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—Todavía no me han explicado exactamente qué he de buscar.

—Le informaremos sobre la marcha. Hay asuntos importantes que esperamos que descubra con su famosa habilidad investigadora.

—Haré lo que pueda —y reitero para la grabadora que llevo en mi interior—: dentro de la ley.

—Naturalmente, idMorris. No 1c pediríamos que hicieran nada ilegal.

«Bien», pienso, tratando de descifrar su mirada. Pero es inútil. Los ojos hechos de barro no son las ventanas del alma. Sigue siendo cuestión de debate si hay «alma» o no dentro de criaturas como nosotros.

Al entrar en la furgoneta, encuentro al cuarto miembro de nuestro grupo, sonriendo con una célebre mezcla de distancia y seducción, cruzando unas piernas de nieve blanca que brillan con su propia capa de lustrosa y extravagante seda.

—Saludos, señor Morris —saluda la voluptuosa ídem de placer. —Maestra —respondo, sorprendido.

«¿Por qué envía Gineen Wammaker un modelo perla de calidad superior para acompañarnos? Una simple gris sería suficiente para escuchar mi informe. ¿O por qué enviar a una rox? Toda información útil se puede enviar a través de la Red.»

Mis grises tienen un buen conjunto de reacciones masculinas normales. Así que su arte me afecta: me atrae y me repele a la vez, pues llega a algunos de los rincones más enfermizos y hostiles de la sexualidad. Su famosa y perversa especialidad seductora.

Como cualquier adulto decente, puedo reprimir esas reacciones (sobre todo pensando en la honrada y autorrespetuosa Clara). Sin dudala Wammaker lo sabe, así que su pretensión no puede ser influirme.

«Entonces, ¿qué hace aquí? Sobre todo como perla, una criatura de enorme sensualidad… A menos que esta misión represente otra oportunidad para disfrutar de algún placer depravado.»

Mis preocupaciones, ya al borde de la paranoia, florecen de nuevo. Vamos —le dice ella a la conductora. Está claro que a Gineen no le importa que la mire. Tal vez incluso sabe qué pienso.

Estoy deseando tener una clientela mejor.

14

Bajo falsos colores

…o de cómo realAlbert se engaña otra vez…

— ¿Qué estás diciendo? —le pregunté al azabache—. ¿Que mis avistamientos en la red pueden no haber sido de Maharal?

Con gestos de los dedos y señales parpadeadas, mi duplicado ébano capturaba datos y ponía imágenes en movimiento en la pantalla. Vi un colage de grabaciones hechas semanas atrás mientras YosilMaharal deambulaba por una avenida llena de peatones y girociclistas. Uno de esos centros de moda donde puedes probar montones de productos, seleccionar lo que te gusta y hacer que te envíen los artículos por correo-id antes de llegar a casa.

De lejos, Maharal parecía disfrutar de los escaparates, pasando de una tienda a otra. Un distrito corno éste tiene más cámaras que una calle típica, lo que permitía que el avatar de software de Nell tejiera un mosaico retrospectivo casi libre de huecos mientras nuestro objetivo se movía de una lente a otra, con los indicativos de tiempo brillando en una esquina inferior.

— ¿Has visto lo que acaba de pasar? —preguntó el ébano.

—¿Qué hay que notar? —repliqué, sintiéndome torpe bajo aquella mirada fija, sabiendo el desdén que suelo sentir hacia mi yo real cada vez que soy negro.

Él chasqueó la lengua. La imagen en pantalla se detuvo y volvió atrás. Las cuadriculas ampliadas se dirigieron hacia el momento en que Maharal se unía a una pequeña multitud para ver a un artista callejero hacer esculturas con humogel. Los frágiles artefactos crecían y flore-cían como delicadas apariciones, alzadas y formadas por las bocanadas de aire que el virtuoso exhalaba. Cuando un niño dio una palmada, las reverberaciones hicieron que la creación se estremeciera y se inclinara hacia él, antes de alzarse de nuevo cuando el artista sopló nuevas capas.

Trabajando con habilidad similar, mi golem especializado produjo rápidamente una imagen compuesta a partir de tres cámaras repartidas por la plaza. La imagen de Maharal se hizo más granulosa mientras nos centrábamos en su cara.

El científico de HU sonreía. Todo parecía normal, hasta que tuve una terrible sospecha.

—Acércate más —dije, con recelo—. La textura de la piel… ¡por Dios, no es real!

—Ahora lo veo —comentó Nell—. Mira la frente del sujeto. El bultito de la placa está cubierto con maquillaje.

Me desplomé. Estábamos contemplando un ídem.

Mm —expresó el ébano—. Parece que nuestro buen doctor cometió una infracción punto-mueve. Esos tonos de piel son marrónhumano. Sombra noventa y cuatro X, para ser exactos. Es decididamente ilegal que los duplicados lo lleven en público.

Aquello no tenía nada que ver con el engaño de Kaolin cuando me telefoneó. Su disfraz de arquetipo era propio de un aficionado y casi legal, ya que estaba en casa en ese momento. Pero Maharal, con su paranoia incipiente, debía de haber considerado que merecía la pena arriesgarse a una dura penalización para poder salir de la ciudad-aldea sin dejar rastro.

Miré la franja horaria. Doce minutos desde la última vez que Maharal pasó cerca de una publicara de alta resolución que permitía una buena comprobación de la realidad. Debía de haber hecho el cambio durante ese intervalo. Pero, exactamente, ¿cuándo? El margen era tremendamente estrecho.

—Por favor, vuelve atrás, Nell. Muestra la mayor falta de cobertura desde las catorce treinta y seis.

Desde la plaza, la imagen del fantasma de Maharal empezó a escurrirse en sentido inverso hasta que desapareció en una tienda de abrigos para hombre. Mi avatar llevó a cabo una rápida negociación con el sistema de seguridad interna del establecimiento… que se negó a compartir imágenes debido a una rara política de intimidad. Nada pudo convencer al testarudo programa, ni siquiera el certificado de defunción de Maharal ni el permiso de Ritu. Tal vez tuviera que ir a hablar con el encargado en persona.

— ¿Cuánto tiempo estuvo allí? —pregunté.

—Poco más de dos minutos.

Tiempo más que suficiente para que Maharal cambiara de lugar con un ídem que le estuviera esperando. Pero era un movimiento arriesgado. A pesar de los escáneres detectores de lentes que venden hoy en día, nunca puedes garantizar absolutamente que no te estén observando. Ni siquiera dentro de un barril de petróleo enterrado (lo sé por propia experiencia). Con todo, Maharal debía de sentirse muy seguro.

Ahora debo asignar un nuevo avatar de software para que haga un escaneo inverso con cuidado y descubra cuándo entró el ídem en la tienda. Debe de haberlo hecho disfrazado, y luego haberse pasado horas allí, agazapado tras las perchas o algo. Después del cambio, real-Maharal habría esperado un rato para ponerse otro disfraz antes de salir de nuevo, seguro de que su señuelo había engañado a todas las rutinas normales de búsqueda.

Yo mismo he usado el mismo truco, algunas veces.

—Puede que contara con la complicidad del dueño de la tienda —señaló mi especialista ébano—. El ídem podría haber llegado en una caja de embalaje y realMaharal haberse marchado de la misma forma.

Suspiré. Menudo trabajo que nos esperaba, inspeccionando y analizando incontables imágenes.

—No te preocupes. Yo me encargaré desde mi cubículo —me aseguró el especialista—. Ya tengo nuestros otros casos bajo control. Además, creo que querrás ver qué han descubierto tus otras investigaciones en el lugar del accidente.

Se levantó y se dirigió hacia el pequeño hueco donde recuerdo haber pasado muchas horas felices, un estrecho cubículo que me parece acogedor cada vez que soy ébano, concentrado solamente en la pura alegría de la habilidad profesional. Al ver marchar mi copia, me sentí un poco envidioso… y agradecido a Maharal y Kaolin por haber inventado la tecnoid.