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Si alguien puede comprender mi estado, ése es Pal.

Actualización. Postgrabado aproximadamente una hora más tarde. Acabo de tener mala suerte. Mala y extraña.

Camino de casa de Pallie, de repente me vi atrapado entre unos cazadores y su presa.

Tal vez estaba preocupado, iba descuidado y conducía demasiado rápido. Sea lo que sea, no vi las señales de advertencia. Destellos máser de los cascos de un grupo de idiotas urbanos, que ladraban y aullaban mientras perseguían a su presa por los cañones de acero y piedra de la ciudad Vieja.

Otros ídems se apartaron. Los lentos dinobuses se agacharon y encogieron sus flancos escamosos. Pero vi que el tráfico se reducía y consideré que era una oportunidad y me lancé a la abertura. Pronto, los rayos máser me rodearon, me atravesaron la ropa y picotearon mi pseudocarne. Resuenan cuando tocan piel real, advirtiendo a los cazadores de que no disparen. Pero ya no quedan muchos archis en el centro, así que sirve de gran campo de batalla recreativo… para los capullos.

Vinieron doblando la siguiente esquina, barriendo la intersección con sensores y armas de alta tecnología. Un cazador gritó, alzando su bulboso cañón en dirección a mí.

« ¿Por qué a mí? —me lamenté—. ¿Qué os he hecho?»

El tirador disparó y un calor intenso pasó tras mi oreja izquierda. Un mal disparo, si me apuntaba a mí.

¡Giré la moto para correr en la otra dirección, y frené justo a tiempo para evitar chocar con un humanoide larguirucho y desnudo! Amarillo brillante pero manchado con los círculos rojos concéntricos de una diana en el pecho y la espalda, se plantó delante de la Vespa mirando más allá de mí, los ojos desorbitados, y luego se dio media vuelta para huir.

Los perseguidores gritaron de júbilo, cabezas de cieno buscando un subidón de adrenalina para pasar la tarde. Sus armas chispearon, disparando de nuevo más allá de mí, arriesgándose alegremente a una multa si freían mi corpus en el proceso.

¡Y tal vez debería haberme dejado freír! ¡Recibir las armas con los brazos abiertos! Alber.t obtendría el doble de pasta por un mero frankie. Un buen negocio.

En cambio, me encogí sobre el manillar y giré el puño. La Vespa respondió con un fuerte gemido, alzándose como un poni encabritado. En su punto más alto, algo alcanzó la rueda delantera. Hubo otros impactos, en la máquina y en mi cuerpo, mientras la moto caía y huía.

La idpresa era rápida: jadeaba, corría y esquivaba enloquecida. A pesar de todo me dirigió una breve mirada cuando pasé por su lado, Y me di cuenta de dos cosas.

Una: tenía la misma cara que uno de los cazadores.

Dos: ¡habría jurado que se lo estaba pasando bien!

Bueno, el mundo está lleno de toda clase de tipos raros y de gente con demasiado tiempo libre. Pero yo estaba muy ocupado controlando la Vespa herida. Para cuando doblé la esquina, más allá de la línea de fuego, tosía y echaba humo, luego murió.

Me quedé de pie junto ami pobre moto, lamentando sus fatales heridas, cuando el teléfono sonó a ritmo urgente.

Por reflejo, me golpeé la oreja izquierda, con su implante barato, a tiempo para oír responder a uno de los otros yoes de Albert. — ¿Sí?

— ¿Albert? Soy Ritu Maharal. Yo… no puedo verlo. ¿No tiene vid?

Las palabras zumbaron mientras yo examinaba la moto. Una especie de sustancia gomosa salpicaba el motor híbrido, cortocircuitándlolo. No me atreví a tocarlo, pues estaba claramente diseñado para incapacitar a los ídems.

—Sólo soy un gris, Ritu —respondió una voz—. De todas formas, ¿no tiene ya uno de mis…?

— ¿Dónde está? Eneas está esperando en el coche, impacientándose. Esperaba que usted y mi… y el ídem de mi padre se reunieran con él. ¡Pero han desaparecido ambos!

Encontré la misma goma en la pernera derecha de mi ropa de papel. Rápidamente me arranqué y arrojé lejos los pantalones rotos, y luego busqué más.

— ¿Desaparecido? ¿Qué quiere decir? ¿Cómo pueden…?

— ¿Ritu? Soy yo, Albert Morris. ¿Está diciendo que mi gris ha desaparecido? ¿Y el de su padre también?

Aturdidas sensaciones de dolor atrajeron mi atención hacia un lugar de mi espalda donde estaba ocurriendo algo realmente preocupante. Al volverme a mirarme la espalda en el espejo de la Vespa, vi un agujero, de la mitad del tamaño de mi puño, en su parte inferior izquierda,…

¡y estaba creciendo! Si hubiera sido humano, ya estaría lisiado o muerto. Tal como estaban las cosas, no podía quedarme mucho tiempo.

Divisé la intersección de la Cuarta y Main… todavía estaba demasiado lejos de la casa de Pal para llegar allí a pie. Había camionetas y autobuses en Main. O podía extender mi talentoso pulgar verde y tratar de hacer autoestop. ¿Pero adónde ir?

Entonces lo recordé. ¡El Templo de los Efímeros se encontraba en la calle Upas, a sólo dos manzanas de distancia!

Me di la vuelta y empecé a correr hacia el este, mientras mi arquetipo seguía hablando con la atractiva Ritu Maharal.

—Así que mi gris fue visto por última vez siguiendo al de su padre…

por la puerta trasera de la mansión. Después de eso, nadie ha visto ni oído nada de ninguno de los ídems…Oh, no. Eneas acaba de entrar. Parece furioso. Está ordenando una búsqueda concienzuda por el terreno.

—Quiere que vaya a ayudar?

—Yo…no lo sé. ¿Está seguro de que el gris no ha informado?

El dolor de mi espalda empeoró mientras me dirigía a la Cuarta. ¡Algo me estaba royendo desde dentro! Todavía tenía suficiente sentido para apartarme y ceder el paso ante cualquiera que pareciera real. Todos los demás se quitaron de en medio mientras yo gruñía y gritaba, corriendo hacia el único lugar que podía ofrecerme cobijo.

Un edificio de oscura piedra se alzaba delante. Antes era una iglesia presbiteriana, pero todos los parroquianos reales abandonaron esta parte de la ciudad hace mucho tiempo, dejando que se vuelva a llenar cada día con una nueva clase servil. Una clase supuestamente sin almas que salvar.

Fue entonces cuando entraron en liza los Efímeros. Bajo el símbolo de una roseta multicolor, el tablón de anuncios de cristal anunciaba un nuevo sermón. «La cultura puede ser continuidad —decía un críptico mensaje con letras irregulares—. La inmortalidad es algo más que cargar.»

Subí tambaleándome los escalones, pasé ante un grupo de ídems (de todas las formas y colores) que deambulaban por allí, fumando y charlando como si ninguno de ellos tuviera tareas que hacer. Muchos estaban dañados o desfigurados, e incluso les faltaban los brazos o las piernas. Pasé de largo, internándome en el sombrío frescor del vestíbulo.

No fue difícil localizar a la responsable (marrón oscuro y real), sentada en un banco junto a una mesa llena hasta arriba de papeles y suministros. Vendaba el brazo de un verde cuyo costado izquierdo entero parecía gravemente quemado. En lo alto, otro de los símbolos de roseta giraba gradualmente, como un mandala circular o una flor cuyos pétalos terminaran en anchas puntas.

—Abre la boca e inhala esto —le dijo la voluntaria a su paciente, colocando un inhalador en la cara del pobre roxie. Al apretarlo, soltó una nube compacta de densos humos que el verde absorbió agradecido.

—Aturdirá tus centros de dolor. Luego debes tener cuidado. Cualquier golpe o herida menor podría…

La interrumpí.

—Discúlpeme. Nunca había estado aquí, pero…

Ella señaló con el pulgar.

—Por favor, póngase en la cola y espere su turno.

Vi una cola bastante larga de ídems heridos que esperaban pacientemente. Fuera cual fuese la desgracia que había traído a cada uno de ellos a este lugar, estaba claro que sus propietarios no iban a cargar esos recuerdos. Ni estos golems estaban preparados para ser reciclados. No con antiguos instintos gritándoles todavía que siguieran luchando. El imperativo más antiguo de la Onda Establecida es aguantar. Por eso venían aquí.