Era natural que mis vagos pensamientos se centraran en el verde… en todo el tiempo que según él había pasado en el Templo de los Efímeros. Al parecer los voluntarios eran algo más que un puñado de Airados que malgastaban sus impulsos altruistas en flores de mayo heridas. Me hizo reflexionar.
¿Qué le pasa al alma de un ídem que pierde su salvación, que nunca llega a descargar en el yo «real» que lo fabricó? Siempre me había parecido una cuestión metafísica v bastante fútil… pero tres de mis yoes se enfrentaban a esa situación aquel día.
Y ya puestos, ¿qué ocurre cuando tu original muere? Según algar nas religiones, hay una transferencia final v descargas toda la corriente de tu vida en Dios, igual que tus golems vierten sus recuerdos en ti al final de cada día. Pero a pesar de las fervientes ansias (y la investigación privada bien subvencionada) nadie ha encontrado jamás pruebas de semejante transferencia ante algún ser arquetipo de nivel superior.
Pensamientos inquietantes. Intenté dejarme llevar y calmarme, dejando que la unidad hiciera su trabajo. Pero momentos después, Neil me interrumpió con otra llamada de alta prioridad.
—Es de Vic Eneas Kaolin —dijo mi ordenador doméstico—. No tienes ninguna autocopia operativa que lo atienda. ¿Respondo con un avatar?
¿Usar una burda simulación de software para saludar a un multibillonario? Me estremecí sólo de pensarlo. Bien podía insultarlo con una voz grabada que dijera: «Ahora mismo no estoy, deja un mensaje.»
—Pásamelo —ordené. Éste iba a ser uno de esos días.
La imagen surgió ante mí. Vi el rostro familiar del magnate (delgado y de cejas pobladas) sentado en una elegante oficina con una fuente-escultura borboteando al fondo. ¡Casi me senté de la sorpresa cuando vi que era marrón! Uno de los tonos pálidos del norte de Europa. Merecía la pena interrumpir el escaneo para manifestar respeto a este rig.
Entonces advertí un destello… un breve reflejo especular en su mejilla. Un profano se habría dejado engañar por el disfraz, pero yo me di cuenta de que se trataba de otro golem, cocido en tonos humanos. Ni siquiera era ilegal, ya que puedes llevar el color que quieras en la intimidad de tu propio hogar, mientras no implique ningún fraude.
Permanecí tumbado, dejando que el tetragamatrón continuara repasando e imprintando un duplicado de mi alma.
Señor Morris.
—IdKaolin —respondí, para indicar que no se me escapaba el disfraz. El hizo una pausa y luego inclinó levemente la cabeza. Después de todo, yo era la persona real en esa conversación.
—Veo que está usted imprintando, señor. ¿Lo vuelvo a llamar dentro de una hora?
Como antes, me pareció que su forma de hablar era un poco anticuada. Pero puedes permitirte afectaciones cuando eres rico.
Es un escaneo profundo, pero no necesitaré una hora entera —sonreí, mientras mantenía la cabeza inmóvil entre los tentáculos—. Puedo volver a llamarlo dentro de diez…
—Esto sólo requiere un minuto —me interrumpió el ídem—. Quiero que venga a trabajar para mí. Ahora mismo. Por el doble de su tarifa normal.
Parecía felizmente confiado en que yo me pondría en pie de un salto y aceptaría sin vacilación. Extraño. ¿Era éste el mismo tipo cuyos abogados habían enviado notas amenazadoras hacía un rato por haber encontrado la placa de mi gris desaparecido en una zona restringida?
—¿El mismo Kaolin que no me dejaba enviar una copia por mi cuenta para investigar la desaparición?
—Si tiene que ver con la trágica muerte del doctor Maharal, ya sabe que he sido contratado por su hija, Ritu. Aceptar su oferta ahora mismo causaría un conflicto de intereses, a menos que se hagan acuerdos especiales.
«Acuerdos especiales» podía significar enviar a más grises que nunca volvieran a casa. Esa idea, mezclada con las turbias sensaciones de la imprintación, me hizo sentirme un poco incómodo.
El ídem de Kaolin parpadeó, y luego miró fuera de la pantalla. Tal vez estaba recibiendo instrucciones de su arquetipo, el auténtico potentado-ermitaño. Ardía de curiosidad. Había todo tipo de rumores sobre el magnate. Algunas de las historias más escandalosas lo describían como horriblemente deformado por una rara plaga de diseño desarrollada en sus propios laboratorios. Me aseguré de que aquella conversación se grabara en alta fidelidad. Clara querría detalles cuando volviera a casa de su guerra.
El golem marrón descartó mis objeciones.
—Eso es un mero tecnicismo. Realizará usted la misma investigación, pero yo puedo pagarle por sus servicios exclusivos, ahorrando a la pobre Ritu el gasto durante su momento de pesar.
Eso de los «servicios exclusivos» se parecía a lo del Juramento de Lealtad de esa mañana, un poco reestructurado. Cierto, siempre me vendría bien el dinero. Pero el mundo es más que dinero.
—¿Se lo ha explicado a Ritu?
El ídem de color de carne hizo una pausa, comprobando de nuevo con su fuente de información fuera de pantalla. Debido a una reciente transferencia de memoria, éste no tendría ningún conocimiento personal de mí, sólo lo que le habían dicho.
—No, pero estoy seguro de que ella encontrará mi oferta…
—De todas formas, ella ya ha pagado por hoy, por adelantado. ¿Por qué no esperar a ver qué encuentro? Podremos comparar notas mañana. Ponerlo todo sobre la mesa. ¿Le parece justo?
A Kaolin estaba claro que no le hacía gracia que le dieran largas. —Señor Morris, hay… complicaciones que Ritu no conoce. —Mm. ¿Quiere decir complicaciones referidas a la muerte de su padre? ¿O al secuestro de mi gris?
Con una mueca, el ídem de platino se dio cuenta de su error. Estaba a punto de darme una causa probable para demandarlo, si quería. —Hasta mañana, pues —dijo, con un gesto cortante. La imagen desapareció y yo me eché a reír, y luego cerré los ojos con un suspiro. Tal vez ahora podría terminar de imprimar en paz.
Pero sin la distracción de las llamadas telefónicas, una vez más me sentí inmerso en la turbulencia del cambio de almas. Agitaciones de emoción y destellos de memoria, la mayoría demasiado breves para re-conocerlos, seguían surgiendo de oscuros e inconscientes almacenes. Algunos de ellos parecían anticipar el pasado, otros eran como recordar cl futuro. Se hacía molesto, sobre todo cuando los tentáculos de percepción entraron por la nariz para la última y más profunda fase de imprimación: la fase llamada «aliento de vida».
Nell interrumpió.
—Tengo otra llamada, de Malachai Montmorillin.
Era la gota que colmaba el vaso. Casi ahogándome con los tentáculos, gruñí:
—No puedo ocuparme de los exabruptos de Pal, ahora. —Parece bastante insisten…
—¡I le dicho que no! Usa ese avatar repelente con él. Cualquier cosa. ¡Pero mantenlo apartado hasta que termine el trabajo esta noche!
Tal vez no tendría que haber sido tan vehemente. La misma intensidad de sentimientos podría transmitirse al ébano. De todas formas, el pobre Pal no podía evitar ser como era.
Pero yo no tenía tiempo para sus locos jueguecitos. A veces hay que concentrarse en el trabajo que tienes entre manos.