Y esto lo decía una hermosa joven que llevaba un sombrerito para el sol y un ligero vestido veraniego. A Clara a veces le gustaba no hacer ostentación de su lado «formidable». Eso aumentaba su tremendo atractivo.
—Puede que no esté de humor para hacernos de guía —predije, pero ella se limitó a sonreír.
Más cerca de la casa, Clara señaló una zona de aparcamientos apartada donde había otras dos limusinas más, iguales que la nuestra. Habíamos cronometrado nuestra llegada siguiendo de cerca a ese par.
Idguardias a rayas rojas observaban una pala sacar una gran caja de embalaje de un camión situado junto ala entrada principal de la mansión. Se volvieron atentos cuando aparcamos… hasta que alguna señal oculta los hizo retroceder.
—Siempre he querido tener un trabajo como ése —murmuró Pal mientras la pala alzaba su cargamento con un gruñido y avanzaba sobre sus fornidas patas, subiendo los escalones blancos que conducían a la casa.
—Anda ya —repliqué, bajando su silla de apoyo vital al suelo. El trabajo duro no era el estilo de Pal.
Clara examinó los indicadores médicos de la silla, y luego le alisó el cuello de la camisa a realAlbert.
— ¿Estaréis bien los dos aquí fuera?
Pal tomó por el brazo a Albert, y obtuvo otra sonrisa enigmática.
— ¿Nosotros? Sólo pasearemos por los jardines, ayudándonos en los baches y buscándonos problemas.
Clara seguía preocupada, pero yo le apreté la mano. ¿Qué lugar podía ser más seguro? Y su presencia no pasaría inadvertida a Kaolin.
—Adelante —Pal indicó la mansión—. Si el señor multibillonario os causa algún problema, gritad. Iremos al rescate, ¿verdad, viejo amigo?
En vez de responder, Albert se volvió, como si siguiera algo apenas visible contra el cielo azul. Señaló con su pulgar vendado, como una especie de autoestopista metafísico.
Polvo —dijo complacido—. Dejaron huellas en él. Profundas.
Todo el mundo lo hizo.
Todos esperamos unos segundos, pero no añadió nada.
—Bu-e-e-no —comentó Pal—. Espero que eso sean buenas noticias. Polvo. Mm.
Ausente y tranquilo, Albert extendió una mano para empujar la silla de Pal por el camino de grava. Clara y yo nos los quedamos mirando hasta que doblaron una esquina hacia el arrullo de unas palomas. En el tejado, varias plantas más arriba, una cúpula reflectante albergaba, según se decía, al famoso ermitaño en persona: realEneas Kaolin.
Tras mirarnos mutuamente para darnos ánimos, Clara y yo empezamos a subir los anchos escalones de granito.
«Después de avanzar un rato, Pal da la señal. ¡Por fin!
»Abro el compartimento inferior de su silla sobre los guijarros calentados por el sol. Espero a que las ruedas pasen y… ¡ahora!
»Arrastrándome sobre el vientre, esquivando los pies humanos de Albert, me lanzo a ocultarme junto a un seto de gardenias. ¡Puaf, qué olor! Gran parte de mi cabecita fue modelada a partir de un bicho que caza siguiendo el rastro del olor. Tendría que haber dejado más espacio para el cerebro.
»Oh, bien. Sólo hay que hacer lo que quiere mi hacedor. Y satisfacer el ansia imbuida de curiosidad… antes que de comida o de sexo. ¡Vamos!
»Pero atento a los sensores. Mis astutos ojos sintonizan los rayos IR. También las cucarachas, zancadillas y otras trampas normales.
»Un adorno hueco en la mampostería corre hasta arriba. Métete dentro. Despliego garras rematadas con aumentos de diamante. Fuertes zarpas clavan esas brillantes puntas de diamante en la piedra.
»Es chulísimo lo que se puede hacer con el barro, hoy en día.»
Un rox platino esperaba en el vestíbulo, observando a los sirvientes dirigir la rezongante pala hacia un gran estudio… el mismo lugar donde estaba el ataúd abierto de Yosil Maharal hace un par de semanas. Pero Kaolin no podía suponer que yo lo sabía. Esos recuerdos fueron destruidos. Supuestamente.
La caja de embalaje era su preocupación inmediata, aunque nos indicó que lo siguiéramos. Clara apuntó alegremente con su implante a las viejas lanzas, escudos, mazas y otras cosas puntiagudas en exposición. Sólo cuando la pala soltó con cuidado su carga junto a una pared se volvió nuestro anfitrión y extendió la mano.
—Mayor Gonzales e ídem Morris. Llegan temprano. Varias horas.
—¿Sí? Es culpa mía, entonces —dijo Clara—. Sigo todavía el horario de la Costa Este.
Una excusa pobre. A pesar de todo, la conveniencia de un invitado real vence el malestar de cualquier ídem, incluso el ídem de un trillonario.
—En absoluto. ¡Sí que están ustedes ocupados últimamente! Gracias por aceptar mi invitación. Aunque imagino que tienen sus propios motivos para venir.
—Hay asuntos que discutir —reconocí.
—Sin duda. Pero primero, ¿cómo están funcionando los cuerpos?
Contemplé el que llevaba hoy. Su tono entre beis y gris, sumado al pelo y la textura realista de la piel rayaban la ilegalidad. Pero nadie se había quejado con todo el jaleo por mi «heroísmos. Me importaban más otras prestaciones, como que podía oler y ver y tocar a Clara con completa viveza.
—Un trabajo impresionante. Debe de ser caro.
—Mucho —él asintió—. Pero eso no importa si…
El golem platino dio un respingo cuando un lado de la caja de embalaje cayó con un fuerte golpe. Los criados se dedicaron a trabajar en los otros paneles.
—Naturalmente —continuó idKaolin—, se le suministrarán esos repuestos de hipercalidad, gratis, hasta que se solucione el problema de su original. ¿Ha habido alguna señal…?
—Cantidad de señales. Pero ninguna de bienvenida.
Después de dos semanas de experto estudio, era evidente que la mente/alma de realAlbert Morris se había «marchado» de algún modo que nadie comprendía. Yosil Maharal podría haberlo explicado. Pero también él se había marchado, de un modo aún más definitivo.
—Bueno, puede contar con Hornos Universales. Bien hasta que sea posible volver a cargar en su original, o…
—O hasta que agote mi límite de transferencias de ídem-a-ídem. Él asintió.
—Contribuiremos con los repuestos de hipercalidad y el proceso experimental de prolongación-golem. En parte porque estamos en deuda…
—Desde luego que sí —murmuró Clara.
El brillante golem dio un respingo.
—Aunque a cambio, mis técnicos, naturalmente, desean monitorizar su remarcable resistencia. ¡Nadie ha demostrado nunca tal fidelidad imprimando de un muñeco animado a otro!
Advertí que la mano derecha de Kaolin temblaba levemente. En cualquier caso, estaba controlando su ansiedad.
—Mm, sí. Monitorizar. Eso puede presentar un problema si…
Se detuvo cuando los sirvientes de Kaolin finalmente abrieron la caja, liberando un pesado expositor de cristal. Contenía la figura parda de un hombre pequeño y bien formado: un soldado de rasgos asiáticos, moldeado a mano y horneado hacía más de dos mil años. Su confiada semisonrisa parecía casi viva.
—Sólo diez de las terracotas de Xi’an han salido de China —suspiró felizmente idKaolin—. Conservaré ésta para honrar a mi difunto amigo Yosil. Hasta que su heredera regrese para reclamarla.
Estaba claro que el magnate no esperaba que eso fuera a suceder pronto, aunque vi un retrato de Ritu Maharal destacando sobre el gran piano. ¿Había sido colocado allí deliberadamente como gesto?
Mi «recuerdos de aquella habitación procedía de una grabación de voz que Clara encontró bajo meseta Urraca, dentro del Albert gris destrozado que fue secuestrado en aquella misma mansión, sometido a crueles tormentos y luego convertido en «espejos de aquel extraño experimento. Por fortuna, el carrete del diario del gris sobrevivió a la explosión: una compulsiva narración en voz baja de las actividades criminales de un fantasma loco. Otro carrete de grabación, sacado del cuello de realAlbert, ofreció una transcripción esporádica y de baja calidad de unas cuantas piezas más del rompecabezas: una emboscada en la carretera, viajes por el desierto y traiciones subterráneas, que arrojaron un poco de luz sobre el modo en que la hija de Yosil estuvo implicada en el asunto.