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Oh-oh. Botas delante. Muchas. Ha llamado a sus amigos. Se agachan y miran bajo las mesas. En unos instantes…

Mi mano se apoya en la base de la mesa, sujeta al suelo por tres gruesos tornillos.

¿Los corto? ¿Por qué no? Allá va…

La mesa tiembla… se inclina…

La agarro. ¡Arriba!

Ellos retroceden de un salto, alarmados. ¡No es una gran arma, pe-ro con el (rolo todavía brillando parece que empuño algo más que una frágil mesa de cóctel! Las imágenes que se rebullen se extienden otros dos metros, como serpientes retorciéndose. Un látigo hecho de luz ardiente.

Sólo luz, aunque ellos retroceden. Imprintados con almas de cavernícolas apenas alterados, no soportan ver una antorcha llameante. Pronto me encuentro en una zona de respeto, hasta donde alcanza el bolo. Y ahora, las voces de algunos espectadores me animan ami.

Localizo al matón, con sus amigos, todos vestidos de negro como si hubieran inventado esa moda. Patético.

Cierran los puños y aprietan los dientes. En unos momentos, la evaluación racional ganará la partida y se impondrá a los reflejos cavernícolas. Cargarán a través de la fría luz. Pero, rodeado de mirones, qué puedo hacer…

De inmediato d sonido cambia. La atronadora música de baile se desvanece. Los gritos de furia se apagan. Más allá del silbido de mi hiperrespiración, penetra una voz amplificada.

—IdMorris, si es tan amable…

Girando de nuevo, hago una finta ante los bravos. Ellos se apartan, tal vez por última vez mientras entornan sus ojos furiosos.

Luego, bruscamente, retroceden, empujados por un grupo de recién llegados, pequeños pero fuertes, que usan varas de sonido para abrirse paso. Hembras rojas que devuelven el orden a su club.

Ya era hora.

Retrocediendo hacia el Pozo de Rencor, el jefe de los matones me dirige una última mirada, sorprendentemente carente de pasión, ni si-quiera divertida o agradecida. La vibrante «música» regresa. El Arco Iris no tarda en volver a la normalidad.

Una de las frenes, sin pedir disculpas, agita su dedo rojizo.

—idMorris, suelte por favor esa mesa!

Me cuesta un instante obedecer. El instinto, ya sabes.

—Por favor, basta de retrasos. Le esperan. La colmena espera.

La holoimagen se apaga y yo suelto mi arma improvisada. ¿Ya está? ¿Ninguna disculpa por dejarme a merced de unos idiotas?

Oh, guárdate las quejas, Albea. No es que tu vida estuviera en peligro, ni nada importante.

Sacudiendo la cabeza carmesí, mi guía me indica que la siga hacia el fondo del club, y luego a través de una lujosa cortina. De repente se hace un bendito silencio, mientras la gruesa cortina cae tras nosotros. Silencio tan de agradecer que me tambaleo. No consigo pensar hasta pasados varios segundos. Entonces…

«Espera… ya había visto esta habitación.»

Durante la reunión en el Estudio Neo, una Irene de barro rojo es-taba conectada a una pantalla que mostraba montones de duplicados pardos congregados alrededor de una figura pálida, tumbada en un cómodo sofá de mantenimiento vital. Ahora, de cerca, veo a la mujer real tendida entre el bullicio, mirando ciegamente mientras la atienden duplicados a escala de un tercio. En su boca gotea un fluido. Brazos mecánicos masajean sus miembros. La cara, aunque flácida y distante, es claramente el modelo de todas las rojas que he visto en este lugar. En la cabeza afeitada lleva una medusa de cables retorcidos, conectados a congeladores y hornos de potencia industrial.

Una copia recién cocida emerge del horno, todavía brillante. Se despereza durante un lánguido instante antes de aceptar unas prendas de papel, y luego se marcha, dispuesta a hacer alguna tarea sin consejo ni instrucciones. Mientras tanto, otra llega del mundo exterior, con sus células claramente agotadas. Sin más ceremonias, dos hermanas cortan limpiamente la cabeza de un día de edad, vaciándola en un aparato de transferencia de recuerdos.

El pálido rostro de la archi da un leve respingo durante la carga. El cuerpo descartado rueda para ser reciclado.

«Algunos predicen que éste es nuestro futuro —me digo—. Cuan-do puedas crear incontables copias para realizar cualquier tarea, tu cuerpo orgánico duradero tendrá una sola función, la de depósito y transmisor de recuerdos; será un prisionero sagrado como la hormiga reina, mientras las obreras realizan las actividades reales de la vida y la saborean»

La perspectiva me parece repugnante. Pero mis abuelos pensaban lo mismo de la imprintación básica. Las palabras «golem» e «ídem» eran epítetos, hasta que nos acostumbramos a ellas. ¿Quién soy yo para juzgar qué considerarán normal las generaciones futuras?

—IdMorris, bienvenido.

Me doy la vuelta. La Irene que está frente a mí tiene la textura de piel de un gris de alta calidad, teñida con su tono pardo característico.

Cerca está el otro rox que conocí en el Estudio Neo, «Vic» Manuel Codios, con la piel a cuadros que lastima la vista.

— ¿Llama a esto una bienvenida? Me gustaría saber por qué me dejó ahí fuera para que…

Collins levanta una mano.

—Las preguntas más tarde. Primero, déjenos encargarnos ’de sus reparaciones.

¿Reparaciones?

Al mirar hacia abajo, recibo malas noticias. ¡Tajos profundos en mi lado izquierdo! Un corte en la pierna de más de la mitad de su longitud que rezuma feamente. Excitado por las enzimas de acción, apenas lo siento.

Estoy perdido.

¿Pueden reparar esto? —Mi emoción dominante es una curiosidad atónita.

—Venga-dice la lrene más cercana—. Lo arreglaremos en un momento.

« ¿Un momento?», reflexiono aturdido mientras la sigo. Para un ídem, un «momento» representa mucho.

11

Fantasmas en el viento

…de cómo realAlbert hace un poco de trabajo de investigación moderna…

Por lo visto poco podía hacer yo respecto a mis duplicados desaparecidos.

El gris número dos estaba en modo autónomo, incapacitado legal-mente para contactar conmigo, y la maestra podía incluso impedírselo si quería. El verde había enviado una extraña declaración de independencia antes de largarse por su cuenta. Y no había ni rastro del gris número uno, esfumado en la mansión Kaolin junto con el fantasma de Yosil Maharal. El personal de seguridad de Hornos Universales se había hecho cargo de ese misterio poniendo patas arriba la mansión en busca de los dos ídems desaparecidos. Hasta ahora sin resultado.

No esperaba que consiguieran gran cosa. Es fácil meter a un rox en una casa. Millones de ellos, almacenados como momias en CeramWrap, son enviados por toda la ciudad cada día en camión, por mensajero o tubo pneumático. Y es incluso más fácil deshacerse de uno muerto: sólo hay que tirar los restos a un reciclador. Sin su placa, una hornada de masa de golem no se diferencia de cualquier otra.

De cualquier forma, yo tenía investigaciones de las que ocuparme, incluida una para una dienta dispuesta a pagar la tarifa máxima. Ritu Maharal quería que investigara la misteriosa muerte de su padre. Como heredera legal, podía acceder ahora a sus archivos, desde las compras a crédito hasta las llamadas de su teléfono de muñeca. Los movimientos de Maharal durante la época que pasó trabajando para HU eran otra cuestión. Pero cuando Ritu le pidió a Vie Eneas Kaolin esas crónicas, el magnate asintió, a regañadientes, para que ella no hiciera públicas «historias descabelladas» sobre el asesinato de su padre.

Los permisos llegaron poco después de que yo terminara un aspecialista ébano, perfeccionado para concentrarse totalmente en habilidades profesionales. Ese duplicado se puso de inmediato a trabajar, agitando los brazos y parloteando rápidamente bajo los pliegues de un chador de realidad virtual, inmerso en un mundo de datos globales y zoomimágenes de fuego rápido. Todo lógica y concentración, el ébano podía manejar el resto de mis casos por el momento, dejándome a mí concentrarme en una tarea: descubrir dónde pasó Yosil Maharal las últimas semanas.