Lo que siguió es borroso: un continuo avance a trompicones por el lodo, entre escombros y nubes de torturadores que mordían.
Se dice que al menos un rasgo de la personalidad se mantiene siempre que se copia un ídem de su arquetipo. No importa en qué más varíe, algo de tu naturaleza básica se transmite de un facsímil al siguiente. Una persona que es sincera o pesimista o charlatana en carne real creará un golem de cualidades similares.
Clara dice que mi característica más persistente es la tozudez. «Maldito sea quien diga que no puedo hacer esto.»
Esa frase rodaba una y otra vez por mi deteriorado cerebro, repitiéndose un millar de veces. Un millón. Gritaba cada vez que daba un doloroso paso o un pez volvía a morderme. La frase evolucionó más allá de las meras palabras. Se convirtió en mi encantamiento. Mi foco. Un mantra de tozudez destilada que me impulsaba a seguir adelante, arrastrándome, paso a paso… hasta el momento en que me encontré bloqueado por un estrecho obstáculo.
Lo contemplé un momento. Una cadena cubierta de moho que se extendía, tensa y casi vertical, desde un ancla enterrada hasta un objeto plano hecho de tablones de madera.
Un muelle flotante.
Y atracado a su lado había un barco, su amplia quilla cubierta de lapas. No tenía ni idea de a quién pertenecía el barco, sólo sabía que mi tiempo estaba a punto de agotarse. El río acabaría conmigo si me quedaba allí.
Usando la única mano que me quedaba, me agarré a la cadena y me esforcé por liberar ambos pies del absorbente barro, y luego continué aupándome a trompicones, alzándome de manera implacable hacia la luz chispeante.
Los peces debieron de darse cuenta de que era su última oportunidad. Atacaron, por todas partes, agarrando todos los trozos y pliegues colgantes que podían, incluso después de que mi cabeza asomara a la superficie. Alcancé con el brazo el muelle, y entonces tuve que recurrir a la memoria para saber qué hacer a continuación.
«Respira. Eso es. Necesitas aire. ¡Respira!»
Mi estremecida inhalación no se pareció a un jadeo humano. Más bien al golpe que hace un trozo de carne cuando se la lanza contra una tabla y luego se la corta, dejando que escape una bolsa de aire. Con todo, algo de oxígeno corrió a sustituir el agua que caía de mi boca sin labios. Ofreció la suficiente fuerza renovada para que pudiera pasar una pierna al muelle.
Me aupé con todas mis fuerzas, y por fin salí completamente del río, fastidiando a los carroñeros, que salpicaron decepcionados.
Los temblores sacudieron mi cuerpogolem de arriba abajo. Algo, una parte de mí, se soltó y cayó al agua con un golpe. Los peces se alegraron y se congregaron alrededor, fuera lo que fuese, y comieron ruidosamente.
Todos mis sentidos se iban apagando, momento a momento. Con desapego, advertí que me faltaba un ojo… y que el otro casi se había salido de su cuenca. Lo volví a colocar en su sitio, luego intenté levantarme.
Todo parecía torcido, desequilibrado. La mayoría de las señales que envié, exigiendo movimiento a músculos y miembros, no recibieron respuesta. Con todo, mi atormentada carcasa de algún modo consiguió levantarse, apoyándome primero en las rodillas… y luego en muñones que podían apenas considerarse piernas.
Apoyándome en un pasamanos de madera, subí un corto tramo de escaleras que conducía a la casa flotante atracada de costado. Las luces brillaban y una vibración se hizo discernible.
Una música convulsa sonaba cerca.
Mientras mi cabeza llegaba a lo alto, capté una imagen difusa: llamas fluctuando en finas columnas blancas. Velas de adorno. Su suave luz destellaba en la cubertería y las copas de cristal. Y más allá, figuras esbeltas moviéndose junto a la amura de estribor.
Gente real. Elegantemente vestida para una cena de fiesta. Contemplaban el río.
Abrí la boca, intentando dar voz a una disculpa amable por interrumpir: ¿querría alguien por favor llamar a mi propietario antes de que mi cerebro se convirtiera en gelatina?
Lo que surgió fue un gemido ahogado.
Una mujer se volvió, me vio avanzando hacia ellos desde la oscuridad y soltó un gritito, como si yo fuera una horrible criatura no-muerta, surgida de las profundidades. Bastante exacto.
Extendí el brazo, gimiendo.
—Oh, dulce madre Gaia —su voz indicó rápidamente que comprendía—. ¡Jameson! ¿Quieres por favor telefonear a Clara Gonzales, del Catalina Baby? ¡Dile que su maldito novio ha perdido otro de sus ídems… y será mejor que venga a recogerlo pronto!
Traté de sonreír y darle las gracias, pero el plazo de expiración previsto no podía retrasarse más. Mis pseudoligamentos escogieron ese momento para disolverse, de inmediato.
Hora de hacerse pedazos.
No recuerdo nada posterior a eso, pero me han dicho que mi cabeza rodó hasta detenerse junto a la nevera donde estaba en fresco el champán. Un invitado a la cena fue lo bastante amable para meterla dentro, junto a una botella muy bonita de Dom Pérignon del 38.
2
Amos de ítems
Muy bien, así que ese verde no consiguió llegar a casa de una pieza. Para cuando fui a recogerlo, sólo quedaba el cráneo congelado… más bien una masa de pseudocarne que se evaporaba y manchaba la cubierta de la casa flotante de madame Frenkel.
(Nota para mí: comprar a madame Frenkel un regalo bonito, o Clara me lo hará pagar.)
Naturalmente, recuperé el cerebro a tiempo… o no tendría el dudoso placer de revivir el día miserable que «yo» pasé recorriendo el inframundo del idemburgo, arrastrándome por las alcantarillas para penetrar en el cubil de Beta, para luego ser capturado y golpeado por sus matones amarillos y, después, escapar frenéticamente por la ciudad hasta culminar en esa horrible experiencia bajo el agua hasta la perdición.
Sabía, incluso antes de conectar aquel cerebro saturado en el perceptrón, que no iba a saborear la inminente comida de recuerdos acres.
«Te damos las gracias por los alimentos que estamos a punto de recibir.»
La mayoría de la gente se niega a cargar si sospecha que su ídem ha tenido experiencias desagradables. Un rig puede elegir no saber o no recordar por lo que ha pasado el rox. Es un aspecto conveniente más de la moderna tecnología de duplicación: es como si se hiciera desaparecer un mal día.
Pero yo considero que si fabricas una criatura, eres responsable de ella.
Ese ídem quería importar. Luchó como un león para continuar. Y ahora es parte de mí, como varios otros centenares que llegaron a casa para descargar, desde la primera vez que usé un horno, a los dieciséis años.
De todas formas, necesitaba el conocimiento de ese cerebro, o no habría tenido nada que mostrarle a mi cliente… una cliente que no tiene fama de paciente.
Incluso podría encontrar una ventaja a mi desgracia. Beta vio a mi copia de piel verde caer al río y no volver a salir. Todo el mundo supondría que se había ahogado, o que había sido arrastrada hasta el mar, o se había disuelto convertida en alimento para peces. Si Beta estaba seguro de eso, tal vez no cambiara de escondite. Podría ser la oportunidad para pillar a sus piratas con la guardia baja.
Me levanté de la mesa acolchada, combatiendo oleadas de confusión sensorial. Sentía raras mis piernas reales: carnosas y sustanciosas, aunque un poco distantes, ya que parecía que hacía apenas unos momentos que me apoyaba en muñones que se desmoronaban. La imagen de un tipo fornido y moreno en el espejo cercano parecía extraña. Demasiado saludable para ser real.