Algo va mal.
Miro a la izquierda, hacia el gran pasillo, siguiendo una pista… algo preocupante que ha llamado mi atención de refilón.
« ¿Qué es?»
El gran pasillo abovedado no parece haber cambiado; sigue lleno de armas antiguas y trofeos de conflictos históricos. Sin embargo, falta algo. «Piensa.»
Había estado dividiendo mi atención, como siempre hago, real o rox. El ídem de Maharal acababa de marcharse en esa dirección, hacia el atrio… Un giro a la derecha lo llevaría a la puerta principal para ese viaje final a Hornos Universal.
Sólo que no ha girado a la derecha. Creo que ha girado a la izquierda. Ha sido sólo un atisbo, pero estoy seguro.
« ¿Está intentando ver a Ritu por última vez?»
No. Ella salió de la biblioteca en la dirección opuesta, con su acompañante verde. ¿Entonces adónde se dirige el ídem?
En cierto modo, esto no es asunto mío.
«Anda que no.»
El magnate está explicando por qué no le preocupan los fanáticos. Parece un discurso enlatado. Interrumpo.
—Discúlpeme, Vic Kaolin. Tengo que comprobar algo. Volveré a tiempo para acompañarle al laboratorio.
Él parece desconcertado, quizás anonadado, mientras me vuelvo para marcharme.
El suelo de mármol chirría bajo mis zapatos baratos mientras corro pasillo abajo, deteniéndome sólo un momento para mirar una vez más las armas y los estandartes antiguos. Clara me matará si no memorizo lo suficiente para un buen tour de imágenes.
En el atrio, miro a la derecha. El mayordomo y sus tres copias me miran, interrumpiendo su conversación. (¿De qué pueden tener que hablar unos duplicados? Mis yoes casi nunca tienen nada que decirse.)
— ¿Han visto pasar por aquí a idMaharal?
—Sí señor. Hace un momento.
— ¿Por dónde se fue?
El mayordomo señala detrás de mí, hacia el fondo de la mansión.
— ¿Hay algo que pueda hacer por…?
Corro en la dirección indicada. Puede que sea un impulso tonto dedicarme a perseguir a nadie, en vez de interrogar a Vic Kaolin mientras tengo la oportunidad. Si Maharal fuera real, su desvío no me molestaría. Daría por supuesto que había ido al cuarto de baño. A echar una meada antes del último viaje. Nada más natural.
Pero él no es natural. Es una cosa, sin vejiga ni derechos, y le han pedido que vaya a una sala donde le esperan un agónico interrogatorio y la muerte. Cualquiera querría desviarse de ese rumbo. Sé que yo lo he hecho, al menos en tres ocasiones.
Dejo atrás la gran escalera y me meto en un pasillo lleno de armarios y roperos. Más allá de un par de puertas dobles, ruido de platos entre el murmullo de los cocineros. El gris puede que haya pasado por aquí. Pero los sensores de mi ojo izquierdo no disciernen ninguna vibración. Las grandes puertas oscilantes no se han tocado desde hace al menos varios minutos.
Dejo atrás la cocina y detecto un leve olor que la mayoría de los humanos apenas advierten o que evitan por completo. Un aroma agridulce de redención definitiva.
La Reciclería.
La mayoría de nosotros ponemos a nuestros ídems expirados (o sus partes sobrantes) en un contenedor sellado, en la calle, para la recogida semanal. Pero los grandes negocios necesitan sus propias plantas de reciclado para comprimir y filtrar los restos. Al fondo de un pasillo corto y sin ventanas se encuentra una puerta que pocos ídems atraviesan dos veces. ¿Fue Maharal en esa dirección, prefiriendo un final rápido en las tinas a la agonía de la criba cerebral? No parecía de los que se suicidan por miedo al dolor. Con todo, hay otras razones posibles… como morir por guardar un secreto.
Buscando alternativas, giro a la izquierda para contemplar un pasillo más amplio. Por delante hay un porche acristalado con muebles de bambú que da a un prado y un bosque privados.
Una puerta de pantalla está siseando todavía, cerrándose gradualmente contra un tope neumático. Decidiéndome rápido, corro y la atravieso, y salgo a un balcón de parqué. A la izquierda hay un gran aviario cubierto lleno de verdor y arrullos. Kaolin es famoso por su cría de pájaros, sobre todo de palomas mejoradas genéticamente.
Por ahí no. A la derecha, unas escaleras conducen al jardín. Siguiendo mi corazonada, pronto recibo la recompensa de un ruidito. Pisadas, por delante.
Comprendo que el fantasma de Maharal no quiera pasar por el tormento de la criba de imágenes. Que prefiera pasear bajo el cielo azul durante su último par de horas. Pero trabajo para su heredera y propietaria legal. De todas formas, si alguien asesinó a su original, hay que pedirles cuentas a los culpables. Quiero conocer las pistas que pueda haber ocultas en su cráneo de cerámica.
Un camino de piedras atraviesa un amplio prado en dirección a un bosquecillo de viejos árboles. Sicómoros y ciruelos púrpura, en su mayoría. La naturaleza es bonita, cuando puedes permitírtela.
¡Allí! Veo una figura moverse. IdMaharal, en efecto. Se inclina hacia delante, los hombros encogidos, corriendo. Antes no era más que intuición. Ahora estoy seguro: el golem trama algo.
¿Pero qué? El sendero pasa junto a una colina baja que se asoma a un grupito de casas pequeñas al otro lado, alineadas a lo largo de una calle compacta, con aceras y jardines… un barrio suburbano antiguo, trasplantado a los cuarenta acres de Vic Eneas Kaolin. Aquí debe de ser donde viven sus empleados. Cuanto más rico eres, más beneficios tienes que proporcionar para mantener a sirvientes reales.
Tío, sí que es rico.
Ni rastro de Maharal. Mi preocupación inmediata, ¿siguió el camino? Puede que se haya desviado entre las casas.
Me vuelvo, escrutando.
¡Allí! Medio agazapado tras un seto, intenta abrir la verja de un patio trasero.
Mejor no asustarlo. En vez de echar a correr, me meto dentro del bosquecillo y permanezco a cubierto mientras me acerco.
Sólo hay unas cuantas personas por aquí, a esta hora del día. Un jardinero naranja corta el césped de alguien con una máquina ruidosa. Una mujer cuelga la ropa en un tendedero, algo que nunca llegué a ver en los días anteriores a los hornos, cuando el tiempo era tan precioso que nunca tenías suficiente. Ahora el aire es mejor y alguna gente piensa que secar la ropa al sol merece una hora de ídem.
La piel de la mujer es rosa, quemada por el sol, un tono humano.
.Bueno, tal vez le gusta la sensación táctil de colgar ropa mojada con la brisa. Y envía a sus ídems a hacer otras cosas. Una suave música retro llega desde una ventana abierta en un extremo del pequeño vecindario, compitiendo con dos fuertes voces que se alzan en una discusión en una casa del centro. La misma donde las manos de Maharal juguetean con la verja trasera y finalmente encuentran el cierre. Las bisagras chirrían mientras él pasa, y yo echo a correr, resbalando por la pendiente del bosque, esquivando árboles y acercándome tan rápido que apenas puedo pararme a tiempo para evitar golpear la verja. El acelerón enzimático calienta mis miembros, gastando la energía acumulada a un ritmo cuádruple. Muy bien, así que expiraré un poco antes. ¡A la porra!
Maharal cerró la verja al pasar, así que debo extender la mano como él hizo, buscando el cierre. No es la forma ideal de realizar un escalo moderno. Normalmente comprobaría si hay alarmas y cosas así. Pero este pequeño vecindario está dentro del cordón de ultra-seguridad de Kaolin, así que, ¿por qué molestarse? Además, tengo prisa.
La madera está cascada y podrida, el cierre es sólo un gancho oxidado. Me cuelo en el patio, observando el césped salpicado de cagadas de perro… una gastada pelota de béisbol y un guante… unos cuantos soldados de juguete medio derretidos tirados al sol. Todo es casero y anticuado, hasta el hombre y la mujer que gritan en la casa de estuco.
—Estoy harta de dejar que todo el mundo me pase por encima. ¡Me las pagarás, sádico hijo de puta!