Cierro el teléfono. Mi primera prioridad debe ser para los clientes que tengo delante… aunque ya no trabaje para ellos dentro de un par de minutos.
Reina el silencio. Finalmente, Wammaker se inclina hacia delante, su pelo dorado desparramándose desde sus pálidos hombros hasta su famoso escote.
— ¿Bien, señor Morris? Respecto a nuestra oferta. Necesitamos saber qué está pensando.
Tomo aire, sabiendo que eso acelerará el metabolismo de mis pseudocéluias, acercándome un poco más a una extinción que sólo podrá ser impedida si llego a casa esta noche. A casa, para regalar a mi original lo que aprenda hoy. Y sin embargo, ya conozco el plan de Wammaker, una manera en que podría espiar legalmente para ella sin entrar en un conflicto de intereses. Eso requiere que yo, este doppelganger gris, sacrifique toda esperanza de supervivencia por el bien de seres mas importantes.
No, es aún peor que eso. ¿Y si me niego? ¿Puede ella dejar que me marche, sabiendo que podría informar de esta reunión a Vic Kaolin? Cierto, coloco un lazo de confidencialidad IP en todos los clientes. Nunca quebrantaría la confianza de uno. Pero la paranoica maestra podría decidir no arriesgarse, ya que HU puede comprar mi lazo con calderilla.
Para estar a salvo, ella destruirá este cuerpo mío y se contentará con pagar a Albert por triples daños.
Y él aceptará el dinero claro. ¿Quién se molesta en vengar a un id?
Wammaker y sus invitados me observan, esperando una respuesta.
Más allá de ellos busco el consuelo visual en algo verde que crece: las plantas de interior que la Maestra de Estudio Neo ha repartido casualemente por su sala de reunión, para darle un toque hogareño.
—Creo…
—¿Sí?
Su famosa sonrisa indecente tira de algo oscuro en tu interior. Incluso dentro del barro.
Inspiro otra vez profundamente.
—Creo que su ficus parece un poco seco. ¿Ha intentado regarlo un poco más?
8
Hazañas y barro
La playa Moonlight es uno de mis lugares favoritos. Voy allí con Clara cada vez que la multitud lo permite, sobre todo si tenemos cupones de turismo a punto de caducar.
Naturalmente, es exclusivo para los archis. Todas las mejores playas lo son.
Nunca he estado aquí como verde… a menos que alguno de mis ídems desaparecidos se perdiera del mismo modo que yo hoy. Renunciando a toda esperanza y haciendo trampas.
Tras aparcar la moto en una barra pública, caminé hasta el borde del malecón para echar un vistazo, esperando encontrar el lugar medio vacío. Es allí donde las reglas se relajan, los archis se sienten menos territoriales y los coloreados como yo podemos ir de visita sin problemas.
El martes es día laborable. Eso solía tener alguna importancia cuando yo era un chaval. Pero no hubo suerte. La gente ocupaba cada centímetro con toallas, sombrillas y juguetes playeros. Divisé a unos cuantos salvavidas naranja brillante, caminando con pies y brazos palmípedos, hinchando sus enormes sacos de aire mientras patrullaban en previsión de peligros. Todos los demás tenían algún tono de marrón humano, desde chocolate oscuro a claro como la arena.
Si pusiera el pie ahí abajo, destacaría como un dedo hinchado.
Al sur, más allá de un lejano marcador, vi la punta rocosa que se reserva para los de mi propia clase. Una muchedumbre de brillantes colores apretujada en el lugar donde las olas y las rocas dificultan las cosas para la carne real. Allí no se aventuraban los salvavidas, sólo unos cuantos limpiadores a rayas amarillas, equipados con ganchos para eliminar a los desafortunados. De todas formas, ¿quién quiere perder tiempo de playa con una imitación? Ya es bastante difícil conseguir una reserva para venir en persona.
De repente, siento rechazo hacia todas las reglas… las listas de espera y las concesiones de turismo, sólo por pasar un ratito en la costa. Hace un siglo, podías hacerlo que quisieras e ir adonde se te antojara.
«Es decir, si eras blanco y rico —me recordó una vocecita interior—. Los blanco-amarronados de una elite gobernante.»
La simple idea del racismo parece extraña hoy en día. Sin embargo, cada generación tiene problemas. De niño, soporté el racionamiento de comida. Se libraban guerras por el agua. Ahora sufrimos las aflicciones del bienestar. Desempleo, el salario púrpura, el frenesí por los hobbies subvencionado por el Estado y el aburrimiento suicida. Ya no hay más aldeas arcaicas ni nativos empobrecidos. Pero eso significa tener que compartir todos los bellos lugares de la Tierra con nueve mil millones de turistas más… y entre diez y veinte mil millones de golems.
—Adelante, hermano. Habla.
La voz me sacó de mis cavilaciones. Me volví para ver a otro verde, de pie a un lado del camino. Los archis y sus familias lo ignoraban al pasar, aunque sostenía una pancarta que ondulaba con letras brillantes:
El ídem sonrió, me miró a los ojos y señaló hacia la playa Moonlight.
—Ve allí abajo —me instó—. Sé que quieres conseguir que te vean. ¡Aprovecha el día!
Últimamente veo cada vez más a estas criaturas. Agitadores de una causa que deja indiferente a la mayoría de la gente: reflejando a la vez luchas por los derechos pasadas y trivializándolas. Me siento dividido entre el disgusto y el deseo de asaltarlo a preguntas. Como, ¿por qué fabrica ídems, si odia ser discriminado cuando es uno?
¿Les daría igualdad de derechos a unas entidades que no duran más que flores de mayo? ¿Debemos dar el derecho a voto a copias que pueden ser producidas en masa a capricho… sobre todo por los ricos?
¿Y por qué no va él a la playa ahora mismo? Para agitar a los humanos reales, intentando sacudir sus conciencias, hasta que uno de ellos se irrite lo suficiente como para exigirle su placa de identificación y curse una denuncia contra su propietario por algún insulto menor. O hasta que uno de ellos decida pagar una multa por el placer de cortarlo en trocitos.
Naturalmente por eso está en ese malecón, sujetando una pancarta, pero, por lo demás, apartándose del camino. Este tipo es probablemente un idhermano de alguno de los manifestantes que vi esta mañana, ante Hornos Universales. Alguien cuya pasión es enviar a proxies que se manifiestan todo el día. Una afición cara… y una forma efectiva de protestar.
Es decir, ¡si su causa no fuera absurda! Una nueva prueba de que la gente tiene demasiado tiempo libre hoy en día.
De repente, me pregunté qué demonios estaba haciendo yo allí. Empecé el día teniendo fantasías para quedarme para mí la id de placer de Clara, me puse a reflexionar sobre temas filosóficos que están fuera del alcance de un mero verde y, luego, abandoné las tareas para las que había sido fabricado y me vine a perder el tiempo a la playa en un cuerpo que no puede disfrutar de la textura de la arena ni del sabor salobre del mar.
« ¿ Qué me pasa hoy?»
Entonces me di cuenta, tuve una sensación extrañamente acuciante. « ¡Debo de ser un frankie!»
Un caso límite, seguro. No voy por ahí con los brazos extendidos, haciendo uh-uhhhhnh como Boris Karloff. De todas formas, te advierten que las neuronas cansadas son receta segura para tener problemas cuando imprintas, y el pobre Albert debía de estar agotado cuando me hizo.
«Soy una falsa copia. ¡Un Frankenstein!»
Al darme cuenta de esto, una extraña sensación de aceptación se apoderó de mí. La playa perdió su atractivo y la retórica del agitador perdió el sabor. Recuperé mi motocicleta y me dirigí al centro. Si este rox frankie carece de paciencia suficiente para las tareas del hogar, tal vez lo llevaré a casa de Pal para escucharlo un rato.