Otra fundación, financiada por una generosa Beca Kaolin, examinaría los intereses más «místicos» de Yosil Maharal. No tímidamente, sino con la debida atención a los sentimientos de los millones de personas que todavía creían que no deben cruzarse algunas fronteras. Como si hubiera algún modo, a la larga, de evitar que la gente las cruce.
La pobre Ritu recibiría su tratamiento, y sería rica cuando saliera. Los médicos incluso hablaban de enseñarla a colaborar con una personalidad Beta «rehabilitada». Podría emerger una persona excepcionalmente interesante… y el mundo estaría preparado y mantendría los ojos abiertos. En cuanto a los nuevos clientes de Kaolin, se le invitaba a intentar vender paquetes de viajes al mañana a aquellos que lo tuvieran todo menos tiempo. Pero como las nuevas técnicas de idemización no serían ya secretas, todo el mundo tendría una idea clara de lo queestaba pasando. Por tanto, que sus herederos y abogados y representantes y jurados ad hoc se encargaran de todo. Tal vez las elites prestarían su influencia a los emancipadores para conseguir que declararan legal la idinmortalidad. Tal vez no.
Mientras todo suceda al descubierto, no es asunto de un didtective, ¿verdad?
Pal nos pidió que lo dejáramos en el Templo de los Efímeros. Tenía una cita con la médico voluntaria (Alexie) queme reparó dos veces cuando yo era verde. Un antiguo amor que, Palli admitía libremente, «no se merecía».
Tal vez. ¿Pero quién podía rechazar la compañía de Pal durante mucho tiempo? La mitad de él estaba más viva que la mayoría de los hombres que he conocido. Desde luego, es más divertida.
El pequeño idhurón estaba de acuerdo. Después de informar de lo que había visto escalando las paredes de la mansión Kaolin, la pequeña versión de mí mismo supuso que bien podía averiguar qué excitación ofrecía el mundo durante la segunda mitad de su vida, las doce horas siguientes. Así que saltó al hombro de Pal y juntos subieron la rampa, produciéndome una familiar sensación de deja va.
Al volver al coche, Clara y yo tuvimos una sorpresa: realAlbert estaba sentado dentro, sonriendo mientras esperaba. ¡Y podíamos verlo claramente! A pesar de que estábamos fuera, en la acera.
De hecho, todos los paneles y ventanas de la limusina eran completamente transparentes, no sólo un estrecho puntito tembloroso por cada ocupante.
—Santo cielo —murmuró Clara—. Eso significa que está mirando a todas partes, en todas direcciones al mismo…
—Sí, lo sé.
Cuando lo comprendes, no es ninguna sorpresa.
Tomándola de la mano, miré hacia Pal y el pequeño Albert, que entraban juntos en el templo del rosetón, entre los roxes heridos, rotos y lisiados que se reunían allí a diario para encontrar consuelo y esperanza, un lugar que daba la bienvenida a todas las almas.
—¿Adónde ahora? —preguntó el conductor automático de la limusina.
Miré a mi dueña, la mujer que amaba.
Ella, a su vez, miró a realAlbert. Su atención podía estar en todas partes a la vez (omniconsciencia), pero su sonrisa parecía estar a nuestro lado.
—A casa —dijo con voz clara y fuerte—. Es hora de que todo el mundo vuelva a casa.
Por ahora, eso significaba la vivienda flotante de Clara, justo a un kilómetro río abajo desde la plaza Odeón… aunque parecía que habían pasado años desde que recorrí esa distancia bajo el agua, pensando que estaría en el cielo si tan sólo pudiera desenmascarar al infame sidcuestrador, Beta.
Oh, bueno. El cielo es un estado mental. Ahora lo sé.
Un favor que Yosil Maharal nos ha hecho a todos fue obligarnos a Clara y a mí a vivir juntos por fin. Cierto, echaba de menos mi casa y mi jardín, pero a los dos nos sorprendía la disposición mutua de comprometernos en todos los detalles que implican compartir un techo. Incluso uno tan bajito. Incluso cuando hay dos yoes.
Era una relación extraña, incluso para los baremos modernos. Quiero decir, con repuestos de hipercalidad y equipo de primera, yo podría durar algún tiempo. Igual que realAlbert. Dos mitades de un marido completo para Clara. Capaces de engendrar hijos. Capaces de ayudar a educarlos. Pero en unidades separadas.
—Parece útil —dijo ella, viendo la parte positiva de las cosas. Pero noté preocupación en ella. Tenía carreras que conjugar, sus nuevos deberes con el Dodecaedro, varios tipos de relojes biológicos y cerámicos, y dos mitades de un hombre que aman… sin espacio a bordo de la casa flotante para todos los grises y ébanos y demás que íbamos a necesitar.
Era hora de buscar una casa. Al menos ahora podíamos permitirnos una.
RealAlbert estaba en el pequeño camarote de proa, manipulando el equipo imprintador. Reprimí el impulso de ir a detenerlo. Aunque infantil en su estado de perpetua distracción, no era ningún simple. De hecho, era todo lo contrario.
—La cena se está cocinando —anunció el ordenador de la casa a Clara—. También he priorizado cuatrocientos setenta y dos mensajes para ti y quinientos veinte para el señor Morris. Y la Universidad llamó para informar de que has suspendido en todos los cursos del semestre pasado.
Clara maldijo pintorescamente. La vida de una estudiante y guerrera a tiempo parcial era una cosa más que tendría que cambiar. Bienvenida a la vida de una profesional a tiempo completo, querida. C’est la vie.
Entonces un zumbido llamó nuestra atención hacia la proa: el equipo calentándose. Clara me miró como diciendo: «Asegúrate de que no se hace daño.»
Llegué a tiempo de escuchar a realAlbert murmurar felizmente para sí. Algo sobre que «todos somos bosones en este polvo» o algo por el estilo. Al llegar al camarote, vi cómo se tendía en la plataforma con su cabeza (nuestra cabeza) entre los tentáculos del tetragamatrón, que se agitaban suavemente a cada lado. Advertí que el interruptor de transferencia indicaba CARGAR.
Después de quedarme mirando unos segundos, pregunté: —¿Estás seguro?
La última vez que intentamos esto, hubo una señal de comunicando. El cerebro orgánico estaba lleno, o totalmente ocupado, con algo inmensamente grande. No había más espacio dentro. No había espacio para mí.
Por primera vez desde meseta Urraca (o desde que nuestros rumbos-alma se separaron el martes anterior) sentí completa atención por parte de aquellos ojos orgánicos y duraderos, construidos para durar treinta mil días, o más.
—«Es toda tuya, Pinocho» —oí decir a mi propia voz, y había en ella algo más: un tono de despedida.
Comprendí que ahora habría espacio. Una pizarra en blanco. Un hogar que reimprimir con todo lo que yo era yen lo que me había convertido. Todo lo necesario para que aquel muñeco perdido se convirtiera en un chico de verdad.
Y vaya si se sorprendería Clara.
Tras tumbarme en la otra mesa, la que tiene una cubeta de reciclado debajo, tardé un instante en desearme a mí mismo buen viaje. Luego bajé la cabeza para empezar la vida una vez más.
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