Decidí que era mejor esperar. Que pensara que no me había dado cuenta. Tal vez le preguntara a Ritu por las fotos más tarde.
Fui a mi Volvo, abrí el maletero y saqué un cascador con recogida sísmica. Tras volver a subir las escaleras con el equipo, planté detectores por toda la casa. En unos momentos sabría si había cámaras secretas subterráneas. Era improbable, pero merecía la pena comprobarlo.
Mientras esperaba a que llegaran los datos, hurgué en la unidad recicladora de la parte trasera, con sus múltiples entradas para metales, plásticos, materiales orgánicos y electrónicos. Y barro. Todos los contenedores tendrían que haber estado vacíos, ya que Yosil Maharal se pasó las últimas semanas fuera de casa. Pero según los indicadores había masa en la unidad de eliminación de golems. Suficiente para pertenecer a una forma humanoide de tamaño normal.
Abrí el panel de acceso… sólo para ser testigo de cómo una tenue figura gris se desmoronaba ante el súbito asalto del aire, convirtiéndose rápidamente en pasta.
El olfato es un sentido poderoso. Por los vapores que emanaban de la forma desmoronada, podía deducir muchas cosas. Murió antes de su expiración… y no hacía más de una llora. Actuando rápidamente, me-tí la mano dentro para buscar el lugar donde antes estaba el cráneo, y palpé a través de la materia que se disolvía hasta encontrar un objeto pequeño y duro: la placa de identificación. Más tarde, en privado, podría hacerle un rápido examen y averiguar si eso significaba algo… o si un vecino simplemente había arrojado un ídem de más en el Contenedor Maharal para ahorrarse la tarifa de reciclado.
Secándome las manos en una toallita, volví a verificar las lecturas sísmicas. Naturalmente, no mostraban ninguna cámara oculta. No sé por qué me molesto. Tal vez el espíritu romántico que hay en mí sigue esperando las catacumbas de la Isla del Tesoro, algo más allá de la rutina normal de las huellas de las citicams, perseguir a violadores de copyrights y esposas infieles. Al menos ése era el diagnóstico de Clara. En algún lugar dentro de Albert Morris se hallaba el alma de Tom Sawyer.
Mi corazón latió más rápido cuando pensé en ella y en la dirección hacia la que me dirigiría al cabo de un ratito. Tal vez, después de un duro día de trabajo en el desierto, después de que el ídem de Ritu expirara, podría pasarme por el campo de batalla y sorprenderla…
Fue entonces cuando advertí un cambio. Algo faltaba. Una presencia, como una sombra, ahora desaparecida.
La silenciosa y ominosa presencia de idEneas Kaolin.
Busqué la limusina y sólo vi un hueco en la acera. La limusina se había ido.
Tal vez el golem se había marchado para evitar a la gris de Ritu, a quien pude oír ahora bajando las escaleras. Pero eso no tenía sentido ninguno, ¿no?
Nada lo tenía.
Unos momentos después, Ritu salió de la casa, con una maletita, y cerró la puerta tras ella.
—Estoy preparada —anunció algo distante, aunque amistosa. En su caso, si había alguna tendencia característica que hubiera pasado claramente del original a la copia, era la sensación de tensión que yo había detectado antes. Una protección nerviosa que en cierto modo te mantenía a raya pero que aumentaba su severa belleza.
Me apresuré a recoger mis cascadores y demás aparatos y los metí en el maletero, junto al horno portátil. Nos dirigimos al sureste, en-vueltos en el crepúsculo. Hacia el desierto, donde todavía acechan los misterios y la naturaleza puede arrancar todas las máscaras civilizadas, revelando la dura pugna que siempre ha sido la vida.
18
¿No te alegras de ser naranja?
No es que Pallie no sea capaz de hacer ídems. Está bastante dota-do, con una autoimagen flexible que puede crear casi cualquier formagolem, desde cuadrúpedo a ornítropo o centípedo. La rara habilidad de imprintar formas no humanas le habría permitido ser astronauta, prospector oceanográfico, incluso conductor de autobús. Pero los ídems de Pal no soportan la inacción, amplificando su inquietud nuclear. Un didtective debería ser paciente y concienzudo (digamos durante una vigilancia larga), pero sus copias no pueden serlo. Con gran inteligencia e imaginación, racionalizarán cualquier excusa para transformar la inercia en movimiento.
Por eso acudió en persona esa noche, ahora hace tres años, a un encuentro con unos tipos traicioneros. La forma de Pal de ser cauteloso, supongo.
Tuvimos que meter con nosotros a su yo real en la furgoneta de Lum. La silla de ruedas de Pal en la parte trasera mientras el líder manci saltaba al asiento del conductor. Luego, con una sonrisa diabólica, Lum me ofreció el lugar del copiloto… un claro insulto a Gadarene, que gruñó ominosamente. Como no quería problemas entre los dos reacios aliados, le dejé paso al grandullón conservador con una respetuosa inclinación de cabeza. De todas formas, prefería viajar con Pal, acurrucado entre la carcasa de la furgoneta y un ajado horno portátil.
Noté el horno caliente cuando me senté encima. Alguien se estaba cociendo. Como carecía de sentido del olfato, no supe quién.
Partimos y nos mezclamos con el tráfico. El casco de cerametal ópticamente activo percibía la dirección de mi mirada de milisegundo en milisegundo, transformando automáticamente un estrecho sendero de opaco a transparente cada vez que yo miraba, forzando esa microventana a encajar con mi cambiante cono de atención. Quien estuviera fuera de la furgoneta vería cuatro circulitos oscuros moviéndose, corno di-minutas luces maniáticas, una por cada ocupante, revelando poca cosa a los extraños. Pero para cada uno de nosotros, en el interior, la furgoneta parecía de cristal.
Lum captó un rayo de navegación, que detectó cuatro pasajeros (tres de ellos reales) y nos dio prioridad, impulsándonos. Al norte, hacia el distrito de alta tecnología, siguiendo mi corazonada de dónde encontrar problemas. Era curioso cómo Lum y Gadarene estaban dispuestos a confiar en los instintos de un frankie. Como si yo supiera de lo que estaba hablando.
Los fluidos que goteaban a través de una intravenosa y las luces de diagnóstico parpadearon cuando comprobé la medconsola de Pallie. La unidad estaba cabreada con él por usar estimulantes, cosa que hizo cuando alardeó ante nosotros en el parque de patinaje abandonado.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh? —Dijo, guiñándome un ojo—. Tú, Clara y yo, enfrentándonos juntos a las fuerzas del maclass="underline" Cerebro, belleza y físico.
—Bueno, eso describe a Clara. ¿Dónde encajamos tú y yo? Él se echó a reír, flexionando un brazo flacucho.
—Oh, no estaba tan eral en cuestión de músculos. Pero sobre todo yo proporcionaba color. Algo de lo que tristemente carece el mundo moderno.
— ¿Eh, no soy yo verde?
—Sí, y de un precioso tono viridiano falso, Gumby. Pero no me re-fiero a eso.
Sabía exactamente a qué se refería: el color que supuestamente tenían nuestros abuelos, allá en el sabroso siglo n y principios del XXI, cuando la gente corría cada día riesgos a los que pocos modernos se les ocurriría hoy exponer su preciosa carnerreal. Es extraño cómo la vida parece mucho más valiosa si tienes mucho más a lo que aferrarte.
¿A mí? Me quedaban unas dieciséis horas o así. No mucho tiempo para ambiciones o planes a largo plazo. Bien podía arriesgarlo todo.
Me volví hacia Gadarene, cuya atención estaba enfocada en un por-tal de Ojo Mundial que tenía sobre el regazo.
— ¿Alguna suerte siguiendo al gris?
El grandullón hizo una mueca.