonde yo quería.

Pero como Moisés, sólo pude ver de lejos la Tierra Prometida. Al caer, mi cabeza falló la plataforma, rebotó en el borde de la copiadora y luego en la papelera, que cayó de la silla antes de aterrizar en el suelo.