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Que entren los clones

…cómo el gris número dos del martes emplea su arte…

Continúa el recitado en tiemporreal. Hora de entrar en el Embudo. Es una de mis partes favoritas de este trabajo. Tener una oportunidad de demostrar que puedo engañar a un mundo que está lleno de ojos.

—Trajimos los artículos que solicitó.

La Irene-golem de color rojo me tiende una sencilla mochila. Inspecciono el contenido. Está todo.

— ¿Enviaron una lente olfateadora a la ruta que indiqué?

—Lo hicimos, siguiendo sus instrucciones. La olfateadora verificó los huecos de vigilancia en los lugares que usted predijo. Están anota-dos los detalles corrientes —me tiende una placa de datos.

— ¿Corrientes? ¿De cuándo?

—De hace aproximadamente una hora, mientras lo estaban reparando a usted.

—Mm.

Una hora puede ser una eternidad. Pero soy optimista mientras escruto el mapa con sus brillantes iconos y sus conos de visión superpuestos. Sí, la ciudad rebosa de ojos, igual que una jungla repleta de insectos.

Los huecos de cobertura son preciosos en mi línea de trabajo. Lo más difícil de hoy será cubrir mis huellas antes de llegar a Hornos Universales. Necesitaré varios cambios por el camino, huecos lo bastante grandes para permitir un rápido cambio de aspecto sin ser advertido, preferiblemente cerca de locales con montones de ídems entrando y saliendo.

Lene puede tener fe en sus olfateadores (programados para detectar el reflejo delator de la lente de una cámara de cristal), pero ni si-quiera los escáneres militares detectan todos los spex de cabeza de alfiler que pueden acechar en cualquier grieta o en cualquier tronco de árbol. Desde la última vez que utilicé esta ruta Embudo pueden haber instalado un número indeterminado de espías-aguja. Por fortuna, la mayoría son de baja resolución. No captarán una transformación verdaderamente artística.

Tengo sentimientos encontrados respecto a revelarle este camino (uno de los últimos favoritos de Albert) a Gineen y sus compañeros. Cierto, casi todos los Embudos tienen un período útil limitado, ya que incontables aficionados dan con ellos continuamente y los inutilizan. Y mi paga por este trabajo hace que el sacrificio merezca la pena. A pesar de todo, sería más feliz si tuviera días para prepararme, con múltiples ídems trabajando en tándem. Todo sería más seguro.

«No te amargues. No he ofrecido ninguna garantía por un trabajo tan apresurado, y Albert se llevará el cincuenta por ciento sólo por in-tentarlo. En el peor de los casos, son ellos quienes se arriesgan a ser des-cubiertos.»

Y sin embargo, mi mente da vueltas a potenciales modos de fracaso. Uno se acerca.

Pasamos despacio bajo un puente de la autopista y nos detenemos tras una furgoneta idéntica que acelera rápidamente, toma nuestro antiguo rumbo y a la misma velocidad y nos deja aparcar en su sitio. La conductora, que atisbo fugazmente, es otra Irene-golem inherente-mente leal.

Es el viejo cambio de coches, usado por primera vez hace más de cien años, pero modificado últimamente con chasis reconfigurables y estirapiel camaleónica para que esta furgoneta parezca distinta cuando Gineen y su grupo se marchen de nuevo.

Observando las paredes de hormigón que sostienen el túnel, diviso una traficara, su lente recién cubierta de cagadas de pájaro. De ver-dad, por si hay análisis posteriores.

Hasta ahora, bien. A pesar de todo me siento triste, porque me parece burdo y poco profesional. Estas medidas pueden engañar alas espicámaras y a los mirones, posiblemente incluso a los fisgones priva-dos contratados por Hornos Universales. Pero hace falta algo más que unos cuantos trucos para engañar a los polis de verdad. Esto sólo funcionará si nuestra pequeña aventura no se vuelve ilegal.

—Salga, espere exactamente ocho minutos y luego continúe hacia ese bosquecillo —explica Vic Collins, señalando con uno de sus dedos teñidos a cuadros hacia un grupo de árboles geniformados—. Controlamos, o hemos desconectado, todas las cámaras, desde aquí hasta allí.

— ¿Está seguro de eso? —La falta de tiempo de preparación requiere una política de fuerza bruta que preferiría haber supervisado yo mismo.

Él asiente.

A menos que se reestructure algún ojo-en-el-cielo en los próximos minutos. En el bosquecillo haga usted su primer cambio, deje la bolsa con la ropa que lleva y salga como un idnaranja utilitario. Enviaremos un perro más tarde, para recogerla bolsa.

Asegúrese de hacerlo. Si me siguen hasta el bosquecillo, un examinador experto deducirá el truquito del cambio de coches.

—Entonces no debe dejar que nadie lo siga hasta el bosquecillo —concluye Vic Collins—. Contamos con su habilidad.

Oh, hermano.

—La estación de autobuses es clave. Me escabulliré allí, entre la multitud de ídems. ¿Hay más suministros esperando en la taquilla que especifiqué?

—Encontrará usted otra bolsa con una muda de ropa y tinte para la piel —Collins alza una mano, adivinando mi siguiente pregunta—. Y sí, el tinte es una variante de gris: perfectamente legal. Podremos decirle a la poli que es su prerrogativa.

—Prerrogativas antes que rogativas —contesto—. Si sospecho si-quiera que estoy implicado en algo más que una infracción de Clase Seis, lo dejo. No importa lo elevada que sea la suma de responsabilidad que hayan fijado.

—Tranquilo, idMorris —me calma frene—. No tememos a la ley. Nuestro único objetivo con este subterfugio es impedir que HU nos relacione…

—O sospeche del pequeño reconocimiento de hoy, sí. Podrían hacer que las cosas fueran desagradables, aunque nos ciñamos a lo legal.

—Estas precauciones son para la protección de su rig tanto como para la nuestra, idMorris. Con lo que usted descubra hoy, podremos estrechar nuestro cerco y luego cursar denuncias concretas contra Hornos Universales, basándonos en las leyes de las revelaciones técnicas. Lo bonito de todo esto es que nunca tendrán un motivo para relacionarle a usted con nuestro pleito.

Tiene sentido. Es decir, ¡suponiendo que yo no decida contárselo todo a Eneas Kaolin en cuanto entre en Hornos Universales!

Cierto, rompería mi vínculo y perdería buena parte de la credibilidad tan duramente ganada por Albert, pero habría compensaciones. Tal vez Kaolin me convierta en sujeto de sus experimentos de extensión de vida de ídems. ¡Podría tener más de otras doce horas, tal vez muchísimas más!

Ja. ¿De dónde he sacado esa idea? Era casi… bueno, frankie… confundiendo el «Yo» más importante con el yo trivial que tiene estos pensamientos.

¡Qué extraño!

De todas maneras, para qué soñar con cosas que nunca haré. O con un futuro de pega que nunca conseguiré.

— ¿Y después de la estación de autobuses?—me pregunta Vic Collins.

—Tomaré el dino 330 hasta la calle Riverside y la sede de HU. Me encaminaré directamente a la entrada de empleados, mostraré mi identificación, y tengo la esperanza de que su IA de seguridad sea tan laxa corno ustedes esperan. Una vez más, sise equivocan en eso, si hacen alguna pregunta inconveniente, me daré la vuelta y me marcharé.

—Comprendemos —dijo la ídem roja, asintiendo—. Pero confiamos en que le dejen pasar.

Irene y compañía, de algún modo, saben que Ritu Maharal contrató a uno de los grises de Albert Uno que desapareció hace unas cuantas horas. Con todo, los guardias de HU puede que me dejen pasar, al suponer que estoy trabajando para una accionista importante. El truco puede funcionar en la puerta de entrada, donde cientos de personas reales e ídems pasan cada hora.

Demonios, hordas de turistas forman cola para obtener pases de visita y forman grupos guiados para ver la fábrica donde se crean sus cuerpos desechables.