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— ¿El qué? Tengo el mismo plazo de entrega todas las semanas, igual que todo el mundo.

—Cualquier excusa vale para dejarme aquí, volviéndome loca con los niños gritando…

—Hablando de locas…

Esa inoportuna respuesta provocó un alarido. A través de una ventana veo a una figura de matrona con el pelo naranja y la piel clara, lanzando platos contra un hombre que se agacha. Parecen reales; la gente rara vez asigna una pelea doméstica a los ídems, ahorrando esa plena pasión para la carne que sabe que soportará diez mil amargos mañanas, lo suficiente para vengar cada daño, real o imaginado.

Veo al fantasma de Maharal caminando junto a tres niños pequeños, de entre cuatro y nueve años, que están sentados a la sombra de un porche ajado mientras la puerta de pantalla amplifica cada triste gol-pe y chillido. Me sorprende que algún roboabogado no haya sido atraído ya, y aparezca para ofrecer a los niños un folleto sobre descuidos paternos.

IdMaharal se lleva un delgado dedo a los labios, y el niño mayor asiente. Debe de conocer a Maharal, o bien la nube de miseria es demasiado densa para que pueda hablar mientras el gris pasa de largo, camino del callejón. Es la única salida, así que lo sigo segundos después, imitando el gesto de silencio.

Los niños parecen más sorprendidos esta vez. El mediano se dispone a hablar… entonces el mayor lo agarra por el brazo, usando ambas manos para retorcer en ambas direcciones, provocando gritos de dolor. Al instante, los tres se enzarzan en una pelea a puñetazos, imitando la violencia de puertas adentro de la casa.

Mis grises imprintan la conciencia de Albert, así que vacilo, preguntándome si debería intervenir… Entonces advierto algo extraño y a la vez tranquilizador sobre los dos que están más cerca. ¡Ambos son ídems! Apesar de la coloración beis caucásico, la textura de la piel es artificial. ¿Pero por qué hacer pasar a niños duplicados por una tarde de verano cruelmente simulada? Sin duda los recuerdos no serán cargados.

Parece una perversión. Tomo nota mental para estudiar aquello más tarde. Pero eso me da una excusa para marcharme. Echo a correr por un estrecho camino dejando atrás a alguien que se entretiene restaurando un viejo Pontiac. ¿Por qué querría el fantasma de un científico pasar sus últimas horas merodeando por un enclave de esclavos, repleto de melodramas en miniatura? Mi concentración queda rota por el agradecimiento por mi propia infancia mientras rodeo la esquina de un alto seto, sólo para encontrar a… ¡Maharal!

El gris está delante de mí… sonriendo… apuntando un arma con boca de trompeta.

No hay tiempo para pensar. ¡Inspira hondo! ¡Agacha la cabeza y ataca! Un rugido llena mi universo.

Lo que suceda a continuación depende de con qué acaba de dispararme…

5

Estación de barro

…o de cómo el segundo gris del martes empieza un día duro…

¡Maldición!

Siempre estoy un poco protestón cuando salgo de la bandeja, descuelgo la ropa de papel de la percha y me la pongo sobre unos miembros que todavía brillan con las encimas de ignición, sabiendo que soy la copia-por-un-día.

Naturalmente, recuerdo haber hecho esto miles de veces. De todas formas, es como recibir una larga lista de tareas desagradables, corriendo riesgos que nunca correría tu protocuerpo. Empiezo esta pseudovida lleno de premoniciones de una muerte menos, oscura y no llorada por nadie.

¡Uf! ¿Qué me ha puesto de este humor? ¿Podría ser la noticia de Ritu? ¿Un recordatorio dé que la muerte verdadera todavía nos acecha a todos?

¡Bueno, espabila! La vida sigue siendo igual que en los viejos tiempos.

A veces eres la cigarra, a veces una hormiga.

Vi cómo el gris número uno se marchaba para reunirse con la señorita Maharal. Se subió a la Vespa, con el verde de hoy que iba montado detrás.

Eso dejaba una moto para mí solo. Parece justo.

El número uno tiene la oportunidad de ver a Ritu y fisgar en los asuntos de un multibillonario. Mientras tanto, yo debo visitar a la gran bruja del Estudio Neo. Bueno, al menos tengo mi propio medio de transporte.

RealAlbert se da la vuelta, saliendo de la sala del horno sin apenas mirar atrás. Bueno, necesita acostarse. Descansar el cuerpo. Mantenerlo en forma para que nosotros los duplos podamos cargar algo esta noche. No me siento utilizado. No mucho. Si tienes que ser de barro, es bueno ser gris. Al menos hay placeres realistas que disfrutar…

Como esquivar el tráfico, sorprendiendo a los estoicos conductores de vetas amarillas mientras me planto delante de ellos, siempre alerta al zumbido delator de mi detector de polis y asegurándome de no molestar a ninguna persona real. Picar a ids puede ser divertido, mientras cada violación esté por debajo del umbral de cinco puntos programado en las publicams que flanquean todas las calles. (El umbral donde acaban las restricciones a la intimidad y forman un gran pelotón.) ¡Una vez llegué a cosechar once cuatro-puntos en un día, sin ganarme ni una sola multa!

Esta pequeña moto Turkmen no tiene tanta potencia como la Vespa, pero es ágil y duradera. Barata, también. Tomo nota para pedir tres más. De todas formas, es arriesgado tener sólo dos motocicletas a mano. ¿Y si de repente necesito un ejército, como pasó el mayo pasado? ¿Cómo llevaré a una docena de copias rojas o púrpuras de mí mismo donde hagan falta? ¿En dinobús?

Nell apunta obediente mi nota, pero no cursará una orden de compra hasta que realAlbert se despierte. Las neuronas dan el visto bueno a todas las grandes compras. El barro sólo puede sugerirlas.

Bueno, seré Albert mañana. Si descargo. Si vuelvo a casa. Lo cual no debería ser demasiado problemático, supongo. Las reuniones con la maestra son agotadoras, pero rara vez fatales.

Me acerco a un semáforo. Me detengo. Me tomo un instante para mirar al oeste, hacia la plaza Odeón. Recuerdos frescos de la desesperada huida por los pelos de anoche todavía perturban mi Onda Establecida, aunque sólo fuera un verde quien lo sufrió.

Me pregunto quién sería el camarero. El que me ayudó a escapar. El semáforo ha cambiado. ¡Adelante! La maestra odia que llegues tarde.

Estudio Neo, justo delante. Un lugar encantador. Ocupa lo que solía ser un enorme mercado urbano sin ventanas. Hoy día comprar ya no es una tarea (le pides a la Casa que se encargue de los repartos) o bien lo haces por placer, y paseas en persona por avenidas flanqueadas por árboles, como el paseo Genterreal, donde una brisa suave te acaricia todo el año. Sea como sea, es difícil imaginar cómo se las apañaban nuestros padres en grutas sin sol. Una catacumba iluminada por fluorescentes no es un, mundo adecuado para los seres humanos.

Ahora los mercados son algo aparte para la nueva clase obrera. Nosotros los de barro.

Furgonetas y motocicletas recorren la vasta estructura del aparcamiento, llevando ídems frescos a clientes de toda la ciudad. Y no ídems cualesquiera. La mayoría lucen colores de especialización. Blanco nieve para la sensualidad. Ébano para intelectos sin diluir. Un escarlata concreto que es inmune al dolor… y otro que lo experimenta todo con feroz intensidad. Pocas de estas criaturas vuelven a su punto de origen cuando las células élan se agotan. Sus rigs no esperan que vuelvan para cargar recuerdos.

La mayoría de los clientes de Neo sí que devuelven las motocicletas. Para reclamar el depósito.

Aparco la Turkomen en un espacio codificado reservado para gente como yo, intermediarios ídem en viaje de negocios, transmitiendo información importante entre gente real. Los grises tienen prioridad, así que los colores inferiores se hacen a un lado cuando atravieso la arcada principal. La mayoría lo hacen instintivamente, y me abren las puertas, como si fueran humanos. Pero unos cuantos me ceden el paso a regañadientes, con miradas impertinentes.