Tras haber provocado ya un tumulto al atravesar una inmensa nube molecular, vórtices giratorios que autogravitan, convirtiéndose en márgenes ionizados que giran y se mezclan con sistemas recién nacidos…
Y luego una vez más corremos, dejando atrás brazos en espiral que brillan como polvo de diamante, hasta que…
Nos encontramos de vuelta hacia un modesto sol amarillo… una estrella de agradable edad mediana… un horno firme, sin pretensiones, con un séquito de motasplanetarias…
Una de las cuales parece más afortunada que el resto… cálida-nocaliente, grande-no-ominosa, húmeda-no-mojada y amasada por los suficientes objetos caídos para hacer que las cosas sean interesantes.
Nos abalanzamos hacia este mundo, precioso en su equilibrio de océano y cielo, mar y orilla, montaña y llanura, lago y colina, estanque y torna, árbol y matorral, presa y cazador, hongo y rotífero, parásito y prión, barro y cristal, molécula y átomo, electrón v…
¡Zambulléndonos cada vez más pequeños, gritamos que espere!
¡Vuelve atrás!
¿Qué fue ese atisbo pasajero de torres brillantes y múltiples construidas por manos fascinantes? ¿Una breve impresión de barcos atracados y tiendas y casas encaramadas a los árboles donde figuras en sombras hablaban un lenguaje lánguido, como una canción?
Vuelve. Sería fácil averiguarlo. Regresa a un tamaño y una escala a medio camino entre el cosmos y el quark.
Otra civilización. ¡Otra raza de seres pensantes y sentientes! ¿No era eso lo que estabas buscando?
Al parecer no.
71
Encestado
Poco quedaba del brillante yo que salió de un horno el martes por la mañana, resignado a limpiar la casa y hacer las tareas de Albert Morris. Un cuerpo que acabaría viviendo…, veamos, casi tres días extra, gracias a Eneas Kaolin, y a un montón de testarudez. ¡Un yo que acabaría haciendo mucho más que limpiar retretes! Que recopiló un montón de interesantes recuerdos y pensamientos… Lástima que no haya ninguna oportunidad de depositarlos. De compartirlos.
Las cosas que he visto.
Y alucinado, recordando todos los divertidos ecos y las voces curiosas/mandonas que me inventé por el camino. Oh, realAl iba a perderse un montón de cosas. Suponiendo que escapara a la destrucción de su casa, Albert probablemente se pasó la semana entera ante una pantalla de ordenador, o agitando los brazos bajo un chador, coordinando investigadores ébanos y grises y negociando con los agentes de seguros. Trabajando duro, el pobrecito.
«Y sin embargo, no puede ser un capullo total. No si Clara lo ama.»
Sonreiría si pudiera. Qué bonito si mi última imagen mental pudiera ser de ella… una mujer que nunca vi en persona y a la que sin embargo adoré.
Pude verla ahora, una hazaña final de agradable imaginación mientras los restos de mi torso se disolvían dejando sólo una cabeza patética rodando en el fondo de una papelera. Sí, fue ella quien vino a mí, envuelta en ese halo romántico estilo Hollywood que suaviza cualquier imagen, incluso con un casco de duralcación cubierta de antenas picudas.
A través de aquella luz difusa, Clara pareció mirarme; su dulce voz resonó como un ángel.
—Bien, que me corten en trocitos y me sirvan como tempura —dijo mi ilusorio serafín, apartando un par de hologafas que brillaban como telarañas iluminadas por el sol—. ¡Chen! ¿Te parece que este id es un Albert?
Mm. Tal vez —dijo otra figura, acercándose para echar un vistazo. Mientras mi Clara imaginaria parecía toda suave y femenina (aunque envuelta en armadura pesada), el recién llegado tenía colmillos y escamas.
¡Un demonio!
En su mano, una fina vara picoteó mi frente.
—¡Joder, tienes razón! La placa dice… espera, no puede ser. Una tercera voz, mucho más aguda, exclamó:
— ¡Oh, sí que puede!
Al lado del hombro de Clara apareció un rostro delgado, como un zorro ansioso, inclinándose para echar un vistazo. Me sonrió con filas gemelas de dientes brillantes en forma de «V».
—Tiene que ser el que mandó la señal —dijo la figura en forma de hurón que yo había soñado, bastante parecida a mi viejo compañero idPal—. Tal vez sea el viejo Gumby, después de todo. Habría sacudido la cabeza de haber podido, o habría cerrado los ojos si hubiera tenido párpados.
Todo aquello era demasiado, incluso para un sueño.
Tiempo de fundirse, antes de que empeorara.
Sólo que tuve que despertar un poco cuando Clara me llamó.
— ¿Albert? ¿Eres tú?
Ilusión o no, no podía negarle nada. Aunque carecía de cuerpo (o de cualquier otro medio de emitir sonidos), de algún modo acumulé fuerzas para formular cuatro palabras.
—Sólo… un… fax… señora…
Muy bien. Se inc podría haber ocurrido algo mejor. Pero todo se estaba difuminando. Y además, me sentía bastante feliz. Antes de la negrura total, mi última imagen sería su sonrisa, tan tranquilizadora que había que creer en ella.
—No te preocupes, cariño —dijo Clara, metiendo la mano en la papelera—. Te tengo. Todo saldrá bien.
CUARTA PARTE
Pero este hombre que deseas crear para ti es poco duradero y apasionado.
72
Galimatías
Con la verja de entrada completamente abierta, la finca no parecía segura, una ilusión que el propietario podía permitirse. Al acercarse a una gran mansión de piedra, nuestra limusina dejó atrás a los cuidadores trabajando. Eran ostentosamente reales.
—Esto me resulta familiar —dijo Pal desde su silla sustentadora—. Recuerdo haber pensado que tendríamos suerte de salir de este lugar con vida.
De algún modo había conseguido absorber algunos fragmentos de memoria del mini-golem aplastado, mi compañero de aquellos frenéticos martes y miércoles. Me alegraba saber que parte del astuto idPal sobrevivió.
Los sensores conectaban una estrecha parte del cuerpo transparente de la limusina cada vez que el ojo de uno de los pasajeros la enfocaba, creando la ilusión de que no había techo ni paredes, aunque los curiosos de fuera sólo veían unos cuantos círculos oscuros que se movían como locos de un lado para otro. A pesar de todo, para inhalar los aromas de los jardines de Lucas Kaolin, tuve que bajar una de las ventanillas.
El olor sigue sorprendiéndome, como si fueran recuerdos de otra vida.
Alguien más inspiró profundamente cuando yo lo hice. Albert, a mi izquierda, esbozó una de sus distantes sonrisas, disfrutando de los síntomas del otoño en la brisa. A excepción de un pequeño vendaje bajo una oreja, y otro alrededor del pulgar; no tenía demasiado mal aspecto. Incluso podía vestirse y afeitarse solo, aunque había que animarlo un poquito. Pero su atención estaba en otra parte.
«¿Eres un neshamah? —me pregunté—. ¿Un cuerpo sin alma?»
Si era así, qué irónica inversión de papeles. Pues yo, un goleen, me sentía bien equipado en ese aspecto.
«¿No hay nadie en casa, ahí dentro, Albert? ¿O sólo recibimos una señal de “comunicando”?»
Debí de haberme quedado ensimismado otra vez. Un suave apretón desde el otro lado me sacudió mientras la mano fina y fuerte de Clara tomaba la mía.
— ¿Crees que llegaremos a ver la colección de armaduras medievales de Kaolin? —preguntó—. Me encantaría dar unos cuantos golpes con ese gran mandoble.